CRÍTICA
El mejor homenaje a Don Juan

<STRONG>CRÍTICA<BR></STRONG>El mejor homenaje a Don Juan

Dije la frase que da nombre a este trabajo aún envuelto en el húmedo capullo de una vibrante emoción.   Recién terminaba la magistral presentación de “Contando al Abuelo”, dentro de la programación del VI Festival Internacional de Teatro del 2009.   Una periodista del Listín Diario me abordó, y preguntó qué me había parecido el trabajo de María Isabel Bosch, como si no fueran suficiente respuesta mis ojos enrojecidos.   Lo que dije fue exactamente eso.  

Y ahora, desde la frialdad del análisis y de cierta lejanía en el tiempo refrendo firmemente mi opinión. 

Es éste un año dedicado al Centenario del natalicio del Profesor Bosch.   La Fundación que lleva su nombre y de la cual soy Consejero Cultural organizó una serie de eventos que han venido realizándose desde Enero y se prolongarán hasta Diciembre, mediante la creación por Decreto Presidencial de la “Comisión Nacional Centenario Juan Bosch”. 

Señalo a manera de ejemplo dos de ellos: el sin duda más encumbrado acontecimiento político literario “Encuentro Internacional, Juan Bosch, Legado de Humanidad”, recién terminado; y, en el mundo de la escena, el “Sexto Festival Itinerante Profesor Juan Bosch”, realizándose en 24 localidades del interior del país durante los doce meses de la conmemoración.   Otro suceso importante fue la dedicatoria al prócer de la “Feria Internacional del Libro”.   Ésta producida por la Secretaría de Estado de Cultura.

Pero vuelvo al asunto que me compete.  

Desde hace alrededor de dos años nos carteamos, a través del internet, María Isabel y yo.   Le sugerí su participación en la conmemoración que hoy nos ocupa y ella, llena de entusiasmo, me dijo que lo haría.   Luego, semanas o meses después, me comunicó que había completado el trabajo y que lo estrenaría en Buenos Aires, donde vive hace tiempo acompañada de de su esposo, Diego Esquiavini.  

Siguieron mis averiguaciones numéricas sobre pasaje, estadía, viáticos y otros detalles necesarios para traerla al país, y así el proyecto fue redondeado y presentado.  

Pasó el tiempo, y luego el asunto varió considerablemente: se acercó la fecha ideal (Junio 30; mes y día del natalicio) sin que hubiera respuesta efectiva o satisfactoria a mi proposición… e impotente me dejé magullar por el pesimismo.   Más, por fortuna, la Secretaría de Estado de Cultura la invitó a participar dentro de su Festival Internacional, el cual coincidía con los días cumbres…   ¡Y así llegó el regalo justo cuando debía hacerlo!

Dos presentaciones fueron programadas: una en Santiago y otra en Santo Domingo.   No sé lo que sucedió en la de la “Capital del Cibao”; pero asistí a la presentación de aquí.

¡Qué bueno!

Conozco de sobra el talento y la dedicación de mi sobrina (así la llamo y considero por cariño, admiración y por otros detalles relacionados con sus estudios, su madre y su abuelo), y por ello estaba convencido de que el trabajo resultaría de primera.   Pero la realidad superó cualquier expectativa que pude haber tenido.

El texto llega de tres cuentos de Juan Bosch: “Dos pesos de agua”, “Los amos” y “El Algarrobo”; grandes logros de la cuentística mundial al igual que la producción restante. 

Pero, el asunto es que pertenecen al género narrativo y el objetivo era ajustarlo a la realidad dramática de la escena.   Primer éxito: María Isabel los entretejió de manera respetuosa y magistral y creó un texto escénico de gran calidad y comunicabilidad.   Y no era de extrañar, porque ella fue alumna inteligente de nuestro Franklin Domínguez y de un servidor, y ya había demostrado satisfactoriamente su capacidad y aprovechamiento en “Las viajeras”, magistral trabajo escénico contra el ilegal e inhumano comercio llevado a cabo con dominicanas en el exterior.

“Contando al abuelo” recibió un montaje minimalista, como es la moda llamar ahora a la sencillez: Ella, sonido y luces, simple e impecablemente manejados, estos dos últimos, por su consorte. Un magnifico juego de claridades y sombras que, a manera de milagrosa cadena, convertía cada instante en un hermoso y poderoso cuadro, mezcla del pincel flamenco y de la realidad latinoamericana.

De la actuación son varios los aspectos que deberían destacarse; pero me limitaré a algunos.

Primero: el gobierno de la voz con su riqueza melódica, limpieza de dicción y cualidades rítmicas de un tempo constantemente variante.   El texto nos llegaba claramente, pleno de significado, con una riqueza poética y significativa que podría escaparse fácilmente a cualquier lector.

Segundo: la organicidad de un cuerpo sometido a quebrantadoras disciplinas que se expresaban ambos (el físico de apariencia frágil y el estricto entrenamiento) con una fluidez que aparentaba facilidades imposibles de creer para quien conoce los límites normales de las estructuras ósea y muscular.   Gesto preciso y expresivo al servicio de la palabra y además habilidad coreográfica y destreza danzante que lindaban con la perfección.

Y tercero: el invisible y atronador logro de la emoción exteriormente controlada, dosificada y  permanentemente presente.    Ya en la entrada desde el público cuando expresó sin aspavientos que iba a “contar a su abuelo”, quien quiso “ser entre los hombres, hombre”, clavó en el mismo corazón una conmoción creciente que se dirigiría con la certeza de una flecha hasta el hermosamente doloroso final.

¡Cuánta maestría!   ¡Qué inolvidable noche! ¡Lastima penosa que sólo pudieran disfrutarlo los que abarrotaron la demasiado pequeña Sala Ravelo del Teatro Nacional!

Éste, lo sigo repitiendo, el mejor homenaje a Don Juan en la celebración del centenario de su nacimiento, debió ser entregado tanto a las grandes multitudes nacionales como a las personalidades extranjeras que se reunieron para celebrar el nacimiento del más destacado prócer dominicano en el pasado y cercano Siglo XX.  

Son trabajos como estos los que, además de mostrar un necesario agradecimiento a quien entregó su vida por el bien de la Patria, nos confieren estatura sana, hermosa y crecida como Nación aunque pequeña en área y aislada por el mar y por la mezquindad de los mediocres.

Tengo esperanzas de que este error se repare.

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