CRÓNICA DEL SER

CRÓNICA DEL SER

LUIS O. BREA FRANCO
Origen del término “nihilismo”.
El pensador español José Ortega y Gasset escribe que: “las ideas se tienen, pero sobre las creencias se está”, con lo que buscaba subrayar que no debe esperarse que surja el desasosiego en una sociedad o época, cuando cambien las ideas que regulan el conocimiento, pues éstas son accesorias, son instrumentos para conocer mejor el mundo y si hemos podido vivir sin ellas durante mucho tiempo, igual será, si desaparecen de pronto.

 Sin embargo, cuando las creencias pierden validez sentimos que el tinglado del universo se hunde y todo pierde significado. Ello ocurre, precisamente, porque cuando pierden crédito individual y social las creencias tradicionalmente aceptadas –que son el pedestal, la base sobre la que descansa nuestra vida, nuestra éticidad y, en general, nuestro horizonte vital, nuestro mundo- sentimos que sin ellas el edificio social se derrumba, y tenemos la impresión de que flotamos en un ámbito extraño, hostil, sin orientación alguna.

Nietzsche, que como analista y desmitificador del fenómeno del nihilismo fue un maestro, señala los grandes aportes que hizo el cristianismo a lo que fue la seguridad vital e histórica de la humanidad europea. Éste confería al hombre un valor absoluto a pesar de su nimiedad respecto a las dimensiones del universo; el mundo aún con el dolor y la muerte era algo perfecto, pues era la creación de Dios y su reflejo.  

El hecho de descender de lo divino y estar en contacto con Él le daba al ser humano participación y conocimiento de los valores absolutos. Con ello –concluye el filósofo-: “Se evitó que el hombre se despreciara… que tomara partido contra la vida, que desesperara del conocimiento: El cristianismo era un «medio de supervivencia». La moral –cristiana- era un «remedio» contra el nihilismo…”.

Sin embargo, Nietzsche reconoce que ya en su siglo –el XIX- no hay posibilidad de restaurar históricamente la visión absoluta que sirvió de base al cristianismo.

Reconoce que desde el siglo XIX en adelante, Occidente se encuentra “En el horizonte del infinito. Hemos abandonado tierra firme… Hemos dejado el puerto atrás, más aún, hemos roto vinculación con tierra firme. ¡Toma precauciones! A tu lado está el océano… llegaran horas que reconocerás que es infinito, que no hay nada tan terrible como la infinitud. Ay, cuando te viene la añoranza de la tierra firme, como si hubiese habido [en ella] mayor «libertad»… y ya no hay «tierra firme»”.

El nihilismo surge como el estado normal, el estado de vida predominante, cuando en todos los actos y situaciones que vivimos descubrimos que falta la finalidad, el sentido, la referencia a un valor que rija para todos. Entonces, viene a “faltar la respuesta a la pregunta por el «por qu黔. Y Nietzsche de nuevo se cuestiona y responde tajantemente: ¿Qué significa nihilismo?, y su respuesta es concluyente: «que los valores supremos se desvalorizan»”. Esta es, creo, la respuesta elemental, que podemos dar, hoy, cuando nos cuestionamos sobre qué es nihilismo.

Si nos atenemos a la primera apariencia, el término “nihilismo” provendría del latín “nihil”, que significaría aquello que en nuestra lengua se traduce con la palabra “nada”. Sin embargo, en realidad resulta que, según la Real Academia Española registra, la palabra “nada” es derivación del término latín: “res”, que significa, como se conoce comúnmente: “cosa”. En este sentido, el término “nada” indicaría al origen de todo ente que viene considerado como generado, es decir como “nato”, “nata”: como nacido de alguna manera, generado o como derivación de algo.

Contra toda apariencia cotidiana la más alta autoridad investigadora de nuestra lengua rebate, derrumbando lo que siempre hemos creído, que la palabra “nada” proviene del latín “nihil”. Lo que afirma y defiende la Academia, lo corrobora y explica J. Corominas, en su clásico “Diccionario Crítico Etimológico”: por lo menos en español el término “nada” no proviene de la palabra latina “nihil”, sino de una modificación negativa de “cosa, o ente nacido o generado”.

Si, no obstante el desengaño que hace nacer en nosotros la Academia y el Diccionario de J. Corominas, buscáramos la relación de la palabra indicada –nada-, con “nihil”, es decir con la raíz latina de la palabra nihilismo, entonces nos topamos con un quebradero de cabeza, puesto que, para comenzar como se debería la indagación, tendríamos que tener alguna idea de lo que significa y sobre el origen de ésta última, de “nihil”. Pero, ¿realmente lo sabemos o simplemente creemos saberlo? 

Veamos. “Nihil” es palabra latina compuesta a su vez de dos palabras: “ne-hilum”. La palabra originaria en latín señalaría a la expresión: “sin hilo”, por consiguiente ésta significaría que de lo que se dice “no”, es respecto a que exista, que se tenga o que se esté en una “relación” con algo. El término “hilo” parecería indicar a un nexo.

Heidegger, que conocemos por su búsqueda incesante de la resonancia de las raíces de las palabras; que ante todo indaga en las relaciones etimológicas primarias, sostiene que sería importante determinar el significado originario de “ne-hilum”.

Razona Heidegger: si el nihilismo ha asumido una importancia tan grande para el hombre occidental, para evitar toda confusión sobre un asunto tan vital, sería necesario que intentáramos establecer el significado prístino del término “nihil”, que luce constituir el núcleo de la palabra que enuncia el fenómeno a que nos referimos.

Empero, el filósofo alemán en su monumental interpretación de Nietzsche, cuando ataca el problema del nihilismo, señala: “El significado de la raíz latina, “nihil”, sobre el que ya reflexionaron los romanos, “ne-hilum”, sigue sin aclararse hasta el día de hoy”.

Sin embargo, podríamos hoy elaborar una interpretación histórico-antropológica del significado del término latino.

La idea primaria que está contenida en la negación –“ne”, de “ne-hilum”- consiste en que se niega que se tenga un hilo, sin definir de qué hilo se trata.

Esta referencia nos proyecta hacia la sabiduría y el significado originario que los pueblos daban a las cosas. En ese contexto cabría pensar que en los primeros tiempos la expresión pudiese indicar gráficamente a la imagen de que lo esencial para la existencia pende de un hilo, que lo viviente es algo frágil, en extremo grado perecedero.

La vida o el sentido de ella sería tributaria de un filamento, que si falta o se rompe se producirían efectos catastróficos. En botánica y biología, el hilo designa el punto que une el grano de trigo a la espiga, o el funículo que une los rudimentos seminales y, luego, a las semillas, y el óvulo a la placenta.

A ello podríamos asociar, igualmente, que la vida y la salud penden de un hilo; el pensamiento es posible porque somos capaces de seguir un hilo, y para Teseo, la supervivencia la garantizaba, en el Laberinto, seguir el hilo que le entrega Ariadna.

Esa “nada”, ese punto frágil, “esos tiernos brotes” que sostienen la vida consciente y el mundo, por ejemplo, según Iván Karamásov, constituiría el necesario, imprescindible nexo que permite que se mantenga vibrante, presente, despierta, la energía vital, y que en ella se produzcan los equilibrios que la mantienen.

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