Crónica de un país que anda sin Norte

Crónica de un país que anda sin Norte

¿Sabe usted querido lector, dónde queda el Norte?
Tomo mi brújula, observo con cuidado, y la agujita gris apunta a mi derecha. Desde que nací sé donde queda el norte, es decir, hacia las montañas aquellas, y atrás están las nubes negras y quizás el futuro mismo. Pero… pero el rey y sus cortesanos incondicionales dicen que mi brújula no sirve, que el norte queda al revés, a mi izquierda, donde ellos dicen que andan las nubes rosadas y felices; aclaro que todos mis vecinos dicen que mi brújula está buena, pero ocurre como dije que los cortesanos a unanimidad opinan que el Rey siempre tiene la razón.

Supongo que ni yo ni mis vecinos podemos patalear contra la brújula oficial incrustada de diamantes. El norte oficial es un dogma. Yo no le di mucha importancia a las diferencias, pero lamentablemente estaba equivocado, pues a las cuatro de la mañana fui apresado por los cascos azules, que registraron aparatosamente mi modesto laboratorio y confiscaron mi brujulita “como cuerpo del delito”, que usaba sin conocer su “enorme peligrosidad”. Aconteció que mi carcelero, a empujones poco corteses, me llevó esposado ante el Rey, que estaba rodeado de todo su gabinete de guerra y contra-espionaje.

Además, el palacio real estaba custodiado con los helicópteros alertas con todas las balas necesarias. Después fui investigado ferozmente acerca de mis intenciones por contradecir el norte oficial. Todos lucían mal dormidos y angustiados. Sin esperar el Rey me dijo que por mi peligrosa visión del norte se había visto obligado a decretar el estado de emergencia y acuartelado a todas las legiones. Usted –me gritó- ha desafiado mi poder, es un peligroso delincuente y malvado revolucionario.

Dijo además que mi norte era pura chusma; que fijar el norte no era cosa de la plebe sino una cosa oficial y secreta, y que lo contrario era un peligroso complot terrorista, y que por causa mía sus tropas podrían perder la guerra contra el enemigo, si su artillería disparara a un norte falso, distinto del oficial donde está el enemigo. Y –continuó- ¿qué pasaría con los linderos nortes de las parcelas que usted reversó y el caos de las navegaciones aéreas y marítimas que usted con oscuras intenciones causó? Gracias a usted con su brújula perversa, acabaríamos metidos otra vez en África o vestidos de pingüinos en el Polo Sur o en Patagonia.

Usted y el pueblo deben de saber –dijo el ideólogo oficial sobando su pistola- que el norte queda donde el Rey le dé la gana, que él se mete la estrella polar en el bolsillo, y tiene razones de Estado suficientes para eliminar a los obstinados en sostener un norte apócrifo y vulgar. Que el Rey en todos los gobiernos y en todos los tiempos dispone lo que el pueblo analfabeta tiene que saber, qué pensar y hacer, como el pueblo no sabe nada, el Rey, como si fuera su padre, piensa por él; y si el Rey, el amo, dispone que dos más dos son cinco, cinco son y se acabó la matemática vulgar… Señores –les dije con aire científico-: al norte lo gobiernan las fuerzas magnéticas. ¡Carajo! –dijo el Rey- aquí el magnetismo soy yo, sus fuerzas son terroristas y parte del Al-Qaeda iraní. Sé que por mi grave delito me hubieran fusilado, pero ocurrió que al Rey le informaron consternados que su lujosa brújula real se la habían robado, por lo que la prensa publicó:

Aviso Real

“Se ha extraviado el Norte del Gobierno. Al que lo devuelva intacto será bien gratificado, mientras tanto el Norte será el mismo Rey”.

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