Crónicas del ser
Iván Turguéniev o el arte de describir sin tomar partido

<STRONG>Crónicas del ser <BR></STRONG>Iván Turguéniev o el arte de describir sin tomar partido

POR LUIS O. BREA FRANCO
Hoy, creo, muy pocos entre nuestros intelectuales conocen algo significativo sobre Turguéniev, menos aún son aquellos que han leído algunas de sus obras, entre las que sobresalen excelentes novelas, cuentos inmejorables, ensayos acuciosos, bien ponderados y bellamente escritos, al igual que hermosos y profundos poemas, escritos en verso y en prosa.

Sin embargo, Turguéniev en su tiempo fue el escritor ruso de mayor renombre en Europa occidental. Prueba de ello fue el doctorado «Honoris causa» que le otorgó la Universidad de Oxford en 1879, por la calidad de su obra literaria y como «paladín de la libertad en su patria».

Belinski, de quien fue gran amigo y a quien siempre trató de ser fiel en su obra –a él dedicó su primer libro, «Memorias de un cazador», donde desnuda el sistema opresivo que engendraba la servidumbre de la gleba-, lo definió, algunos meses antes de morir, como «gran escritor democrático, infatigable luchador por la causa de la emancipación del pueblo».

Henry James, gran escritor estadounidense refugiado en Inglaterra, por su parte, lo calificaba como «el novelista de los novelistas»; y Edmond Goncourt se refiere a él como «el dulce gigante –le doux géant-: siempre amable, encantador, infinitamente agradable, conversador magnífico».

Turguéniev era amigo entrañable de los más destacados escritores de Francia en la segunda mitad del siglo XIX, entre los que destacaban Flaubert, Michelet, Renan, Daudet, George Sand, Zola y Maupassant; estos le conocían como «la sirena», pues consideraban que era imposible escapar de las redes tendidas por la elegancia, concisión, musicalidad y expresividad emocional de su palabra alada, después de haberlo escuchado por un momento.

El novelista ruso es un escritor con garras. En su lectura –doy personal testimonio- atrapa de manera compulsiva al lector, de tal suerte que lo cautiva hasta terminar el libro o debe hacer gran esfuerzo de voluntad para abandonar la lectura.

En sus escritos se valora, además de la gracia poética y la insuperable e inspirada descripción de la naturaleza, el extraordinario talento que muestra al retratar a sus personajes desde una descripción serena; su escritura es fascinante porque revela la agudeza del escritor para percibir y delinear los más finos matices de sensaciones, vivencias, sentimientos y emociones, que son vertidos en un estilo intimista, límpido y hermoso.

Turguéniev en su novelística se concentra en destacar el universo del carácter y los sentimientos; su visión descubre los nudos dolorosos que la vida proyecta, en todo momento y lugar, sobre los sueños, proyectos y acciones de los seres humanos inmersos en lo cotidiano, marcados por el ritmo de lo habitual y lo íntimo, mas siempre tocados y arrastrados por lo inevitable, el destino y lo irracional, que desborda en sus vidas más allá de todo límite.

El escritor es un especialista, sobre todo, en retratar los problemas y contradicciones de la voluntad –no en vano reconoce la gran influencia ejercida sobre él por Pascal y Schopenhauer; se concentra, al hablar de sus figuras, situaciones y personajes, en relatar los efectos que produce en la vida la aparición impetuosa de arrebatos del ánimo o la perdida o la ausencia de fuerzas interiores para decidirse a actuar en el momento preciso en que lo impone determinada ocasión o circunstancia.

Empero, habría que señalar que el artista siempre contempla a sus personajes con ternura y comprensión –aún presentando sus fallas, sus cuartadas o sus artificios más sutiles, nunca los juzga. Trata de entenderlos sin caer en la exaltación o en la caricatura. Turgueniev presenta los problemas, mas no juzga sobre las decisiones o los caminos a seguir. No actúa como apologista o detractor de forma alguna de vida.

Su diferencia con los otros dos grandes escritores rusos contemporáneos suyos, Dostoievski y Tolstoi, estriba en que Turguéniev se limitó a describir e indagar en el microcosmos de una nobleza agonizante; relata «los encantos de las decadentes quintas campestres y sus habitantes,  inútiles, pero irresistiblemente atractivos… No se transformó como aquellos, ni en profeta ni en juez apocalíptico».

Sin embargo, no fue un escritor indiferente a lo que acontecía en su tiempo –como señala Berlin-: «Sus novelas constituyen la mejor descripción del desarrollo político y social de la reducida pero influyente elite de la juventud liberal y radical rusa de su época… Turgueniev poseía en forma sumamente desarrollada la empatía, la capacidad de entrar en creencias, sentimientos y actitudes ajenas, a veces agudamente antitéticos a los suyos».

Sin embargo, su carácter pacífico y conciliador le causó muchos problemas en su vida y ha influido en la valoración de su obra. Todas las facciones en lucha por aquellos años de las décadas de los años cincuenta y sesenta lo combatieron y lo consideraron como adversario.

Sus amigos liberales no le perdonaron su curiosidad por entender las ideas y sentimientos de los jóvenes radicales. Empero, a pesar de estar deslumbrado por su actitud, Turgueniev los rechazaba por ser totalmente opuestos a su temperamento e idiosincrasia; mientras que los jóvenes radicales le correspondían manifestándole su odio y desprecio. 

Estos jóvenes rudos y fuertes que defendían soluciones radicales y violentas, fanatizados con un único ideal: la liberación del pueblo de la opresión, tanto de los zares como de una sociedad atrasada, dividida en castas incomunicables, lo atraían por el celo de su pasión, por su entrega desinteresada a una causa en la que creían más allá de toda razón, por su confiarse a una actividad a la que donaban su vida con arrojo y valentía. Comprendía que estaban convencidos de que sólo ellos eran «íntegros e inquebrantables», porque sus ideales se sostenían en una indomable, acerada fuerza moral.

En toda su obra Turguéniev se cuestiona sobre la naturaleza del hombre sediento de justicia. Este era el tipo humano que la época desplegaba ante los ojos de todos; empero, era un modelo de humanidad que aún nadie había podido definir, delimitar de modo concreto y vital en una figura que tuviera la fuerza de un símbolo de lo tremendo que bullía en sus entrañas.

El escritor ensayaría abarcar en un abrazo omnicomprensivo el carácter de esta figura histórica en los diversos personajes de sus obras: Rúdin, Lavretsky, Lisa, Insárov, Yelena, hasta llegar a su cumplimiento en el retrato de Basárov, el primero y más noble de los nihilista, una categoría que desde su puesta en vigencia por Turguéniev ha ejercido profundo desconcierto en la consciencia del hombre moderno.

En su obra encontramos la visión y la amarga frustración de un noble liberal partidario de las reformas, que fue, a la vez, testigo y cronista de la melancólica decadencia de su clase, contribuyendo así a ofrecer un cuadro histórico bastante fidedigno de los terribles conflictos personales, sociales y culturales que devastaron la conciencia de los rusos ilustrados de su generación.

Lobrea@mac.com

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