Crónicas del ser
El sistema hegeliano

<STRONG>Crónicas del ser<BR></STRONG>El sistema hegeliano

Los jóvenes hegelianos para elaborar su propia visión del mundo de su época, están concientes que tienen como tarea previa que ejecutar un acto destructivo fundamental; tienen que dedicarse primero a “aniquilar”, a criticar y a desarmar la serie de cimientos claves que sostienen el sistema hegeliano. Es a concretar este propósito que dedican sus mejores energías.

Empero, creo que antes de pasar a tratar sobre la izquierda hegeliana propiamente dicha, de modo muy breve, deberíamos trazar un esbozo de las condiciones históricas que presiden su aparición, para luego continuar con la identificación de sus representantes más destacados y calificar los aportes personales de quienes fueron, en la primera mitad del siglo XIX, los más destacados pensadores críticos del pensamiento hegeliano.

Veamos primero el ámbito histórico en que aparecen. En 1831 muere Hegel en el apogeo de la fama, cuando su filosofía ejerce un dominio absoluto sobre el pensamiento en casi toda Alemania, pero, sobre todo, en Prusia.

El propio rey de Prusia, Federico Guillermo III, acepta y asume complacido el predominio de la filosofía hegeliana en todas las universidades del reino. Este reconocimiento se produce, sobre todo, gracias a la contribución que hace Hegel en sus últimas obras -que vienen expuestas y profundizadas en sus concurridas lecciones de su cátedra universitaria berlinesa- para otorgar nuevas razones y justificaciones adecuadas para sostener ideológicamente, la restauración del “Ancient Regime” -pasado el vendaval revolucionario y disipada la tremenda carga de energía liberadora de las ataduras ancestrales que había azotado a Europa en los pocos años que duró el dominio napoleónico-. 

La Restauración abarca, como es sabido, desde 1815 a 1830. En ese período, después de cerrado el “Congreso de Viena”, donde se procede a establecer un nuevo sistema de relaciones intraeuropeas, se instaura en casi toda Europa la paz impuesta por los antiguos monarcas, que restablecen de inmediato los antiguos privilegios y pretenden borrar y destruir en todos los ámbitos el legado liberador de la Revolución Francesa.

En este momento histórico el pensamiento del filósofo berlinés se constituye como la mejor justificación teórica de la legitimidad de este modo de gobernar.

Sin embargo, Hegel abraza y mantiene algunos de los aportes y conquistas propias del régimen napoleónico, y justifica la conveniencia de adoptar algunos fermentos liberales con los que intenta buscar un lugar en su sistema a la emergente burguesía. Igualmente, intenta apuntalar las reformas que el nuevo modo de producción capitalista comienza a imponer en las zonas más desarrolladas del continente europeo, esto es, en Inglaterra, Francia y Prusia.

Desde 1840 en adelante, en Alemania comienza a afianzarse un acelerado proceso de industrialización que, además de concentrar el poder económico en pocas manos de gentes salidas de las filas del pueblo, comienza a evidenciar la constitución de dos nuevas clases antagónicas:  una burguesía propietaria del capital, de los medios de producción, y un proletariado que viene explotado salvajemente. En ese proceso la nueva clase dominante siente la necesidad urgente de acceder a una mayor libertad para poder imponer sus iniciativas sociales y económicas.

A fin de alcanzar este propósito la burguesía alemana comprende que tiene que sumar a su causa el favor del trono de Prusia, que en un primer momento parece favorecer la realización del programa liberal que estos intentan imponer.

El proyecto de estado visualizado por la burguesía alemana es semejante al de la burguesía francesa que, en 1830, había derrocado el poder de la restauración imponiendo una monarquía constitucional comprometida con los principios liberales, bajo la corona del llamado “rey burgués”, Luis Felipe de Orleans.

El modelo liberal francés era hostil al “Ancient Regime”, pero estaba dispuesto a entrar en compromisos con la monarquía y el clero, bajo la condición de que se controlara y se reprimiera las reivindicaciones políticas y sociales de las clases menos favorecidas.

Sin embargo, en Alemania, a diferencia de Francia, las aspiraciones y propósitos de la burguesía se adelantan de modo abstracto, mediante la utilización de la crítica filosófica y la literatura –tal como acontecería, más adelante en Rusia, a partir de los años sesenta del mismo siglo. En este debate, la burguesía alemana comienza a estructurar –de manera ideal, esto es, en la cabeza, en la teoría, no en la realidad, no en una práctica política, social e histórica concreta- las bases del nuevo estado liberal, al argumentar que es necesario instaurar y defender los elementos típicos del nuevo orden: la libertad de comercio, ante todo; y además, la libre expresión del pensamiento y de la prensa y la libertad de creencia o de religión.

En pocos años, Prusia, como cabeza modernizadora de Alemania se transforma en un estado que pasa de una vida aldeana, lenta y apacible, concentrada en lo local y en la vigencia de lo inmediato, a respirar una nueva experiencia de vida social, caracterizada por una vertiginosa transformación de todos los ámbitos de la existencia tanto a nivel económico, social, político y cultural, que desembocarían en las reivindicaciones planteadas en la revolución de 1848, cuando se obtiene a la fuerza del gobierno prusiano, la aceptación de una constitución y la instauración de un parlamento libremente elegido que tendría su sede en Frankfurt.

Por otro lado, las primeras organizaciones obreras fueron organizadas desde 1830, por los emigrantes alemanes que habían combatido en movimientos subversivos  en Francia e Inglaterra, en el campo de los primeros movimientos socialistas utópicos fundados por Saint-Simon, Fourier y Owen. El más conocido exponente de estas ideas en Alemania lo fue el sastre, Wilhelm Weitling. Éste critica el sistema capitalismo emergente e imagina una transición al socialismo a partir de una espontánea revuelta de las masas oprimidas y empobrecidas.

La primera manifestación típicamente obrera en Alemania fue la insurrección de los tejedores de Silesia en 1844, que buscaban concesiones puramente económicas. Empero, la dispersión de las fuerzas revolucionarias y las de la misma burguesía crea una brecha que permite que la reacción se reinstaurara en el gobierno prusiano y es entonces cuando comienza la represión de todo movimiento que intente cambiar el estado de cosas.

Es en este tinglado histórico-social que se produce la aparición de los jóvenes hegelianos de izquierda.

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