Parece mentira que hace apenas dos años viajé a Cabo Haitiano para la inauguración de la universidad donada por los dominicanos a Haití. A diferencia de los dignatarios que arribaron en helicóptero directamente al magnífico campus del recinto, otros invitados llegamos en avión al aeródromo y debimos recorrer varios kilómetros de carretera, poco menos de media hora, para llegar a La Limonade.
En el trayecto estalló en mi memoria el poema de Héctor Incháustegui Cabral, “Canto Triste a la Patria Bien Amada”, pues parece escrito para describir lo que entraba a raudales por la azorada mirada curiosa de los periodistas que íbamos custodiados por tropas de las Naciones Unidas.
El canto del insigne poeta banilejo parecía una música de fondo para la sofocante realidad detrás del vidrio del minibús con aire acondicionado: “…un paisaje movedizo, visto desde un auto veloz: empalizadas bajas y altos matorrales, las casas agobiadas por el peso de los años y la miseria, la triste sonrisa de las flores que salpican de vivos carmesíes las diminutas sendas. Una mujer que va arrastrando su fecundidad tremenda, un hombre que exprime paciente su inutilidad, los asnos y los mulos, miserable coloquio del hueso y el pellejo; las aves del corral son pluma y canto apenas, el sembrado sombra, lo demás es ruina…”.
Es bien sabido que el paisaje descrito por Incháustegui Cabral es dominicano, del Sur profundo, a diferencia del rincón del noreste haitiano donde aparenta haber menos miseria que en el resto de ese deforestado y agobiado país. También hay que recordar que aparte de su belleza y “temblor”, como habría dicho Freddy Gatón Arce, los versos de don Héctor contienen una valiente denuncia política hecha en tiempos terribles:
“Patria, jaula de bambúes para un pájaro mudo que no tiene alas, Patria, palabra hueca y torpe para mí, mientras los hombres miren con desprecio las pies sucios y arrugados, y maldigan las proles largas, y en cada cruce de caminos claven una bandera para lucir sus colores nada más… Mientras el hombre tenga que arrastrar enfermedades y hambre, y sus hijos se esparzan por el mundo como insectos dañinos, y rueden por montañas y sabanas, extraños en su tierra, no deberá haber sosiego, ni deberá haber paz, ni es sagrado el ocio, y que sea la hartura castigada…”.
A los ricos de Haití, pese a los guardias rubios, nadie les dice sus verdades…