Crónicas del ser
El padre espiritual del marxismo

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Para Feuerbach, como hemos visto, la religión debe ser interpretada como un síntoma del malestar radical que afecta a lo humano. No es posible combatir la religión, afirma, sin comprender la profunda miseria humana que se revela en esa, así como la profunda necesidad humana de consuelo que lleva implícita.

Nuestro filósofo señala, enfáticamente, en su libro “La esencia del cristianismo”, de 1841, que “la distinción entre lo humano y lo divino no es otra cosa que la distinción entre el individuo y la humanidad”. Y más adelante, en la misma obra, indica que “una cualidad no es divina porque Dios la posee; Dios debe poseerla porque sin ella sería un ser imperfecto”.

Feuerbach explica el alcance de su idea cuando señala que “el hombre aislado, que vive para él sólo, no tiene en sí la esencia humana, ni como ser moral ni como ser pensante. Esta no se encuentra más que en los lazos sociales, en la sociedad… El hombre por si mismo es hombre, sólo en sentido físico; sólo el hombre con el hombre, la unidad del yo y del tú, es Dios”. Tal es el fundamento del humanismo de Feuerbach -que enfocado como religión pretende superar al cristianismo-, y la norma básica e imperativa de la vida humana, desde esta perspectiva puede resumirse en la expresión: “¡Noscete ipsum!”, “¡Conócete a ti mismo!”.

Revelar al hombre el sentido de su propia esencia, contribuir para que este asuma la fe en sí mismo y pueda cumplir con la dignidad que de este conocimiento derivaría, este debe ser el único objeto de preocupación para el ser humano.

Nosotros, hoy, no podemos imaginar como “La esencia del cristianismo” y, en general, la obra de Ludwig Feuerbach, conmovió positivamente a los espíritus de los que en ese momento eran jóvenes y oteaban en el horizonte de la historia en búsqueda de una nueva orientación y una más amplia perspectiva.

Con las enseñanzas que trae al mundo ese libro, se tiene la impresión de que el pensamiento racional de una manera simple y de fácil comprensión para todos –“después de largos años de hegelismo abstracto y abstruso”, como escribe por esos años, Friedrich Engels- ha derrocado a todas las teologías milenarias presentes en la historia de Occidente.

Igualmente, se considera que desde ese momento se pone un punto final a las ilusiones de las creencias religiosas. Nace, entonces, la convicción de que el mundo del más allá está totalmente cerrado y que no hay nada que buscar en esa dirección.

La tarea que se impone ahora, al hombre moderno del siglo XIX, es reformar el mundo concreto; trabajar para hacerlo auténticamente más justo y libre, para que pueda desplegarse y ser en plenitud la divina esencia del hombre.

Feuerbach presenta en 1842, unas “Tesis provisionales para la reforma de la filosofía”. En la primera, de diez, recalca: “La teología es una creencia en espectros. Pero si la teología común alberga sus espectros en la imaginación sensible, la teología especulativa los asume en una abstracción no sensible”. De esta tesis, Marx y Engels extraen la poderosa imagen que preside el “Manifiesto comunista”: «Un espectro se cierne sobre Europa: el espectro del comunismo.”

Contra el mundo indicado por la teología, la nueva filosofía reivindica la dimensión de lo visible, la racionalidad y la ciencia, que espacian en lo concreto, como lo teológico y lo metafísico residen en lo nebuloso y espectral.

En la segunda tesis se afirma, “El comienzo de la filosofía no es Dios, no es lo absoluto, no es el ser como predicado de lo absoluto o de la idea; el comienzo de la filosofía es lo finito, lo determinado, lo real. Lo infinito no puede pensarse de ningún modo sin lo finito”.

Resume aquí Feuerbach, su visión de que el filosofar debe comenzar de lo concreto e individual; afirma que en el mundo sólo podemos hablar con sentido de lo finito. Al intentar pensar en lo infinito como fundamento de lo concreto, lo único que hacemos es proyectar ilusoriamente el propio deseo y sostener que eso es la realidad.

En Rusia, las ideas de Feuerbach se difunden, inicialmente, en las interpretaciones de Belinski, Herzen y Bakunin. Este último llega a decir, en 1843, que “el comunismo no es más que la realización, en el plano social, del humanismo de Feuerbach”. Mientras que Chernishévski, quien es el más importante precursor pre-marxista del comunismo ruso, considera a Feuerbach como “el primero de mis maestros occidentales”.

También Marx y Engels, en su libro “La sagrada familia”, donde “destruyen” las teorías de los hegelianos de izquierda, tienen palabras de reconocimiento para Feuerbach, por “haber disipado las antiguas ilusiones y colocado al hombre en su justo lugar.”

Feuerbach no intenta nunca versar, específicamente, sobre problemas sociales. A sus discípulos que le comunican sus inquietudes reformadoras y que esperan arrastrarle al combate social, Feuerbach responde: “Yo no curo  males que vienen de la cabeza o del corazón; sé que es del estómago que sufren especialmente los hombres, y todo lo que no tienda a extirpar este mal fundamental es fárrago inútil… ¿Serán mis obras… parte de ese fárrago? ¡Ay! Me he propuesto reducir los males de la cabeza y del corazón de la humanidad. Estimo, que lo que uno se propone lo debe realizar concienzudamente y permanecer fiel a sí mismo”.

Por esta limitación autoimpuesta no puede considerársele como uno de los fundadores del marxismo, aunque bien le correspondería, por lo menos, el título de “padre espiritual” del mismo.

Marx señalaría, más adelante, el próximo paso, que Feuerbach no quiso dar. En 1845, al escribir las famosas “Tesis sobre Feuerbach” –que son publicadas sólo en 1888- asume y ratifica, en el aforismo once, lo expresado por Feuerbach respecto a la limitación de su filosofía, y define cual es la tarea de la filosofía del porvenir: “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, empero, de lo que se trata es de transformarlo.”

En síntesis

Más allá, la nada

Se considera que con las enseñanzas de Feuerbach en su libro “La esencia del cristianismo” se pone punto final a las ilusiones de las creencias religiosas. Nace, entonces, la convicción de que el mundo del más allá está totalmente cerrado y que no hay nada que buscar en esa dirección.

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