Crónica de una muerta  infortunada

Crónica de una muerta  infortunada

Árbol  que crece torcido, nunca su tronco endereza, declama el decimero; loro viejo no aprende a hablar, reza  el dicho popular; otros tantos sentencian: Una costumbre hace una ley. Cada una de estas expresiones envuelve un dejo anti dialéctico que nos   condena a aceptar las cosas en su eterno presente y sin posibilidades de un necesario y exitoso cambio futuro. Lo peor de todo es que la práctica cotidiana parece darle la razón a aquellos que sustentan ese fatalismo inevitable.  Ilustraré la temática con un caso real convertido en tragedia humana.

Una joven de 22 años de edad  percibe cierto quebranto de salud expresado a través de un malestar general y fuerte dolor en ambos lados del pecho y de la espalda. Inicia su desgracia acudiendo a la emergencia del  hospital  más cercano a su residencia en Engombe. La paciente es medicada y despachada al hogar. Al no sentir alivio alguno a su malestar regresa al centro unas 24 horas después,  siendo de nuevo devuelta a su morada. Transcurridas cuarenta y ocho horas de comenzado el cuadro clínico, sin todavía notar mejoría alguna, y muy al contrario, experimentar un agravamiento de los síntomas, los familiares deciden transportarla al Hospital Doctor Luis Eduardo Aybar.

Por fin se decide internar a la infortunada, pero ya luce en condiciones críticas. Desesperada por el dolor torácico, la dificultad respiratoria y la fiebre que muestra la enferma, la familia opta por llevarse la agonizante mujer para el Hospital Doctor Marcelino Vélez, en donde luego de medidas heroicas, sofisticados estudios y cuidados intensivos la agonizante fallece. El deceso se produjo exactamente al cuarto día de la triangulada Odisea hospitalaria. No sabemos si la ahora occisa navegó por los mares de la Grecia Antigua, o si  quedó atrapada en el mítico y legendario triángulo de las Bermudas.

La triste realidad nos la vino a relatar el cadáver a través de una autopsia. Mediante el experticio, la fenecida nos mostró una Neumonía en la base de ambos pulmones, acompañada de acumulación de pus en las cavidades pleurales. Mostraba además evidencia terminal de un estado shock séptico mortal. Conociendo la historia natural de esta enfermedad podemos inferir que un examen físico básico de entrada, conjuntamente con un simple hemograma y una radiografía de tórax  hubiera bastado para hacer el diagnóstico correcto temprano. Un cultivo bacteriano nos permitiría identificar el germen responsable de la infección y el antibiograma diría el tipo de antibiótico a utilizar para yugular la enfermedad.  

Piaste tarde,  exclamaría el borracho luego de sentir en su garganta el pollito ingerido en calidad de huevo.  La vieja y dañina práctica de tratar síntomas y no enfermedades generó los pasos del calvario que concluyeron con la crucifixión de la desgraciada joven. ¿Cuántas  muertes adicionales habrán de acontecer  antes de que esta vieja y mortal práctica hospitalaria pueda ser erradicada? ¿Qué hacer? ¿lamentarnos? ¿conformarnos, o enfrentar la situación?  William Shakespeare en el  tercer acto de su obra inmortal  Hamlet, nos dice en soliloquio: Ser o no ser, esa es la pregunta. Don Alberto Amengual diría: Sea usted el jurado.

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