CRÍTICA
Entrevista a José Manuel Fernández Pequeño

CRÍTICA <BR><STRONG>Entrevista a José Manuel Fernández Pequeño</STRONG>

POR LEÓN DAVID
L. D.: Conozco un libro de cuentos tuyo que publicaste no mucho tiempo atrás… ¿Cuáles son los atributos que debe exhibir un cuento logrado?
F. P.: Ya no lo sé a ciencia cierta. Un texto narrativo es un sistema en el que actúan numerosos elementos concatenados, no siempre los mismos ni organizados de la misma manera, de acuerdo con cada autor y con los propósitos de cada obra. Pero eso es puro oficio, pura habilidad narrativa, que puede ser estudiada.

El cuento, por su brevedad y efecto, ha sido hasta hoy una invitación para que teóricos y practicantes formulen reglas y normas en torno a su escritura y comprensión; pero ha sido también un género escurridizo y vital, que ha escapado a todas las definiciones. Más allá de las técnicas, hay un talento difícil de definir, un don que se posee o no para dotar al cuento de fuerza expresiva. He leído cuentos pésimamente escritos desde el punto de vista técnico y estilístico, pero que son piezas impactantes por su fuerza y vitalidad.

¿Qué elemento sería decisivo en la estructura de un cuento? No pocos teóricos opinaron durante mucho tiempo que ese elemento era el narrador, la voz que conduce la historia. En este momento creo que en el cuento la mayor parte del éxito depende de lo convincente y profundo que pueda ser el personaje alrededor del cual se construye el argumento. Pero eso se debe quizás a que ahora mismo trabajo en un grupo de piezas donde intento contar historias sin mayores rebuscamientos, alardes técnicos o experimentaciones estilísticas, un libro que alguna vez recogeré bajo el título de “Cuentos tan simples”. Si me haces esta misma pregunta dentro de seis meses, lo más seguro es que te contestaré otra cosa.

L. D.: ¿Qué juicio te merece la literatura dominicana contemporánea?
F. P.:
Tengo ocho años en este país y lo sé por experiencia personal: para escribir aquí hay que tener mucho coraje. Sin atención ni verdadero respeto por el trabajo del escritor; prácticamente sin instituciones que sirvan de trinchera y protección para una labor que es demorada, cuidadosa y a veces difícil de comprender para quien la observa de lejos; sin un sistema editorial profesional, publicaciones periódicas de largo alcance, ni mecanismos serios de distribución de la obra literaria; teniendo que saltar de un lado al otro, en un multiempleo feroz para reproducir una vida material bastante precaria… Para escribir así se necesita mucha vocación y… eso mismo: coraje.

Hay ciertas cosas que me resultan llamativas de la literatura contemporánea dominicana. La primera es su diversidad. Aquí tú encuentras desde gente que escribe como si el romanticismo y el modernismo no hubiesen terminado aún, hasta autores encendidamente actuales; desde escritores que siguen aferrados a una literatura “social”, de frontal utilidad política, hasta creadores que centran su obra en una estética férrea, densa e indoblegable. A esto debes sumar uno de los hechos más interesantes del presente literario dominicano: la articulación de una corriente creadora que viene de fuera, facturada por autores dominicanos insertados en diversas partes del mundo, y que traen, por tanto, elementos nuevos, enriquecedores, sin por ello desligarse del tronco central de preocupaciones y experiencias literarias nacionales.

Esto último es doblemente importante porque creo que ahora mismo la literatura dominicana cumple un proceso que le está permitiendo desbordar definitivamente el cerrado localismo que ha atenazado durante mucho tiempo a gran cantidad de sus creadores y de sus pensadores. Entre los escritores más maduros hay notables (aunque contados) ejemplos de una literatura que se emplaza firmemente en lo esencial dominicano, pero al mismo tiempo es capaz de dialogar con la literatura y los lectores de cualquier parte del mundo. Sin embargo, desde mi punto lo más interesante está viniendo de escritores que todavía no han alcanzado los cuarenta años, o que rondan esa edad, y que están trabajando con mucha soltura, entrega y logros. Me reservo los nombres porque esto no es un carnaval de simpatías ni tengo la intención alimentar el ego a nadie. Cada cual sabe en qué anda empeñado.

Como ha ocurrido en las últimas décadas, los mayores logros siguen ocurriendo a la sombra de la poesía y el cuento. Los éxitos de la novela son esporádicos y distanciados, algo que no parece en vías de cambiar, a menos que se abran espacios para que los escritores puedan trabajar de forma más constante y profesional sobre su obra. O esos espacios se construyen o la literatura que se hace en el país puede quedar en desventaja frente al número cada vez mayor de escritores dominicanos que sí van logrando insertarse en la estabilidad del medio académico norteamericano.

L. D.: ¿Qué echas de menos en la narrativa dominicana?
F. P.:
Sentido del humor. Muchos de los narradores dominicanos se toman su trabajo demasiado en serio, intentan mantener en escena un concepto obsoleto de erudición y del intelectual, una pose elitista que tiene larga data en el país y que la mejor narrativa latinoamericana sepultó en la segunda mitad del siglo XX. La narrativa que no sabe jugar desaprovecha una infinidad de posibilidades en la fabulación, sobre todo en un momento donde la parodia, la ironía, el pastiche, la hibridación de las formas y los estilos, la ficción libre y desbocada han dado la última estocada al viejo realismo narrativo.

L. D.: ¿Y la literatura cubana?
F. P.:
Confieso que, cuando digo literatura cubana, siento un estremecimiento molesto, la sensación de que no sé a qué me refiero con exactitud. El dilatado proceso revolucionario cubano ha provocado una diáspora que ya sobrepasa los dos millones de personas, entre ellas numerosísimos escritores que se encuentran diseminados por el mundo, algo que la mayor de las Antillas no conoció antes. ¿Cómo sé que un escritor cubano en Australia o Egipto no publicó en la década pasada o tiene guardado desde hace veinte años el original de una novela genial, que marcará las letras españolas en los próximos cincuenta siglos? Esta dispersión está cambiando la fisonomía de la literatura cubana y cambiará su valoración en el futuro. Para resumirte: La literatura cubana es hoy un corpus disperso y difuso, cuyos límites resultan muy difíciles de precisar; ese corpus debió encontrar su núcleo de contacto y concentración en la isla, pero los prejuicios y los dogmatismos políticos no han permitido que tal cosa ocurra. Así, cualquier aseveración al respecto debe de ser tomada como provisional.

L. D.: ¿Por qué la literatura cubana es más conocida internacionalmente que la dominicana? ¿Acaso tiene mayor calidad?
F. P.:
Voy a comenzar por el final de tu pregunta. Me niego a considerar la literatura como una carrera de caballos. ¿Con qué criterios (literarios, los de otra naturaleza no me importan) puede alguien establecer certeramente que la literatura del tal país (enraizada en una circunstancia, en un sistema social y en una tradición estética dados) es mejor que la de aquel otro país? Muchos escritores se la pasan midiendo en qué lugar del ranking literario nacional o internacional se encuentran, lo que me parece una soberana tontería. La literatura, a cualquier nivel, es un tejido de sensaciones y sentidos en el que cada hebra (es decir, cada obra) tiene algo que decir… por mala que sea. Lo otro son especulaciones de farándula, reconocimientos oficiales y mayormente vacíos, clasificaciones de críticos cómodos y profesores aburridos. No sé ni me interesa saber en qué lugar del ranking de los cuentistas se encuentran ubicados Lino Novás Calvo o José Luis González, pero el impacto que me causaron cuentos como “La noche de Ramón Yendía” o “Vecinos” es algo que formará parte de mi vida para siempre y que nadie me puede quitar. Eso es la literatura y para eso sirve.

El reconocimiento internacional es otra cosa. Para no ser injustos, habría que estudiar cuidadosamente por qué la literatura cubana ha tenido más reconocimiento internacional que la dominicana. Mientras eso ocurre, examinemos algunas aristas del problema. Creo que la literatura cubana fue mejor conocida internacionalmente desde el siglo XIX (Martí, Casal, Villaverde) y en los primeros cincuenta años del siglo XX (Carpentier, Guillén, Lezama). Para la segunda mitad del siglo pasado, es posible que la literatura cubana (y el arte en general) se haya beneficiado de las miradas atraídas por la revolución y el extendido conflicto que el gobierno de la isla ha protagonizado con los Estados Unidos. Pero, a fuer de honestos, debemos reconocer que no basta con atraer las miradas: hay que mostrar algo que las cautive. Quiero decir que no basta, por ejemplo, con que el proceso revolucionario cubano haya llamado la atención durante los sesenta sobre el reverdeciente cine cubano, es necesario también que aparezcan directores como Gutiérrez Alea, Humberto Solás o Fernando Pérez (para llegar hasta hoy) y obras como Memorias del subdesarrollo, Lucía o Suite Habana.

Ahora, al menos los escritores que residen en Cuba han contado con un sistema de instituciones que los ha ayudado a proyectarse internacionalmente. Desde el sistema escolar, extendido y asequible en todos sus niveles; pasando por editoriales y editores profesionales que se encargan del procesamiento de las obras; hasta llegar a instituciones y publicaciones periódicas de amplio rango internacional, que extienden su trabajo hacia el mundo y organizan gran cantidad de eventos dentro y fuera de Cuba (concursos incluidos). Todo esto ha hecho más visibles a los escritores cubanos residentes en la isla (y, a veces, por contraposición, a los exiliados), les ha permitido a muchos capitalizar las oportunidades más allá de las fronteras nacionales y hacer carrera. Algunos han logrado llamar la atención incluso en razón de ser discriminados por las instituciones oficiales cubanas.

La República Dominicana, que es uno de los países más abiertos del continente y, por tanto, tiene especiales oportunidades para internacionalizar a sus escritores, no ha contado con ese sistema de instituciones, con esos espacios y oportunidades. Súmale a esto las dificultades para concentrarse en el trabajo creador de que hablábamos antes, y quizás tengas algunas razones de peso para explicar la lentitud con que la literatura dominicana ha trascendido sus fronteras nacionales.

L. D.: ¿Quién es José Manuel Fernández Pequeño?
F. P.:
¿Y yo qué sé? Para tratar de definirme, tendría que hacerlo a través de la mirada de los otros, y entonces mucho me temo que habría tantos yo como personas me ven. Si tuviera que escoger, me quedaría con la opinión de una persona que, para demostrar a qué extremos de la tontería era posible llegar, le dijo a otra: “Fíjate que, por tal de escribir, Pequeño está dispuesto a vivir debajo de un puente”. Tiene toda la razón.

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