Crítica
La historia de “Palomos”

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Ha nacido un nuevo barrio. No es un barrio seguro, ni hay evocaciones de tiempos mejores. No es el mítico barrio de la salsa a todo volumen los fines de semana.  No es tampoco el de los empedernidos melómanos que recuerdan velloneras y ensoñaciones   del bolero que han sido en múltiples ocasiones recreadas en  novela  y hechas historias cortas.

Es uno que no ha sido totalmente aceptado pero que existe a pesar de las críticas y el miedo que  provocan.

Es un barrio sin nombre, eso sí. Pero podría ser cualquiera de los que existen en la parte alta y ya no tan alta de la capital, pues detrás del mejor sector aparece siempre un espacio que ha sido tomado por los desposeídos. Es el barrio en el que se mueven, viven -y mueren- los personajes de la nueva novela de Pedro Antonio Valdez, titulada “Palomos”.

Aunque el título parece aludir a los niños que pululan en las calles, a los que huelen cemento y duermen en cuevas del malecón, la denominación de Palomo ha tomado un nuevo significado en el mundo de los hiphoperos, que es el de un aprendiz, un nuevo que si es joven puede ser un novatito y si es viejo “un pedazo de pendejo”.

El barrio está lleno de Palomos y llenos también -caben todos, parados y de pie- de gente que se mueve ajena a ellos. Ahí siguen estando los postes de luz y debajo de ellos, continúan  juntándose los muchachos.   Párvulos y adolescentes que buscan una salida para su extrema pobreza, la presión familiar, escolar, social y de los demás integrantes de los grupos o pandillas a que pertenecen.

El barrio es un espacio que no les da chance a estos  muchachos a desarrollarse y eso queda revelado en este libro en el que la mala formación de una madre convierte en un rebelde social al hijo que se sabe no querido y despreciado por quien debería amarlo más.

Por suerte la esperanza se hace presente con la idea que tienen de un triunfo que los saque de una vez de  la exclusión social y familiar y esa posibilidad  en esta novela tiene el nombre de los Fox Billy Games. “Que sigan ahí. Ya tendrán tiempo para darse cuenta de su error, cuando los faroles brillen para mí, los billetes chorreen por la magia de mis manos, diez dedos en los que no quepa un anillo más…” , dice MC Yo.

Los chicos van a la escuela hasta un día, a veces los padres no se dan cuenta y los maestros prefieren que así sea. Sin ellos, no hay grafitis que recen “Cristo vive, pero la profe de religión no lo sabe”.

Pedro Antonio cuenta la vida de estos muchachos en todos sus aspectos. Narra la presión de la casa y las jugarretas de la calle. El caminar, el drama, los que caen en el reformatorio y los entierros con bandera, romo y reggaetón.

Me gusta especialmente el cuidado del lenguaje, pues aunque es muy dominicano también está escrita en un perfecto español, eso sí, respetando los giros, inflexiones y vocabulario característico de los jóvenes en el barrio y sobre todo de los raperos.

 La historia está no solo condimentada sino argumentada y capitulada con estrofas de canciones de raperos y reguetoneros tanto dominicanos como extranjeros.

 Las condiciones de los hijos de la inmigración también son tratados en Palomos, donde los chicos que se crían con sus abuelas porque sus madres están en el extranjero son atacados con expresiones sobre ella a la que siempre acusan de “estar planchando sábanas con la espalda”.

También de cómo los medios atacan a los ritmos urbanos y le adjudican toda la culpa por la violencia del país, sin embargo MC Yo llama a un programa y cuestiona a una presentadora “la gordita jura que el reguetón es el Ku Klux Klan de la juventud. Yo quiero que ella me diga si el coronel que agarraron con el camión lleno de cocaina oía esa música…”

Lacacho, MC Yo, MacGylver, El Chupi Chupi, El Menor, Cocco, Cerebrito, Américo, Judy Ann caminan, sufren en silencio y se hacen los fuertes recorriendo calles y entrando y saliendo de sus casas, la escuela, la cárcel, conscientes de que mucha gente, no los entiende, incluyendo una psicóloga que “no entiende ni un coño esta vaina de estar vivo”.

Aunque MC Yo es atacado por sus compañeros porque ha leído mucho, en un momento determinado es felicitado porque eso le sirvió para algo, luego le bombardean con “lo malo -o sea lo leído- se toma su tiempo para borrarse”.

Así como la sociedad quiere darle la espalda a toda esa violencia que supuestamente contiene -o incita esta música-, los raperos y reggaetoneros  lo que hacen es cantar lo que les rodea, lo que pasa en el día a día de sus vidas. No en vano hace esta descripción: “Los grafitis son páginas de un libro que permite leer la ciudad”.

Adentrarse en Palomos en ingresar a un mundo desconocido para la mayoría, que tiene su propia razón de ser y que se van develando a medida en que Pedro Antonio va contando las pequeñas peripecias y osadías y hasta ingenuidades de este pequeño grupo de amigos /enemigos / familiares que se mueve al ritmo de la música urbana, de aquí y más allá.

En algunos momentos  el libro también narra hechos reales que fueron noticia y que son reinterpretados por los muchachos en su estilo crítico, de tiradera y de cuestionamiento constante a las actuaciones de la policía, que se corrompe o que mata sin razón.

Esta no es una saga feliz, aunque sea una aventura. Como en la vida real, unos terminan bien y otros terminan mal.

Sin embargo, la esperanza nunca se pierde y con los que se salvan de las desgracias nacen canciones que si le ponemos atención, nos cuentan de gente que espera, sino comprensión, por lo menos, respeto.

Me gusta esta novela de Pedro Antonio Valdez. Me gustó escucharla y recomendarla como una oda a la dominicanidad.

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