CRÍTICA
Gatón Arce y su epifánica presencia

<STRONG>CRÍTICA<BR></STRONG>Gatón Arce y su epifánica presencia

La muerte es el punto más hondo, vertiginoso y ciego del no-ser. Regresión encarnada de la imagen, al verbo y a la palabra. Morir es retornar a la fuente primigenia de la Nada y su nostalgia. En toda muerte germina un aura que acrecienta su misterio con el tiempo. Dimensión de otro existir. Un ente alegórico y eterno resplandece, roza la piel, el alma, la luz, el alba. Con la muerte, un anhelado y viejo ciclo ya concluye. Freddy Gatón Arce, ahora que ha muerto tramontará con sus restos, probablemente, ese acostumbrado y pérfido homenaje póstumo. Irónicamente concedemos más vigencia a los artistas que huyen despavoridos o reniegan de sí mismos. Es mejor repartir el recuerdo en versos y en símbolos que santificar a un poeta que en vida mereció la admiración de muchos.

Freddy Gatón Arce fundó una metafísica. El hombre fuera del paraíso, la errancia y el descogitamiento. En Gatón Arce, la ontología develó la esencia del misterio. Por eso, en sus textos la esencia del vivir fue siempre errar. El desarraigo desenvuelto en la consecuencia de la errancia.

Por encima del tejido óntico proyectó la trascendencia, la nada, el vacío. La trascendencia pensada en su referencia, que en él designó  la necesidad  que precede, enuncia y muere: las dimensiones rituales del desamparo y el olvido. Arce creó el “poema epifánico” de hondo temblor existencial. El texto órfico, más próximo a la androginia del verso mallarmeano que el ritmo polimorfo  y ambiguo. Desde luego, su androginia fue siempre dual, cambiante y melancólica, dibujando una imagen de integración (¿interrogación?) plena y total. No la plenitud o fusión polar, sino la superabundancia de la sensualidad, la imaginación, el erotismo. La transformación del signo y su emanación mágica como enunciación escindida. “No hay otro cuerpo ni otra alma…Necesario al tuyo. Necesario a tu vida y a tu muerte, necesario a la última hermosura”.

El autor de “Vlía” desarrolla una “gnosis poética”, reveladora de un deseo poliformo. Empero, no es raro que para una vocación de absoluto como la suya, la poesía resida sobre todo en el “acto poético” y en poema mismo. En el acto creativo y no en el de su cristalización. En otras palabras lo que este poeta dominicano exalta es el obrar, no la obra: ésta no es nunca la imagen fiel de la iluminación y la intensidad que el obrar implica. Toda obra es antiobra en la medida de esa infidelidad o en la medida que no es, o no puede ser, la Obra. El absoluto de la poesía reside en una imposibilidad que, sin embargo, se vuelve una continua posibilidad. El poema nunca está hecho, sino, perpetuamente haciéndose. (¿Y por ello mismo, deshaciéndose?).

La poesía está ligada a la búsqueda de lo que no se podrá encontrar. Ese absoluto es irreductible y coloca al poeta en una alternativa que no admite solución: si la inteligencia poética no puede descifrarlo, tampoco puede dejar de intentarlo. Atrapada en tal disyuntiva todo cambia de signo para ella: la razón es desarraigo y locura e, inversamente, razón y límite. Todo intento por parte del poeta conduce, pues, al abismo y al naufragio. Y es esta experiencia radical lo único que puede servir de punto de partida. El fracaso se convierte  en una manera de estar en el mundo y comprenderlo. En otros términos, el fracaso es estético en la medida en que es también existencial: no es posible borrar el infinito, ni la muerte. Habría, entonces, que encarnarlos visceralmente. Su poética crea así una tendencia a la desobediencia existencial recobrando el tiempo de la angustia y el pecado.”Nada falta ahora. Tiempos devorados, separados. Tu voz, voz vocal, imprevistos deleites de los mundos, árbitro puro del pecado. Oh triunfadora, sólo el desconocido nos trae  la soledad”.

Desde el ser y su ascenso por el cuerpo y la soledad, así como por la ternura, la muerte y el poder de la escritura, alcanzamos la idea de la agonía y la desesperación como lucha, triunfo, huella en ella del recuerdo y la inocencia. “Cuando se habla de la muerte. ¿Acaso es el cuerpo el artífice total de nuestro mundo? ¿O es entonces cuando sabemos que la duración es cosa pura? Y ¿es nombre y llama que cae por su interior desnudo?”

El sentido de totalidad, su tono y su ritmo prefiguran un hondo orfismo y transgresión verbal. La negación del orden simbólico instaura la violencia en el discurso. La violencia “desrretoriza” lo real. Así, el poema es una hermosa imposibilidad y un fracaso.

Sin temor a la hipérbole gratuita, diría finalmente que la escritura de Gatón Arce marca  un cierto hito, tan firme como el de  Tomás Hernández Franco, Franklin Mieses Burgos, Manuel del Cabral, entre otros, a la par que crea un tono estilístico inédito pero en modo alguno ajeno a nuestra tradición.

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