CRÍTICA
La Raza: El fracaso de las cinco repúblicas

<STRONG>CRÍTICA<BR></STRONG>La Raza: El fracaso de las cinco repúblicas

Para no circunscribirme a la lista de los fracasos de los distintos proyectos de dominación que se verificaron en la Colonia descritos en el artículo anterior (España, Francia, Haití), la pregunta que me planteo es: ¿Por qué cuando la República Dominicana adquiere a partir del 27 de febrero de 1844 su estatuto de país independiente, libre, sin vasallaje de ninguna especie, fracasan todos los proyectos políticos, económicos, sociales y culturales orientados a crear una nación?

Casi todos nuestros historiadores del pasado, así como algunos intelectuales del siglo XX, buscaron la causa de esos fracasos en un determinismo biológico, con excepción de Américo Lugo, Juan Bosch y el poeta Franklin Mieses Burgos. El determinismo biológico es el discurso ideológico etno y eurocéntrico más fácil de escoger, pues ya tiene resueltos de antemano, como el materialismo histórico, los problemas planteados y esto le impide al intelectual ser creativo y pensar libremente y le lleva a abrazarse a ese simplismo. Además, casi siempre, ese biologismo desemboca en uno de sus vectores ideológicos más violentos: el racismo, instrumentalismo social por antonomasia.

Por ejemplo, los representantes de ese determinismo biológico han sido, en nuestra cultura, José Ramón López y sus seguidores, y más entrado el siglo XX, Pedro Andrés Pérez Cabral y Juan Isidro Jimenes Grullón. De una u otra manera, cada uno de ellos y sus seguidores encuentran en la mezcla de sangre de español y africano y su producto, el mulato, y de este y sus sucesivas mezclas sanguíneas un subproducto variopinto, la inviabilidad de la nación dominicana y la imposibilidad del pueblo dominicano de acceder a la civilización y el progreso, dos rasgos del Estado burgués moderno norteamericano o europeo.

Para Pérez Cabral (“La comunidad mulata”, p. 220), “la vocación servil tiene raíces étnicas y su auge se produce en el seno de la única comunidad mulata de la tierra, todo de conformidad con el complejo síquico del híbrido de negrero y esclavo…” Y más adelante, el autor añade lo siguiente a su determinismo: “En el fruto del cruce entre dos grupos étnicos somáticamente disímiles tiene lugar el fenómeno de la proclividad hacia una de las partes de la mezcla (blancofilia) en detrimento de la otra (negrofobia). El mulato intenta una evasión histórica y una renuncia al eclecticismo. Pugna por ‘arianizarse’ y, consecuentemente, por ‘desafricanizarse.”

¿De qué manera se manifiesta esa mezcla étnica en la práctica y las actitudes? A través de conductas como el servilismo, la adulación, la traición, la doblez y demás vicios que uno encuentra en otros tipos de sociedades, mezcladas o no, por lo cual es un determinismo, una ideología y una repetición de discursos biologistas construidos por pensadores europeos.

Dice Pérez Cabral: “El complejo mulato se expresa objetivamente a través de la blancofilia y, subsidiariamente, de la negrofobia. El deseo, empeño y afán de ser o aparecer más blanco distorsiona la conducta social del mulato, sobre todo en los planos u órdenes donde el hecho de ser negro recuerda o reactiva la cuestión infamante del esclavo africano. La adulación exacerbada es una tendencia de la conducta del mulato. La hipertrofia del miedo es otra.

El mulato se defiende adulando en las circunstancias de peligro e inicia así la carrera de la conservación de los valores físicos mediante el sacrificio de los valores éticos. La adulación no es otra cosa que una modalidad de defensa individual y colectiva, la forma de defensa social abierta. Hijo de dos huéspedes –llegado uno en son de conquista, traído el otro en función de siervo- el mulato adolece de una débil y todavía inconsciente vinculación telúrica respecto del territorio que le ha sido legado por la escogencia de uno de sus ascendientes y por imposición de éste sobre el otro. La inacabable y circularmente viciosa formación de una conciencia nacional es un derivado de la falta de secularidad profunda en los nexos entre hombre y tierra.” (pp. 220-221)

Nadie niega que síquicamente, y el propio Rafael Augusto Sánchez ha estudiado el problema, se haya producido esa distorsión en la conducta y actitudes del mulato y que la misma ha incidido en el fracaso de los proyectos políticos del país de 1844 hasta hoy, pero esa no es la explicación y el análisis de las causas por las cuales no hemos podido crear la nación dominicana y su correlato, el Estado nacional moderno.

Pérez Cabral  habla de “débil y todavía inconsciente vinculación telúrica”, de primacía de valores mercuriales frente a valores éticos y de “inacabable y circularmente viciosa formación de una conciencia nacional”, pero estos defectos no son propio del mulato, si bien es cierto que él ha sido, desde el siglo XVIII, el componente mayoritario de nuestra población y lo que haga o no haga para construir la nación y el Estado modernos es capital en la historia dominicana.

Pero una nación la crea un colectivo, llamado pueblo dominicano, y este fue excluido completamente de esa creación y ha sido excluido de las decisiones políticas que adoptaron quienes fundaron el Estado dominicano sobre la nación en 1844, y así lo han mantenido excluido hasta el día de hoy. De modo que esos tres aspectos del discurso de Pérez Cabral vienen a ser los mismos que Lugo señaló como causas específicas de la inexistencia de la nación dominicana, a saber: 1. Falta de cultura política del pueblo dominicano; 2. Falta de conciencia nacional; 3) Falta de conciencia de que pertenece a una comunidad; y, 4. Falta de unidad personal, es decir, que no se reconoce como sujeto; y 5. Juan Bosch le agregó la falta de conciencia de clase.

Estas faltas o ausencias son históricas, no determinismos biológicos o racistas y explican por qué no hemos sido capaces de formar una nación y un Estado modernos. Y para que se vea cómo estas ausencias funcionan en la realidad política de nuestro siglo XXI, pongo un ejemplo paradigmático: En su libro “Cartas desde Denver” (Ed. Librería La Trinitaria, 2010, pp. 138-141) Ligia Minaya, quien se identifica como escritora, cuenta a su prima Ligia Belliard la enorme crisis de identidad que sufrió el día en que se juramentó como ciudadana norteamericana y cómo esto le ha afectado su siquis, a pesar de que narra que a ella nadie la obligó a escoger esa opción.

El oficio de escritor es un asunto muy serio. No es una frivolidad. El escritor es quien transforma, en su cultura, las ideologías de época, el lenguaje, la historia, el sujeto y la literatura.

En este relato de Minaya tiene el lector o lectora la confirmación de la inconsciencia política, nacional, de comunidad, de sujeto y de clase de una persona que se identifica como escritora y creía, como el 99 por ciento de sus compatriotas, ser dominicana de pura cepa hasta que cambió de ciudadanía. Si estos son los escritores, a quienes la sociedad les atribuye la más alta conciencia iluminadora y les ve como faro que alumbran a quienes no han podido acceder a esas cinco conciencias que Lugo y Bosch teorizaron como específicas de la creación de la nación y el Estado modernos, ya pueden imaginarse el desamparo educativo, ideológico, político y cultural de la inmensa mayoría del pueblo dominicano. Y estas cinco faltas o ausencias analizadas por Lugo y Bosch son privativas de todas las clases sociales dominicanas, especialmente de las distintas fracciones burguesas que desde finales del siglo XIX han parasitado en torno al patrimonialismo del Estado autoritario fundado en 1844, responsable del fracaso de las cinco repúblicas habidas hasta hoy.

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