Crítica de la razón pura

Crítica de la razón pura

No voy a escribir sobre la obra tan conocida de Immanuel Kant que lleva el mismo título de este artículo, publicada en el año 1781; y que abrió  al racionalismo  de la cultura occidental los portentosos aportes kantianos. De lo que voy a hablar es del uso de la razón entre nosotros, porque toda nuestra tragedia histórica se resume en lo que, con tintes dramáticos, Francisco Moscoso Puello señala en “Cartas a Evelina”: “Somos un pueblo que ha vivido un largo exilio del país de la razón, del buen sentido y de la sana moral.”

Mi tema son los viajes del Presidente, y la investigación profunda de los mismos publicada por el diario digital “Acento.com”.  Entre el 2004 y el 2012 el Presidente Leonel Fernández salió del país 70 veces, y permaneció fuera de la nación 392 días. Le acompañaron 1,556 personas, y gastó 49.1 millones de dólares , es decir 1,939 millones de pesos. La descripción de gastos, arrojada contra los resultados concretos de estos viajes, es sencillamente demencial. 23.9 millones de dólares  se gastaron en transporte aéreo. 1.3 millones en transporte interno, en gastos en restaurant se estiman 3.1 millones de dólares, y en hospedaje 16.4 millones de dólares. Igualmente, en compras  del Presidente y su esposa se diluyeron 4.1 millones de dólares. Es extraordinariamente prolijo el detalle de gastos, y nadie en su sano juicio puede apoyar que este hombre que nos gobierna se construya una plasticidad semidivina echando manos de los recursos públicos.

¿Cuál fue el resultado real de los  70 viajes del Príncipe?

En un minucioso reportaje de hace apenas unos meses Alicia Ortega dio cuenta de los resultados obtenidos por el Presidente en sus viajes. Sólo cuatro de los proyectos prometidos  se habían iniciado, y dos de ellos estaban ya contenidos como donaciones en acuerdos bilaterales.  Todo se diluyó en agua de borrajas. El noventa y cinco por ciento de los viajes del Presidente son para darle alpiste al súper-ego que lo domina. Leonel Fernández se solaza en los escenarios internacionales porque él cree que encanta citando a Peirce, Foucault, Deleuze, Baudrillard, Bajtin o Canguilem. Es el país el que ha pagado el narcisismo de un ser sobrenatural a quien debemos agradecerle que su efluvio  celestial y su inteligencia prodigiosa nos haya guiado  en las turbulentas aguas de la posmodernidad.

¿Es racional que el Presidente de un país pobre, en el cual el 42% bordea la escala de miserable, y el 8% es indigente, con una pobreza rural que se remonta a un 81%, una  educación que es de las más deficientes del mundo, y un  sistema de salud muy próximo al infierno dantesco, se despliegue por el mundo como un jeque  árabe,  en un periplo interminable  de autopromoción pagado con los recursos públicos, ¡casi cincuenta millones de dólares!  pese a la avalancha de informes de los organismos internacionales sobre la inequidad, la salud, la educación, la violencia,  la corrupción y cuantas lacras y deudas sociales se nos presentan en el actual estado de cosas?

Immanuel Kant, quien nació, estudió, enseñó y murió en Konisberg, ciudad de la que nunca salió, dice lo siguiente: “El mal no es una simple ausencia de bien, sino el objeto muy positivo de una libertad malvada”.  Y esa concepción del ejercicio del poder es perversa y malvada, porque tipifica el mal de la indolencia, y porque ese complejo de superioridad del mandatario elude la realidad de un país desvencijado y pobre. Es “el exilio del país de la razón” de que hablaba  Moscoso Puello, es como un espacio caricaturesco en el que la mula de Juan Bosch todavía corcovea  porque lleva encima todo el esfuerzo concentrado  para construir la ilusión de que Leonel Fernández es un Dios, y que es  este pobre país el que  tiene que pagar la luz que irradia su sapiencia en tantos cónclaves internacionales.

Si escribo esta “Crítica de la razón pura” es porque mientras leía el informe de los viajes del Presidente, pensaba en los industriales, en los comerciantes, en los maestros, en los artistas, en los intelectuales, en los políticos, y en todo eso que se llama sociedad civil; porque se ha quedado callada, aunque esta desvergüenza  demuestra que esto no es un país sino una caricatura, en la que un hombre que se cree providencial desencaja a su antojo la pobrísima estructura institucional, y gasta cincuenta millones de dólares privando en rico, que es como tomarle la sopa a un tuberculoso. ¡Oh, Dios!

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