GABRIEL R. ROEDÁN HERNÁNDEZ
El 10 de octubre, 1992, volaba en una aerolínea norteamericana desde New York a Santo Domingo. Al llegar, la torre de comando de la terminal del aeropuerto Las Américas, informó al piloto de la nave que por motivos de seguridad no debía aterrizar hasta recibir nuevas órdenes, ya que al momento de nuestra llegada aterrizaba otra nave que traía en su vientre uno de los pasajeros más famosos y queridos de nuestra época. El santo padre Juan Pablo II que venía a participar en la celebraciones del quinto centenario del descubrimiento de América, oficiando una misa en la explanada frontal del Faro a Colón el día 12.
Por ese motivo, antes de aterrizar, tuvimos que volar en círculo varias veces sobre el poblado de Boca-Chica y el Mar Caribe. Ese día 12 el encendido del faro fue inolvidable. Aquella enrome cortina de luz en forma de cruz penetraba la atmósfera hasta perderse en el infinito, y al paso de las furtivas nubes se reflejaba en ellas la cruz de Cristo, visible a decenas de kilómetros a la redonda.
¡Una experiencia emocionante y espectacular! Emoción semejante solo la había sentido frente alas cataratas del Niágara, cuya inmensa cortina de agua se desliza buscando el seno de la tierra, y la inmensa cortina de luz me parecía un niágara buscando el seno de los cielos.
Ese 31 de diciembre la prensa y la radio invitaban a despedir el 1992 en la avenida del Puerto, frente al alcázar, donde se había erigido una plataforma para músicos y artista.
Se pretendía establecer, a partir de ése fin de año, la tradición popular de recibir todos los años venideros en ese sitio. ¡El momento culminante sería el encendido de la gran cruz de luz exactamente a las doce de la medianoche, con el respaldo de disparos de cañones y fuegos artificiales.
Esa noche era la primera vez. Este reportaje tardío, con sus detalles, lo hago para la crónica de nuestra historia, debido a la ausencia de reporteros en ese lugar aquella noche.
Con ánimo de no perderme ese acontecimiento histórico llegué a la plaza frontal del alcázar, donde tendría una mejor vista de las luces del faro y el show de la avenida. Una ligera llovizna caía desde el comienzo de esa noche y el público no se arriesgó a participar. ¡En la galería frontal del Alcázar no habían más de ocho personas. Ausencia total de fotógrafos y periodistas. Algunos músicos tocaban tímidamente ante el escaso público de la avenida. Comenzaron a oírse los primeros fuegos artificiales, los cuales seguían in-crescendo anunciando la proximidad de las 12.
Por fin llego el momento. Justamente antes de la medianoche una hermosa nube blanca navegaba sobre el cielo del faro deseando ser bendecida por la enorme cruz de luz. Sentí algo como el rumor de una algarabía en la segunda planta del alcázar; parecía que allí se encontraba reunida toda la corte de la realeza y la sociedad española de la época: Fernando e Isabel, Don Cristóbal, Don Diego, Doña María de Toledo, El Padre Las Casas, Montesinos… vestidos con sus mejores galas, alzaban las copas de un vino celestial, pletórico de alegría! ¡Eran las 12! Sonaron los cañonazos y estallaron los fuegos artificiales…se encendió la cruz y se reflejó imponente en la nube! ¡cuan emocionante fue contemplar el alcázar de Colón debajo de aquella enorme cruz lumínica del faro donde reposan los restos del valiente almirante del nuevo mundo!