CRÍTICA
Norberto James y las  sombras   luminosas

CRÍTICA<BR>Norberto James y las  sombras   luminosas

En la mitología occidental el amor es todo luz, alegría. Y resulta que en el poema de Norberto James es, paradójicamente, oscuro. Y lo es, aunque en la realidad no tiene color, en gracia al oxímoron del título, figura que es, al parecer, la metáfora generalizada de la obra cuya exigencia mayor es la vocalización que como péndulo orienta la repartición sonora del texto a partir del encuentro de esa [o] con la sicológica oscuridad de la [u] que lexicalizan ambas vocales el amor como muerte que el poeta vislumbra llegar en cualquier momento.

La semantización de la muerte a partir de ese adjetivo OSCURO que da pie al título del libro, OSCURO AMOR (SD: Búho, 2010) es el tono mayor del ritmo que rige la escritura de James Rawlings, que con ambos apellidos sella su biografía filial petromacorisana, la cual ha ido a recalar en la voltereta del mundo, a Wellesley, cerca de Boston, donde se aposentó su vida después de emigrar de nuevo en aquel lejano decenio de los 80 del siglo pasado  con vista a realizar su doctorado en literatura en la Universidad de Boston.

Al hombre de “Sobre la marcha” (1969), “La provincia sublevada” (1972), con su puesta en abismo del poema “Los inmigrantes”, el cual no cesará de retumbarle al poeta en el oído, recomendándole siempre “Aléjate, vuela, sal de la isla, que tu destino es viajar”. De ahí en adelante el poeta James hará periódicas excursiones a la isla para vigilar sus poemarios “Vivir” (1981), “Hago constar” (1983” o sus “Obras” (2000) o su ensayo “Denuncia y complicidad”, de 1997, “La urdimbre del silencio” (2000, 2005 y 2007) y “Patria portátil” (2008). Sus amigos de afanes literarios le acompañarán, como en los días de la épica cotidiana en las aulas de la UASD, en cada visita a la Capital, sea para circulación de libros o para recibir algún homenaje: L. Mateo, Gómez Rosa, Elias, Lockward, Croes, Pedro Conde, este escribano y otros gerifaltes de las caídas cuadras de la izquierda.

Ese amor que no es luminoso me preocupa porque esa oscuridad a este punto y hora huele a despedida. Los títulos de cada poema están encastrados mayoritariamente en esas recurrentes [o, u] como las [bel] que nos anuncian, en Poe, el repique de difuntos. Y ese reparto de sonoridades en [o, u], la mayoría de las veces acentuadas, pero acompañadas siempre de [o, u] inacentuadas a gran proximidad, o como eco lejano que nos advierte que debemos estar atentos al ritmo de cada poema. Como en ese primer poema que abre el libro “Llamas de la noche”, donde el vocalismo en [o] orienta el sentido de la escritura en /fuego, ardoroso, rostro, formas, sopor otoñal, perros mudos, poeta, arribo, ladridos, por, noche, sombras, cobijo/, vocablos flanqueados por otros acentuados o inacentuados en [u] como /fuego, sus, asume nuevas, luz mudos, permutan, luces/.

Sin embargo, ¡cuidado!, los referidos vocablos condensan un cúmulo semántico perturbador. El sentido antagónico entre la luz y la oscuridad, como lo presagia el título “llamas de la noche”, “ámbar y luz”, “¿Qué sombras darán cobijo/a estas perennes y cambiantes luces?” (p. 13). Pero si luz ilumina mucho y oscuridad ensombrece otro tanto, ¡ojo!, el semantismo de estos dos vocablos es arbitrario y no es igual a su sonoridad, aunque hay una relación. En los poemas de James, el  cúmulo de [u] y [o] parece sugerirnos sicológicamente la condensación de lo sombrío, pero es el ritmo el que hace ese trabajo.

El método de la poética no exige la exhaustividad para probar una afirmación. El panorama paradójico de la oscuridad y la luz como el fin de la vida que está por acabarse, está convocado en “Retorno” (p. 14): “Mediodía/puño de luz/sopor extendido/golpean como quien salda cuentas.” También en “Lo que no sabe el cuchillo”: “Nada sabe el dolor/de las tinieblas que lo engendran/ni de los alcoholes que destilan/SUS PROPIAS SOMBRAS.” (p. 15)

La recurrencia del sentido fúnebre aparece en “Silencio”: “Silencio de ataúd/Oscuridad de ataúd/El silencio diseña su propia distancia/la distancia su singular sombra.” (p.16) En “Premonición” (p. 17) el narrador, que sospecho se metamorfosea a veces en autor, aunque es  difícil de decir “Aquí está James”, pero siento que algunos poemas no me transforman hasta el punto en que me reenuncie en ellos: “Antes de que se extinga/de inercia su corazón/esa mujer que hice mía/me habrá de negar repetidas veces/y en medio del sopor/de su agua de colonia (…)/habré de perdonarla”.

Al espigar otros poemas más lejanos, “Cuando te alcance” (p. 20), vuelven al oído los retintines de las variantes de lo oscuro o la muerte: “Máscara del olvido/Triste máscara del recuerdo/Asidero no le diste/a mi descarrilado amor”. O en “Desatado fervor” (p. 22) encuentro el mismo tono semántico de fracaso conducente a lo mismo: “Desatado fervor/Oscuro amor que me corroe la vida/Amor distante que fortalece y agrieta/los cansados cristales del día/Amor más triste que el llanto de la lluvia gris”.

Incluso el poema que da título al libro, “Oscuro amor”, es, a pesar de las ganas de vivir que exhala, lo sombrío de la enunciación, [o, u] comandan el sentido de la premonición: “El viento que guía tus naves/es el mismo que se despliega/en las sedientas sombras diurnas/de mi desfasado anhelo.” (p. 23) Unas diez páginas adelante, “Recuerdos que no fueron” (p. 33), el narrador nombra a la hasta ahora Esquiva, como si se prepara el sujeto narrador a vivir la experiencia expectante de la “Epístola moral a Fabio”, del capitán Fernández de Andrada: “La muerte vierte sus ecos/en metálicas copas/mientras las campanas ensayan/locas a la mudez de sus badajos”.

Espigado un espacio distante, el poema “Sobrevives” (p. 42) continúa tenazmente la sonoridad anunciada desde el primer poema: “Sobrevives la transformación/de tus propias sombras/la cascada de angustia sin fin/el cataclismo de amor no correspondido”. Un grupo de poemas: “Tu retrato”, (p. 44), “Ventana” (p. 45) en tiempo de bolero a lo Ríolobos, “Segunda ventana” (p. 47) “Forever you” (p. 48), “Habitar los pronombres” (p. 51), “Casi haikú” (p. 54), “Presente” (p.60), “Ahora” (p. 68) y “Domingo” (p. 69) que cierra el poemario, son textos de la nostalgia, de lo que pudo haber sido y no fue y que al llegar al cómputo de la vida, uno se recrimina por no haber sido un poco más osado. Pero si se lo hubiese sido, quizá estos poemas no hubiesen podido ser escritos por el sujeto que organiza la obra.

La conclusión a que llego, leído y releído el texto de James Rawlings, es que la vida nos da sorpresa (Blades) y que al alcanzar, a los 66 años, la madurez de su vida, el poeta ha escrito el gran libro con que debió comenzar su carrera poética en 1969 con “Sobre la marcha”. Con “Oscuro amor”, James atrapó, inconscientemente, la subjetividad del decir, suya y de los demás, al orientar el sentido de su obra a la vocalización como experiencia rítmica del lenguaje y de la vida a través del canto  al amor como aventura transpersonal.

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