Crónica de una muerte anunciada, de García Márquez

Crónica de una muerte anunciada, de García Márquez

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En la primera línea del párrafo inicial de Crónica de una muerte anunciada, de Gabriel García Márquez, en honor a cuya memoria ofrecemos estos artículos, figura una paradoja referida a lo religioso: El día que iban a matarlo, Santiago Nasar se levantó a las 5:30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo. Su madre creyó que Nasar se había equivocado de fecha cuando lo vio vestido de blanco, y al recordarle que era lunes “él le explicó que se había vestido de pontifical por si tenía ocasión de besarle el anillo al obispo”.

Su madre lo contradijo:

“Ni siquiera se bajará del buque -le dijo-. Echará una bendición de compromiso, como siempre, y se irá por donde vino. Odia este pueblo”.

Así presenta la escena: “…el obispo empezó a hacer la señal de la cruz en el aire frente a la muchedumbre del muelle, y después siguió haciéndola de memoria, sin malicia ni inspiración…”.

La religiosidad de Santiago Nasar era fantasiosa, ornamental. Era, como dice el pueblo, creyente, pero no militante. El narrador afirma que Nasar sabía que era cierto lo que le dijo su madre sobre el obispo. “Pero los fastos de la iglesia le causaban una fascinación irresistible. ‘Es como el cine’, me había dicho alguna vez”.

El narrador expone la visión de la madre de Nasar sobre el obispo, que era como decir sobre la religión, lo sagrado:

“A su madre, en cambio, lo único que le interesaba de la llegada del obispo era que el hijo no se fuera a mojar en la lluvia.”

La actitud de Nasar y su madre frente a la religión indica que la creencia devota en los dogmas católicos que caracterizaron a los religiosos de otros tiempos empezaban a desvanecerse: era el reflejo de la etapa de transición socio-económica en que se vivía.

Hay casos extremos: “Mi hermana la monja -dice el narrador- anduvo algún tiempo por la alta Guajira tratando de convertir a los últimos idólatras…”.

La cruda expresión del Dr. Dionisio Iguarán de que “tenía que ser cura para ser tan bruto” es un detonante de cómo iba siendo cuestionada la religión en Latinoamérica. El médico legista del pueblo se había manifestado en esos términos luego de ser informado de la autopsia que le hicieron a Nasar el estudiante de Medicina Cristo Bedoya y el cura párroco.

Era evidente un cambio de actitud en la Iglesia Católica: debía situarse al ritmo de la historia. No podía quedarse atrás. Este fenómeno lo explica con claridad Tulio Halperin Donghi:

“No es extraño entonces que la resistencia eclesiástica sea sólo un episodio relativamente pasajero en la adaptación de la institución del nuevo orden; en algunos decenios la iglesia latinoamericana aprende a vivir dentro de él, y para volver a usar su influjo sobre los sectores altos, que está lejos de haber desaparecido, debe presentarse como dispuesta a aceptar lo esencial del cambio ocurrido y a desempeñar dentro del orden nuevo papel”.

Françoise Pérus se refiere a la situación con estas palabras:

“…Es cierto que, en la medida en que es menester doblegar la resistencia de una Iglesia hasta entonces feudal, se crea un sentimiento que, antes que laico propiamente dicho, es anticlerical.”

Los cambios en la visión evangelizadora de la Iglesia no se hicieron esperar. Algunos sacerdotes latinoamericanos levantaron la la llama de la rebelión. Con el encuentro de obispos celebrado en Medellín, Colombia, en 1968, se incrementaron los nuevos aires que transitaron por catedrales de las grandes ciudades y de los humildes templos de poblados y campos. Ya entre 1962 y 1965 se había realizado el Concilio Vaticano II, iniciado por el papa, y hoy santo, Juan XXIII y concluido por Pablo VI. Ese cónclave marcó el siglo XX por ser profundamente renovador.

Es así como en la década de 1960 no sólo se introducen cambios en la liturgia católica, sino que por primera vez viaja a América un Papa: Paulo VI, que visitó Colombia. También el Papa Juan Pablo II viajo a América en varias ocasiones.

García Márquez cuenta la coincidencia de que once años antes de la visita de un Papa al Nuevo Mundo, él narró, en uno de sus cuentos incluido en Los funerales de la Mamá Grande, la visita de un vicario a nuestro continente.

Pero la versión que sobre la religiosidad de nuestros pueblos ofrece García Márquez, no puede analizarse aisladamente en una obra en particular: su producción intelectual sintetiza la historia de Nuestra América, especialmente la del Caribe.

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