CRÍTICA
Núñez y Rousseau: teorías con ficción

<STRONG>CRÍTICA</STRONG><BR>Núñez y Rousseau: teorías con ficción

La propuesta de utopía dominicana de Julio César Núñez se queda en suspenso con la renuncia del Líder a seguir gobernando el país luego de cincuenta años de ejercicio del poder.

Sin embargo, el planteamiento literario de Núñez deja abierto un paréntesis o vacío de poder que no es llenado por nadie. Para el país es una incógnita. ¿Llenará ese vacío uno de los Centuriones de Patria? Puede suponer dicho vacío que la conciencia política y de clase ha sido asimilada y hecha suya por el pueblo en cincuenta años de ejercicio del poder por el Líder que ha llevado al país a la prosperidad y bienestar en virtud de sus valores de integridad personal y excelencia.

Pero supone, además, la eliminación definitiva de las clases sociales que durante casi doscientos años se repartieron el  botín del país en virtud de una clara estrategia de exclusión de los sectores sin poder o con escasa incidencia política dentro del sistema social, dado el hecho de que ya, desde la Constitución de 1844, el pueblo mismo quedó excluido de la inexistente nación, mas no del Estado creado a partir de la centralización administrativa impuesta por la espada de Pedro Santana.

Quizá muchos de mis coetáneos y yo, por nuestra edad, no veamos hecha realidad la utopía creada por la pluma de Núñez, pero a quienes simbolizan hoy el legado de Santana, Báez, Lilís, Cáceres, Trujillo, el Triunvirato y Balaguer hay que alertarles que el sueño hipnótico de felicidad y fortuna al que se consagraron durante su reinado despótico no fue eterno y que, incluso con un pueblo anestesiado políticamente en cada etapa del autoritarismo, semejante sueño terminó en pesadilla, aunque el día del apocalipsis no habrá posibilidad de recomponer las fuerzas dispersas de la oligarquía y sus servidores pequeños burgueses.

Puede estar alojándose en la mansión presidencial, como lo advirtió Juan Bosch en 1929 al divisar el peligro del continuismo de Horacio Vásquez, una dictadura o cesarismo democrático que hoy encarna Leonel Fernández y su afán de perpetuarse en el poder mientras vida tenga.

Esa democracia formal que él encarna no es otra cosa que la ficción teórica del contrato social de Rousseau, es decir, la democracia representativa en virtud de la cual la voluntad general o mayoría aplasta sin misericordia a la minoría en virtud de la ganancia de la guerra electoral como dimensión de la política en el plano de la sociedad, según Clausewitz. Esta minoría, en ese contrato, juega la posición política de un significante y la mayoría la posición política del significado, pero funciona como la totalidad del signo, cuando no es más que una parte de este, es decir, el significado. De esta relación entre mayoría y minoría nace la relación indisoluble entre lenguaje y poder.

Como el poder es expansivo, todo lo quiere controlar. Tres períodos de gobierno lleva Leonel Fernández y mientras más poder tiene, más poder quiere. Controlado todo el escenario del dualismo metafísico-marxista de la  infraestructura, el poder se concentra ahora en el dominio absoluto de la superestructura. Se orienta a controlar las instituciones culturales donde se produce la crítica, pluralidad y multiplicidad de los discursos, donde sobrevive el sujeto intelectual: periódicos, radio, televisión, academias, asociaciones profesionales, institutos de investigación, ateneos, universidades, etc.

No se contenta con un Ministerio de Cultura que concentra en su seno y su poder el arte oficial o para-oficial y a la burocracia que en ella medra con el control de los cargos, las premiaciones otorgadas en un 95 por ciento a los intelectuales ancilares de ese Ministerio y sus dependencias, sino que ahora el programa goebeliano de control se inicia por la Academia de la Lengua, donde el Jefe de Estado se hace nombrar miembro de número, sin que se sepa cuáles son sus aportes lingüísticos, filológicos, gramaticales y literarios, reglas que rigieron a esa institución hasta el retiro de Don Mariano Lebrón Saviñón. De lugar de discusión e investigación, la ADL se ha convertido  hoy en una especie de lugar de veladas soporíferas idénticas a lo que era el Ateneo y el Partido Dominicano en la era de Trujillo: bastiones de declamadores y repetidores de la ideología del régimen. Mi conciencia cabal explica mi alejamiento de esa institución, así como la de muchos de mis colegas que creemos que a una Academia de la Lengua se accede por los aportes que apunté más arriba, y no por política.

Por eso cuando Rosario Candelier propuso que se eligiera a Tony Raful como miembro de la Academia en 2003 ó 2004, quienes colaborábamos con el poeta en la Secretaría de Cultura nos opusimos y le dijimos a Bruno que eso sería un acto politiquero y que era mejor que Raful entrara luego de salir de esa función pública y que fuera por méritos como los que exige la Academia para ser uno de sus miembros. Y justamente, contraviniendo este precepto de decoro y decencia, el propio Bruno impuso al Secretario Lantigua, quien a pesar de que sacó tres votos, fue elegido y luego validada su elección con el célebre procedimiento de las cartas firmadas a posteriori, pero antedatadas, para lograr legitimación. Con este procedimiento de las cartas firmadas por los académicos ausentistas, Bruno posee una mayoría mecánica que le permite reelegirse eternamente y control con poder absoluto la ADL. Gobierno y ADL se refuerzan mutuamente. En el caso Lantigua, nuestra posición fue semejante a la adoptada con respecto a Raful. Nada personal, solamente asunto de principios.

Estos casos de Lantigua y Fernández en la Academia de la Lengua espantan, pues indican la voluntad de esos poderes políticos de no arredrarse ante nada,  avasalladores y carentes de límites, como son. Quienes sueñan con un respeto a la Constitución de 2010 con respecto a una repostulación de Leonel, piensen en la Virgen de Altagracia con chiva. Si hay que reformar la carta magna, se busca y se compra a quien haga falta para ese trabajo. Quien impuso que la Constitución no puede modificarse mediante referendo, pagó caro su osadía.

Si no es posible modificar la Constitución  para permitir la repostulación, queda a mano el expediente de Kirchner, quien impuso a Cristina Fernández en Argentina. (Véase mi  artículo en Hoy del 9 de enero de 2008, pág. 13).

No estaremos ya lejos de ver a los intelectuales ancilares firmantes del manifiesto cultural con Leonel llevarle al Palacio el nuevo Álbum Simbólico, subtitulado “Los poetas cantan a Leonel” o a los prosistas del referido manifiesto, llevarle el nuevo libro “Perfiles de Leonel Fernández. ¡Que muera la cultura! ¡Qué vivan el arte y  la cultura  oficiales!

Este grito franquista no fue previsto por la Utopía dominicana de Julio César Núñez, quien nació en Martín García, estudió filosofía pura en Colgate University y en Granada, España, estudió el existencialismo francés, el pensamiento de Unamuno y Ortega, filosofía jurídica en New York University y el pragmatismo americano en Columbia University.

En síntesis

¡Que viva la muerte!

¿Para venir a ver estos tristes espectáculos  en un país carente de instituciones y donde reinan como amo absoluto el clientelismo y el patrimonialismo? Que grite mejor, como Arrabal, quien satiriza en su filme al grotesco general: “¡Que viva la muerte!” (Fin)

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