Crónicas del ser
Consecuencias de la Guerra de Crimea

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Las consecuencias de la guerra de Crimea fueron desastrosas para Rusia. En primer lugar, el zar Nicolás I, al verse perdido cayó en un profundo estado depresivo que lo llevó a no comer ni dormir y, según algunos autores, al suicidio.

Con la paz de París finaliza la hegemonía rusa en Europa y decae su prestigio. El gobierno del nuevo zar, Aleksandr II, debe afrontar inmediatamente la carga que representa para la nación el pago de los grandes empréstitos con bancos extranjeros, que fue como se financió la guerra.

Para reconstruir la capacidad financiera, pagar el servicio de la deuda y atraer capitales frescos que invirtieran en nuevas fuentes productivas, Rusia debe recuperar su prestigio internacional.

Lo que caracteriza el régimen de Nicolás I era el deseo de mantener a todo trance el dominio personal y arbitrario del zar sobre todo el Imperio. De este poder emanaba toda autoridad que se ejercía sobre los rusos y la sociedad. La voluntad del zar se comunicaba a través de los diversos grados de la jerarquía burocrática hasta llegar al último rincón del país.

Las decisiones del monarca –los ucases del zar eran la principal fuente de derecho- lo que revelan es la arbitrariedad del poder. El barón Nolde –ministro de exteriores de Rusia en el gobierno provisional de Aleksandr Kerensky, en 1917- expresa cual era la realidad: «En realidad, no es la ley la que reina sobre el país, sino el zar sobre la ley».

Rusia pudo adquirir del occidente europeo la técnica, el sistema económico, los avances administrativos y hasta algunas de las reformas sociales, pero la concepción del derecho y del valor de la ley era en ese país, fundamentalmente distinta.

Un observador extranjero, el marqués de Custine, quien visita Rusia en 1840 y escribe un libro de memorias, refiriéndose al tipo de gobierno impuesto por los zares desde Pedro I, decía, que “gobernaban … según principios orientales, con todos los adelantos de la técnica administrativa europea”.

Un estado sustentado en tales principios podía mantenerse sólo si establecía una administración y una policía muy desarrollada y eficaz.

Pese a todos sus errores y debilidades la burocracia rusa realizó su ingente trabajo. Consigue administrar económica y territorialmente una sexta parte del Planeta. Crea cierto orden e introduce, lentamente, los avances logrados por el mundo occidental adaptándolos a un enorme Imperio que se extiende sobre más de 22.000.000 de km2, con una pequeña densidad de población, que encuadra diversos pueblos, marcados por idiomas, culturas y creencias diferentes, en los que predomina el analfabetismo, la ignorancia y una fuerte tradición oscurantista. Sin tener en cuenta el papel que ejerció la administración rusa, modernizada relativamente en el siglo XIX, no sería posible concebir la existencia del imperio.

Por otro lado, la Tercera Sección, la policía secreta, que era llamada así porque constituía una de las tres cancillerías que atendía personalmente el zar Nicolás I, durante el reinado de Aleksandr II, pierde protagonismo y se integra en el Ministerio del Interior.

Empero, mantiene su independencia frente a la justicia y no tiene que dar cuenta de sus actos a nadie más que al zar. Puede detener, desterrar y hacer desaparecer personas sin dejar huella. Está autorizada a condenar a la cárcel durante tres meses sin necesidad de abrir un proceso, y puede cerrar escuelas y periódicos. Está autorizada, en resumen, a actuar con total impunidad.

La policía aterrorizaba a la población, pero su existencia era, también, el signo del terror en que viven los zares. La revolución parece estar en todas partes. Aleksandr II,  que vive en constante temor por su vida y con un miedo tremendo a la revolución, que identifica en los sistemas políticos que los estados vecinos establecen, termina sus días en manos de un comando terrorista, que lo ataca con bombas, mientras transita por San Petersburgo, camino a la residencia de su amante, en marzo de 1881.

Aleksandr II, para afrontar la crisis económica y la desmoralización del país después de la guerra, introduce reformas con miras a incentivar la implantación del sistema capitalita y, al mismo tiempo, comprende que el régimen absoluto y autocrático que mantuvo Nicolás I, no puede sostenerse en la nueva situación.

Pero, a pesar de las reformas, que se inician desde 1856, va predominar la idea directiva del poder autocrático, absoluto, del zar, y esto explica los retrocesos del sistema político después de 1881 y durante la Primera Guerra Mundial, en el siglo XX.

El joven zar entiende el poder absoluto con una mayor condescendencia para las libertades de sus súbditos. Impulsa la enseñanza y concede administración autónoma a la Universidad. Cambia la censura de prensa, de preventiva a autocensura (1863). Pero sólo a los periódicos de Moscú y San Petersburgo, que deben asumir el riesgo de un cierre indefinido en caso de violación de las instrucciones. Para los periódicos de provincias continúa lo de siempre.

El procedimiento judicial se modifica en 1862. El juicio escrito y secreto viene sustituido por el oral y público, se instituye el jurado para los casos criminales y la posibilidad del recurso. En las zonas rurales, nuevos juzgados sustituyen a los tribunales de la nobleza. El poder del estado sólo se inmiscuye en los casos que rozan con la política hasta 1880, cuando para estos casos se vuelve al procedimiento secreto y administrativo.

Empero, en la cúspide de la sociedad, al mismo tiempo que se comprende la necesidad de abrir el régimen, se siente profunda desconfianza hacía las posiciones liberales y ante los pequeños grupos radicales que surgen y exigen que se otorgue mayor libertad a los ciudadanos y que se transforme el país en una nación que se rija como un estado de derecho, con una constitución.

El Imperio ruso, en lo económico, se sostiene como un sistema feudal. La medida liberal más importante e impostergable será abrir un debate controlado sobre las posibilidades de abolir la servidumbre de la gleba, discusión que comienza en 1856 y se prolonga después de la liberación de 1861, hasta que culmina el proceso, en 1870. Será este desarrollo y el debate que lo acompaña lo que se constituirá en uno de los orígenes de la revolución bolchevique.

En síntesis

La Guerra de Crimea

Llamada así porque en la provincia de Crimea, en el Mar Negro, fue que se desarrolló “el conflicto bélico entre el Imperio Ruso dirigido por los Romanov y la alianza del Reino Unido, Francia, el Imperio Otomano y el Reino de Piamonte y Cerdeña, que se desarrolló entre 1853 a 1856”. Cuando Rusia perdió sentó las bases para la Revolución del 1917.

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