Crónicas del ser

Crónicas del ser

El hombre que ha nacido y se ha educado en una sociedad viciada por la explotación del hombre por hombre lleva los estigmas y las desviaciones de un mala educación; no está capacitado para vivir libremente desde la adopción de la ley del cálculo racional; no está preparado para crear una vida dichosa de acuerdo con sus auténticos intereses. Es por ello que a partir de Chernishevski, la tarea principal del hombre nuevo será “reeducarse y reeducar a la sociedad en el espíritu de la ciencia nueva”.

“¿Qué hacer?”, la novela de Chernishevski, lleva como subtítulo: “Relato sobre los hombres nuevos”. Hombres nuevos, ya lo sabemos, es la manera como se nombra a si misma la nueva juventud radical que comienza a aparecer en Rusia desde 1856, es decir, después de la derrota  en la guerra de Crimea y la desaparición del zar Nicolás I.

Se contraponen así, violentamente, a la generación de los “padres”, que califican como la generación “romántica”, la de los “hombres superfluos”.

Los “hijos” -los hombres nuevos- reprochan a la anterior generación su narcisismo y complacencia al experimentar y describir estados de ánimo psicológicamente complejos, como, por ejemplo, éstos se revela en los personajes de las obras de Turguéniev. Los héroes literarios de los años “cuarenta” se muestran condenados a vivir desgarrados entre la necesidad de realizar el ideal mediante una acción transformadora y liberadora en el campo político, social o personal, y la ociosidad y la indecisión en que, de hecho, se mantienen. Esta actitud viene interpretada por los “hijos” como una manifestación de pereza y cobardía, como un abuso de la retórica y el testimonio de su abandono total en las alas de la pura fantasía.

Así, lo que los “padres” llaman, bajo la influencia de Hegel, “dialéctica”, para los “hijos” es pura verborrea, puro hablar sin compromiso ni consecuencias.

Mientras los “padres” eran ricos y educados y se revelan socialmente inútiles mientras se declaran progresistas y revolucionarios de pura labia, los “hijos” ven en la riqueza y en la cultura, de las que carecen, un ejercicio de ostentación inútil y un obstáculo en el camino de iniciar la transformación revolucionaria de la sociedad.

La cultura erudita y libresca, así como el arte, no tienen sentido -afirman- cuando se vive en una sociedad injusta y retrasada como es la rusa. A lo que aspiran los “hijos” es a superar esta situación mediante un cambio violento en las estructuras de la sociedad.

Lo productivo para los nuevos tiempos -la década de los años sesenta del siglo XIX-, lo útil y deseable en ese momento consiste en dedicarse a la ciencia, dedicarse a hacer adelantar la verdad apodícticamente demostrada, como acontece en la práctica del conocimiento científico experimental.

La ciencia –según se revela a los “hijos” en la visión de Chernishevski- sacia la necesidad de un conocimiento práctico, seguro, que pueda servir operativamente para orientarse en el mundo concreto y proporciona, además, los instrumentos para transformar el universo en el sentido hacía donde apunta la racionalidad. Esto se busca lograrlo no sólo con respecto a una verdad sobre el orden natural, físico, sino, sobre todo, en el plano psicológico, social, moral y metafísico.

Chernishevski fundamenta su ideal de ciencia al seguir las hormas de la llamada “Escuela materialista alemana”, que tiene como portaestandarte al médico, Friedrich Ludwig Büchner (1824–1899), quien es el máximo divulgador del materialismo monista -que concibe la materia como el único elemento constitutivo del universo- conjuntamente con Jacob Moleschott (1822-1893) y Karl Vogt (1817-1895).

Büchner, en 1852, había sido nombrado profesor de medicina en la Universidad de Tübingen, donde publica su obra “Kraft und Stoff: Empirisch-naturphilosophische Studien” (Fuerza y materia: Estudios empíricos de filosofía natural, 1855).

En este trabajo, “producto  -según Friedrich Albert Lange, un estudioso kantiano que tuvo una gran influencia en la formación de Nietzsche a través de un libro titulado: “Historia del materialismo”, publicado en 1866- de un entusiasmo fanático por la humanidad, el autor trata de demostrar la indestructibilidad de la materia y de la fuerza, de la energía que de ésta deriva”.

El apasionado materialismo extremo de esta concepción condujo a que el libro fuera considerado, en círculos científicos académicos, como una visión insostenible, sustentada en una actitud demasiado fantasiosa y, posteriormente, como consecuencia del debate abierto desde su publicación, provoca una intensa oposición de sus colegas frente a las tesis asumidas, lo que  produjo que el autor se viera obligado a renunciar a su catedra. Se retira, entonces, a su natal ciudad de Darmstadt, donde se dedicó a practicar la medicina y a publicar escritos sobre temas patológicos y fisiológicos, en revistas especializadas.

El lector –creo- podrá recordar que esta obra era prácticamente el libro de cabecera del nihilista Bazárov -el nihilista de la novela de Turguéniev- quien lo recomienda a los hermanos Kirsanov -prefiguración de los “padres” en ese relato- para que con su lectura y estudio pudieran ponerse al día en su cosmovisión.

Chernishevski, apoyado sobre semejante base teórica sobre las características de la ciencia, cree y pretende explicar que el ser humano pertenece por entero al orden material: “La filosofía ve en lo humano lo que ven en este la medicina, la fisiología y la química”.

En el siglo XIX la ciencia avanza, y el escritor ruso ve en su época “el siglo de los copérnicos de la fisiología y de la química. Ya no se profesa el escepticismo, ni tampoco la credulidad, que manifiesta un conocimiento insuficiente de las ideas elaboradas por la ciencia actual. Lo que la ciencia presenta, en lo adelante, es tan cierto como «la rotación de la tierra, la ley de la gravedad o la afinidad química»”.

Este movimiento materialista se caracteriza, además, por la pretendida capacidad de otorgar a la ciencia vigente la propiedad de colocar en las cosas el sello de “comprobado y demostrado”. Por ello -razona Chernishevski-, “quien una vez ha admitido las nuevas ideas, no tiene ninguna posibilidad de volver hacía atrás”. Está convencido de que “el carácter esencial de las concepciones filosóficas de hoy es su certeza inconmovible, lo que excluye cualquier inestabilidad en las convicciones.”

Por basarse en semejantes certidumbres, “los hombres nuevos” adoptan una actitud social marcada por un talante cortante y totalmente despreciativo frente al adversario de otros tiempos. En ellos la certeza ideológica actúa como un bloque que sella todo posible resquicio abierto a la incertidumbre, a la indecisión o a la perplejidad.

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