CRÍTICA
Destino de militantes Partido Nacionalista

CRÍTICA<BR>Destino de militantes Partido Nacionalista

A menos de un mes de la renuncia de Américo Lugo de la presidencia del Partido Nacionalista el 20 de diciembre de 1925, el 13 de enero de 1926 enviaba una carta a Pedro R. Spignolio, en Puerto Plata, donde le ofrecía explicaciones acerca de las razones de su dimisión.

Decía el incorruptible a su corresponsal, lo siguiente: “He renunciado, no sólo de la presidencia del Comité sino del partido, a causa de una resolución acordada en una reunión de presidentes de las Asambleas Municipales del partido celebrada hace hoy un mes; resolución que autoriza a celebrar pactos para las elecciones municipales venideras con los partidos personalistas existentes, a base de programa.” (J. J. Julia. Antología de Américo Lugo. SD: Taller, 1977, t. II, 329)

Proseguía de la siguiente manera el hombre de principios y firmeza de carácter, combatido a través de nuestra historia por todos los sujetos proclives a las transacciones y combinaciones políticas personalistas: “Yo creo, por mi parte, que un partido político de principios no puede pactar sino con otro partido de principios; y que sólo excepcionalmente podría pactar con una facción personalista a condición de elevar a la categoría de partido de principios dicha facción, siquiera transitoriamente, mediante la aceptación, por parte de ésta, del candidato nacionalista si la elección es unipersonal, o de una mayoría de candidatos nacionalistas, si se trata de elección de una asamblea, porque, en este último caso, el verdadero candidato es una mayoría de candidatos a causa de la naturaleza deliberativa del voto en las asamblea, y éste, independientemente del resultado de la aplicación del principio de las minorías.” (Ibíd.)

Para que quede bien claro en el espíritu de Spignolio y de quienes conocen los motivos de su carta a Lugo, el intelectual intransigente, pero flexible para un determinado tipo de negociación política a base de programa, remacha su radical postura de siempre: “No creo sino en los principios, y de ninguna manera en la simple aceptación de un programa de parte de quienes careciendo voluntariamente de uno propio, aceptarían uno ajeno a reserva de no cumplirlo en cuanto no se compadezca con sus intereses particulares. He combatido los partidos personalistas y demostrado mil veces que no son partidos sino facciones; y no puedo, ni como individuo ni como nacionalista, contribuir a que esas facciones continúen su obra de explotación del poder en perjuicio del interés general de la nación.” (Ibíd.)

Más contundente es todavía la segunda carta aclaratoria de los motivos de su renuncia, dirigida al Dr. Teófilo Hernández, presidente de la Asamblea Comunal Nacionalista de La Romana, fechada a 25 de enero de 1926, quien le exigió, en nombre de los nacionalistas romanenses, permanecer en el partido “sin querer averiguar la causa de [su] determinación.” (Obra citada, p. 331) Buscar teclas de corchetes.

Contrario al deseo ciego y sin análisis de la petición, Lugo ofrece una cátedra de dialéctica a los nacionalistas romanenses y, a su través, al país, enloquecido por la fiebre de patrimonialismo y clientelismo que suscita en él el presidente Horacio Vásquez: “Si el Nacionalista de esa provincia no quiere averiguar la causa de mi determinación, séame permitido, por lo menos, advertir que el nacionalista de esa provincia está confundiendo el Nacionalismo con el Partido Nacionalista.” (Ibíd., 331)

 Y, cita Lugo, para luego rebatirlo, el argumento ciego de la carta del Dr. Hernández: «Ud. dice: ‘En nombre del Nacionalismo de [esta] provincia pedimos al Comité Ejecutivo mantenga sin aceptación su renuncia, y exigimos a Ud. su permanencia en nuestras filas’. Pero el nacionalista de esa provincia no me puede exigir mi permanencia en las filas del Partido Nacionalista sino cuando el Partido Nacionalista y el Nacionalismo sean una misma cosa.» (Ibíd.)

El acuerdo adoptado por las Asambleas Municipales del Partido en vista a celebrar pactos con partidos personalistas es el argumento principal de Lugo y quienquiera haya apoyado esa medida deja de ser nacionalista ipso facto. Aclara Lugo al Dr. Hernández: “Dice Ud. también que los he dejado solos en el Nacionalismo, y yo entiendo que es el Partido Nacionalista quien me ha dejado solo a mí. Soy nacionalista y continúo siéndolo, ¿cómo podría dejar de serlo? A pesar de mi renuncia del Partido Nacionalista. En cuanto a la condición de nacionalista, esta sólo podría cesar en mí con la muerte, y aún después de la muerte, permanecerá unida a mi memoria como espiritual legado familiar.” (Ibíd., pp. 331-332)

El Dr. Hernández le da la razón a Lugo en el caso del acuerdo de las Asambleas Municipales del 13 de diciembre de 1925. Con razón Lugo le argumenta: “Entonces, si yo tengo razón, ¿cómo puede decir el Nacionalismo de esa provincia ‘que yo lo he dejado solo’? Si yo tengo razón, y Ud. personalmente reconoce que la tengo, Ud. y el Nacionalismo de esa provincia, al exigirme la permanencia en las filas del Partido, me están pidiendo que deje de tener razón.” (Ibíd., p. 323)

Y Lugo, con su dialéctica implacable, pone el dedo en la llaga de la máscara antinacionalista de los que aprobaron ir a elecciones basados en programas, no en principios: “La simple aceptación del programa nacionalista no basta. Gran parte de los ciudadanos que están hoy enviciados en el personalismo, y no poca de [las] que cooperaron en el Plan de Validación de la Ocupación Norteamericana, habían firmado el Credo Nacional que luego abjuraron. El general Horacio Vásquez, caudillo del Horacismo, es un abjurador del manifiesto que lanzó como candidato presidencial y en que declaraba ser contrario a la Convención y a los Empréstitos. Sería ridículo atenerse a la simple aceptación del programa nacionalista por parte de los partidarios del personalismo.” (Ibíd.)

Ya el golpe mortal en contra del nacionalismo al estilo-Lugo está dado con el pacto de los partidos personalistas.

Pero quedó para la historia la ética política de la acción de Lugo como parte de la memoria colectiva que puede ser retomada en cualquier época, dado que el personalismo, el clientelismo y el patrimonialismo que él situó política e ideológicamente siguen vigentes hoy: “Me recuerda Ud. que yo detuve la disolución del nacionalismo de La Romana cuando el Dr. Francisco Henríquez y Carvajal abandonó la lucha. Pues bien, si el nacionalista de esa Provincia mira a fondo las cosas, se convencerá de que mi actual renuncia tiende a detener la disolución del Nacionalismo en el mar del personalismo que nos circunda. Mi renuncia es voz de alarma ante el peligro, y el peligro es el contagio de las malas costumbres políticas; el peligro es el ejemplo malsano de los partidos personalistas; el peligro son las proposiciones engañosas e inmorales de éstos; el peligro es la impaciencia; el peligro es la falta de fe en lo ideal; el peligro es el canto de sirena del presupuesto, la tentación de las joyas del poder.” (Ibíd.)

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