Crónicas del ser
Feuerbach y la esencia de lo sagrado

<STRONG>Crónicas del ser<BR></STRONG>Feuerbach y la esencia de lo sagrado

El acontecimiento histórico que caracteriza la alienación del hombre, es decir, la adoración de una divinidad externa a sí mismo, no es –para Feuerbach- un evento puramente negativo. Este momento debe ser reinterpretado y valorado mediante la comprensión del proceso dialéctico que es connatural a la realidad.

La dialéctica no es simplemente un método racional, es -para todo hegeliano no importa si de izquierda o de derecha- el modo concreto en que se presenta la realidad. El momento de la negación viene a constituirse en un elemento fundamental para el desarrollo de lo existente.

Como es sabido el método hegeliano se despliega en tres momentos: en el primero de estos es cuando se ofrece lo dado, el acontecimiento tal cual se presenta explícitamente en un primer momento, por tanto, esta etapa representa la apariencia. El segundo momento, es la negación de la tesis o de lo que aparece como la realidad primera o aparente. A esta coyuntura se le designa como la negación y representa la instancia que abre la posibilidad de la crítica y de la construcción de una visión racional sobre el evento. El resultado viene a ser, finalmente, el acontecimiento de “la negación de la negación”.

Debe tenerse siempre presente que el hegelismo concibe la realidad en sentido dinámico, histórico, cambiante. Lo existente se concibe como proceso, como desarrollo. Esto no viene concebido como un mero estar ahí arrojado como un objeto muerto. La realidad es algo vivo; la auténtica realidad se revela como vida.

Para Feuerbach, la pérdida de lo propio del ser humano, que este proyecta en una divinidad fuera de sí, viene a ser el momento necesario, imprescindible, para que el ser humano pueda superar la conciencia oscura, cerrada, que caracteriza al animal.

Es necesario, para que la humanidad aparezca como tal, transformar el tiempo unidimensional del animal que vive encerrado en el instinto. Para ello debe abrirse al ser humano la ocasión para proyectar la posibilidad de otra realidad que ha de desplegarse en un tiempo diferente a la dimensión instintiva. Debe surgir una dimensión sagrada al lado de la profana.

Esta espacialidad nueva, lo sagrado, es lo que permite al ser humano tomar conciencia de que el tiempo del instinto, de lo animal, de la necesidad de asegurar la supervivencia física inmediata, constituye sólo un momento de lo vital, precisamente, el espacio de lo profano.

Es la dialéctica de lo sagrado y lo profano la que abre al hombre la capacidad de moverse y ser  en la posibilidad, esto es, nos deja entrever que además de lo inmediato, hay otros posibles espacios abiertos al modo de ser humano.

La posibilidad de lo sagrado nos revela que nos movemos en una realidad más amplia que lo puramente inmediato, que existimos desde la oportunidad de ir más allá de ello. La posibilidad nos revela la oportunidad que tenemos de trascender, de ir más allá.

El acontecimiento histórico de proyectar la posibilidad de una divinidad fuera de sí permite a la conciencia, concretamente, extenderse más allá de lo inmediato; le permite abrirse a lo sensible y trascender en ello hasta redescubrirse ella misma como parte del contenido objetivizado en la imagen del dios que se venera.

Este sería el momento fundamental de la historia -su origen-, cuando el animal descubre que en lo que capta se encuentra también presente la propia conciencia que percibe el contenido en el acto de entendimiento. La conciencia sólo puede encontrarse a sí misma, precisamente, debido al hecho de que ha sido capaz de perderse para sí misma; se viene a redescubrir en el contenido objetivado de su esencia proyectada, esto es, en la imagen de la divinidad reverenciada.

La conciencia se ha desdoblado y ahora, históricamente, en la filosofía de Feuerbach, el hombre “recobra en su corazón al ser que anteriormente había rechazado, a su propio ser.” Llega entonces –proclama el pensador- “la hora de exonerar el fantasma”.

Sostiene Feuerbach, que Dios es “el espejo del hombre”: “Dios fue mi primer pensamiento, la razón el segundo, y el hombre el tercero y último.” Por esto, Feuerbach concluye triunfante proclamando el triunfo del humanismo. La historia es el campo en que se despliega y llega a la perfección la auténtica religión del ser humano, que se fundamenta desde un axioma: “¡Homo, homini Deus!”: “El ser supremo, el Dios del hombre es el ser mismo del hombre.”

El humanismo desde el pensamiento de Feuerbach se transforma en la base de la más alta conciencia filosófica y social en los siglos XIX y XX y será el principio que permitirá justificar la acción transformadora del ser humano sobre la naturaleza y la historia.

Empero, al interpretar las intenciones del pensador no debemos confundir su concepción de la humanidad como la que entendería, por esos mismos años, Max Stirner, que parece interpretar el sentido de la máxima feuerbaquiana como si dijese: “Ego mihi deus”, esto es, “mi yo concreto e intrascendible es mi dios”. Stirner, afirma, en efecto, que “el único” es el dios. El dios absoluto del anarquista es el yo que descubro al ser en mi concreción empírica, sensible, pues, para él el yo concreto es lo único real y concreto.

Feuerbach piensa diversamente. Para él la esencia del hombre, la humanidad, tiene el sentido de un ser colectivo, de una comunidad. Esta comunidad es posible gracias a la validez de un principio, que condensa la auténtica religión del ser humano: “La ley del amor”. Este elemento fundamental, ínsito, dialécticamente, en la esencia humana constituye la fuerza que arranca al individuo de sí mismo para obligarle a entrar en comunión con sus semejantes.

En consecuencia, para nuestro pensador el verdadero ateo no es el que niega a Dios, sino aquel sujeto para quien los atributos de la divinidad no significan nada.

Quien no cree en el destino luminoso de la humanidad, y por tanto, niega la nueva divinidad encarnada en el ser humano, en realidad lo que niega es el amor, la sabiduría y la justicia. Estos atributos son, ahora, independientes del sujeto, pues actúan con independencia, e intrínsecamente obligan al ser humano a reconocerlos en sí mismos como cualidades propias.

En síntesis

El hombre es Dios

La historia es el campo en el que  se despliega  y llega a la perfección la auténtica religión del ser humano que se fundamenta en el axioma de que en realidad el  único ser divino es el hombre. “El  ser supremo, el Dios del hombre, es el ser mismo del hombre”.

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