Crónicas de dos días

Crónicas de dos días

Crónica primera

Obra en dos actos.

Primer acto

(Sale Leonel Fernández con semblante alarmado, mira al cielo mientras se zafa la corbata. Con un gesto nervioso se pasa la mano derecha por los cabellos y exhala un suspiro. Finalmente grita, abriendo los brazos y desesperado:)

–¡Me derrotó el Estado!

Se cierra el telón.

Segundo acto

(Sale Danilo Medina sonriente, el rostro rebosante de alegría, los dientes al aire. Mira al cielo y vuelve a sonreír. Casi musitando, exclama:)

–¡La historia me absolverá!

Se cierra el telón.

Crónica segunda

A quienes les interesaba por qué siempre llamo “plutocracia” a lo que otros llaman “democracia”, que estudien el fenómeno ocurrido con la legión de aspirantes que se postularon para ingresar al Comité Central del Partido de la Liberación Dominicana. Según el diccionario de la RAE, plutocracia es el gobierno de los ricos, y en la República Dominicana hace tiempo que la práctica política es asunto de dinero. Lo que hemos visto es que para llegar a un cargo del partido hay que tener dinero suficiente, y engrampar coyunturalmente con las finalidades de los grupos de control. ¿Cuánto cuesta llegar a senador, diputado, síndico, y hasta regidor o concejal? Son cifras estratosféricas, imposibles de manejar por un hijo de machepa, que hacen del accionar político un campo empresarial de amplia movilidad social.

¿Acaso todos esos “patriotas” que se “sacrificaban” para ir al Comité Central del PLD son mártires de la causa del pueblo? ¿Invocaban un programa de saneamiento de la corrupción que ha infectado a ese partido, o se proponían matrimoniar el “discurso” con la “práctica”? En sociología hay lo que se llama “el poder de mostración social”, una mecánica que refleja el nivel adquisitivo de una persona y su exponencial dinerario así como su importancia social, a partir de la exhibición de los bienes materiales y el cambio en el estándar de vida. Las sociedades se mueven impulsadas por la influencia de los paradigmas, por los “valores” que la sobredeterminan; los paradigmas exitosos que el PLD ha desplegado con un buró político de pequeños burgueses transformados en multimillonarios, hace correlativo el hecho de que “llegar” al Comité ejecutivo es estar más cerca de “donde se corta el bacalao”.

La “democracia” dominicana es una plutocracia desvergonzada, y quienes no lo creían que miren ese carnaval de aspirantes al Comité central del PLD, y que estudien sus resultados. Porque, en virtud del valor del dinero, ya la pava no pone donde ponía.

Crónica tercera

La ahora más célebre expresión de Danilo Medina “Me derrotó el Estado”, violaba entonces la lealtad tribal que todo Partido-Estado demanda de sus dirigentes. El PLD es un partido financiado por el Estado, y lo que podíamos advertir en la práctica era que el liderazgo absoluto de Leonel Fernandez se concretaba con la tarea de fundir al Partido con el Estado. Él no actuaba como un líder político, sino como objeto imagen alter ego del Estado (Cada tránsfuga con su nombramiento bajo el brazo, subsidios a granel, sostenimiento de la estructura con fondos estatales a través de las nóminas “CB”, presupuesto paralelo como el de la Sun Land, distribución a sus aliados de las instituciones públicas, hipercorrupción genealizada, y acumulación originaria de capital de sus seguidores, etc.).

Lo que Danilo Medina quiso significar con aquella expresión fue que para derrotarlo, Leonel Fernández prostituyó todas las instituciones del Estado, ubicándose en su lugar. Y que, para lograr esta pretensión de prolongarse como líder único dentro del PLD, el Estado era como un baño lustral que transformaba a Leonel Fernández en Dios. Nada extraño, porque Joaquín Balaguer gobernó sin partido, y en lo único que creía era en el poder de la nómina pública y en la fuerza del presupuesto.

Aquellas dos lágrimas cansadas que colgaban de las mejillas de Danilo Medina, la noche en que tronó desvencijado por el poder, son hoy un monumento, un faro que ilumina todo cuanto ha ocurrido en estos días. Le dio su propia medicina, le recetó de su propio chocolate, y demostró que no hay dioses en la práctica política, usando el Estado para reventarlo, como lo hicieron con él. “Leonel Fernández: ¡Me derrotó el Estado!” ¡Oh, Dios!

 

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