Crónicas del ser
Crítica filosófica a la ética tradicional

<STRONG>Crónicas del ser<BR></STRONG>Crítica filosófica a la ética tradicional

En una carta de 1876, dirigida a sus hijos desde la prisión en Siberia, Chernishevski resume el sentido de lo que considera es “la realidad”: “Para esclarecer mi modo de pensar con respecto a las ciencias naturales, no necesito de largas explicaciones. Me bastan 5 o 6 líneas: «Todo cuanto existe es materia. Esta tiene cualidades. La manifestación de sus cualidades es la fuerza, la energía. Todo lo que definimos como leyes naturales son modos de actuar de esas fuerzas». Tal es mi pensamiento. Pero es mío, sólo en cuanto me he apropiado personalmente de este contenido, de estas ideas. Empero, debo confesar que en su elaboración no hay nada que me pertenezca”.

Considera, además, que el campo de la filosofía donde ha realizado algún aporte personal es en la ética. Estima, igualmente, que para alcanzar una “filosofía del hombre”, habría que adelantar en su formulación con métodos análogos a los que utilizan las ciencias naturales, lo que permitiría llegar a evidenciar la naturaleza unitaria del ser humano, a pesar de sus múltiples y diversas manifestaciones.

El principio antropológico en las ciencias morales, como lo postula Chernishevski, consiste en  concebir al “hombre” como un ser único, dotado de una sola naturaleza: “No se puede escindir el centro del ser humano en dos elementos que pertenezcan a dos diferentes naturalezas”. La única naturaleza que él concibe es “la materia”, que está presente en el organismo humano en todos los fenómenos perceptibles. La antropología es la ciencia llamada a confirmar esta verdad científica.

Chernishevski, además de concebir como una sola materia o naturaleza la constitución humana, estima que el comportamiento humano se encuentra regido por un sólo principio o motivación básica, en cuanto el hombre se conduce primordialmente en función de su propio interés personal, en función de su propio egoísmo personal.

Esta afirmación no es nueva en el contexto ideológico ruso, ya en la década de los cuarenta, Herzen planteaba que más arraigado que el amor, es el amor propio.

Entre ambas teorías existen importantes diferencias, pero ambas tienen en común que analizan la moral convencional, y en su desglose descubren que ésta otorga un carácter artificial y abstracto a la ética. Al afirmar la primacía del amor, lo que hace en verdad la ética tradicional -léase la ética derivada del cristianismo- es alejarse de la posibilidad de comprender la vida moderna, que se basa en el principio del interés personal, del egoismo.

La actitud del hombre moderno consiste en reafirmar radicalmente el egocentrismo como el valor supremo, en cuanto este corresponde a la característica burguesa que buscar potenciar y estimular al individuo, frente a todo tipo de irracionalismo  anti-individualista.

Contra la ética del cristianismo -y de la visión eslavófila en Rusia- Chernishevski muestra que la característica determinante del ser humano en la época moderna es que “éste se guía por su interés particular, que lo induce a abstenerse de lograr una ventaja o un placer pequeño, para buscar una ventaja o un placer diferido, pero mayor”.

De esta actitud racional de renunciar a un placer o interés pequeño para tratar de alcanzar una ventaja mayor, Chernishevski deriva la posibilidad de que en el comportamiento social se puede producir una convergencia entre el interés del individuo y el de la colectividad; algo factible de alcanzar mediante el progreso del conocimiento y de la educación.

El pensador ruso sostiene que a través de la expansión del conocimiento, sobre todo del conocimiento de la historia, el ser humano llegará a crear nuevas jerarquías en la consideración de los bienes, y de ésta manera será capaz de apreciar la superioridad de los bienes más elevados, que no incluyen una inmediata satisfacción de los intereses egoístas del individuo en particular, mas que privilegian los intereses de la comunidad.

La posibilidad de transformar y orientar, en un sentido deseable para la comunidad, el desarrollo de la sociedad unido a la expansión del conocimiento y de las oportunidades que abre la profundización de los procesos educativos, otorgan a Chernishevski la seguridad de que la humanidad está preparada para transitar hacía un sistema de producción colectivista que habrá de profundizar las reformas económicas y producirá un gran crecimiento intelectual y una verdadera revolución moral.

Esta profunda convicción del triunfo del proyecto progresista en el despliegue de los procesos históricos, la resume el propio pensador al afirmar: “Si integramos correctamente la idea de la vida laboral con el principio de la economía política, según el cual, tanto el desarrollo intelectual, como el político u otro cualquiera, depende de las circunstancias de la vida económica, entonces alcanzaremos la completa verdad: el desarrollo viene determinado por los progresos del conocimiento, que resultan condicionados a su vez por la vida laboral y por los medios de la existencia material.”

Chernishevski, en un ensayo de 1858, titulado, “El carácter general de los elementos que promueven el progreso”, ratifica que será “la difusión del conocimiento la condición determinante que permitirá introducir las necesarias mejoras en la vida real de las masas, lo que se resolverá mediante la transferencia del saber al pueblo a través de la «intelligentsia», aquel puñado de seres humanos nuevos que se deben dedicar a dar a conocer el bien y a mostrar el camino que habría que seguir para alcanzarlo”.

Y subraya, a continuación, “Si nosotros, la «intelligentsia» de la nación deseamos el bien para nuestros connacionales… deberíamos ayudarlos a que puedan conocer lo que es bueno y esforzarnos por crear las condiciones para su asimilación. (…) El deber de quienes anhelan el bien de su pueblo está en concentrarse en ayudar a que la mayoría de los individuos, de todos los estamentos, pueda realizar semejante aspiración. No es necesario, para esto, recurrir a la coerción, sino que este propósito se puede alcanzar mediante la asistencia y la participación”.

Los intelectuales deben ejercer una especie de función “mayéutica”, que logre despertar y motorizar la participación de todas las fuerzas sociales en la tarea común de edificar una nueva sociedad guiada por un nuevo sentido de la justicia, de la equidad.

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