Crónica de una muerte verde anunciada

Crónica de una muerte verde anunciada

En estos días estuve ejercitándome, junto a mi esposa y al muy querido Tío Mario, en el lugar que, desde sus inicios, hemos considerado “el pulmón” de la capital: El Jardín Botánico. Mientras sudaba toxinas, miré a mi alrededor… esperaba encontrar todo el verdor que le ha sido sello de vida y atractivo de salud al Jardín. Paso a paso, una tristeza enorme me fue acompañando a la vez que enmudecía ante el escenario que me dominaba. Es como si aquellas saludables caminatas para los participantes, que con sobrada razón luchan por su propia vida y por los demás, se hubiesen convertido en matanzas para el seno que cada año les recibe.

Árboles maltratados, indicaciones ausentes, títulos de árboles desaparecidos, fuentes secas y sin esperanza de que sus bombas de agua sean puestas en funcionamiento para darles un simple aliento, cantidad de troncos cortados y abandonados a su suerte en lugar de ser removidos para preservar la belleza que les alberga, algún que otro pabellón ausente de verdes prendas, un Jardín Japonés que ya no lo parece, una puerta hacia el Este que fue construida para dar amplitud de circulación que hoy está cerrada hasta los dientes; una cañada pobremente alimentada por agua completamente contaminada, fuente de mosquitos por falta de circulación gracias a la ausencia de una planta de tratamiento, empleados cobijándose con techos acartonados mientras almuerzan en presencia de los visitantes…

Necesitamos descubrir las fuentes de la alegría original que dio vida a ese tesoro, e impregnar en el corazón mismo del Botánico el espíritu de resucitar aquello que va muriendo, al tiempo que alentar lo que va naciendo. Si hoy se le ocurre a uno de esos miles de caminantes por la vida visitar el lugar que cada año les acoge para sus testimonios, el choque emocional sería espantoso. Hoy, no es la misma fiesta que a millares de corazones unidos por una misma causa no les permite ver más allá de su compañero, o compañera de al lado.

Hoy, el Jardín Botánico nos da la impresión de un territorio árido y desierto. Quizás porque no hay lucha contra las fuerzas que producen su muerte y lo abandonan a su mejor suerte. Nuestras actitudes deben y tienen que cambiar. La injusticia que nos marca el futuro cada día más incierto nos aleja del verdor y la paz ambiental.

El vivir tranquilamente instalados y sólo visitar este pulmón natural una vez al año para la gran caminata de la salud, nos hace cómplices del deterioro en el que está sumido este corazón natural. Con una nueva actitud y nuevas ideas, alentemos lo que va naciendo, antes que nos acaben de quitar la vida.

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