CRÓNICAS DEL SER
La provincia rusa en la segunda mitad del XIX

<STRONG>CRÓNICAS DEL SER<BR></STRONG>La provincia rusa en la segunda mitad del XIX

Antón Chéjov (1860-1904), el agudo, sobrio y reticente narrador ruso era originario de una lejana ciudad del sureste de Rusia llamada Taganrog, situada a orillas del mar de Azor. Al volver de visita a su ciudad natal, en 1884, después de una ausencia de ocho años, inmediatamente después de graduarse de médico, describe en una carta la experiencia que le produce reencontrarse con el paisaje humano de su terruño: “¡Esto es Asia! (…) Todo se ha vuelto tan asiático que mis ojos no pueden creer lo que ven. Hay 60,000 habitantes que lo único que hacen es comer, beber y reproducirse, y no les interesa nada más”.

El núcleo de esta experiencia de la vida en una provincia rusa en particular, con los años consolida en el escritor en una visión de la forma de vida atrasada, aburrida, chismosa, mezquina, que caracteriza a las comarcas localizadas en la periferia de un imperio tan vasto, respecto a los dos grandes centros de la vida cultural y política, que eran San Petersburgo y Moscú.

En efecto, diez y seis años después, en la obra para teatro, “Tres hermanas” -representada en 1901, en Moscú- Chéjov pone al hermano de las jóvenes a describir el lugar donde residen: “Esta ciudad tiene más de doscientos años y viven en ella alrededor de 100,000 personas, ¡pero no hay ninguna que se diferencie de las otras! No han tenido nunca un científico, un artista, o  un santo. En este lugar no ha aparecido nunca un hombre con suficiente capacidad para hacer sentir [a sus habitantes] un deseo loco de emularlo. Aquí no se hace otra cosa que beber, comer y dormir. Finalmente, se muere y otro le sustituye para beber, comer y dormir, él también. Y, para introducir alguna novedad, para evitar tornarse estúpidos por el aburrimiento, la gente se abandona al chisme, al vodka, al juego y a los pleitos judiciales”.

Esta dura imagen representa el trasunto de la vida en cualquier ciudad de provincia rusa entre 1860 a 1900.

Su población oscila entre los 100,000 y los 200,000 habitantes. La escala urbanística la divide en dos partes. Por un lado, está la ciudad “alta”, que constituye el centro administrativo y la sede del gobernador. Se despliega en un ordenado diseño de cuadras regulares divididas por amplias y agradables avenidas sembradas por árboles que alojan hermosos y bien construidos edificios de piedra.

Por otro lado, a la vera de la ciudad monumental crece la ciudad “baja”, que ocupa desorganizadamente el territorio que bordea a la ciudad “alta”. Allí las calles son callejones sin pavimentar, que en invierno se transforman en verdaderas pocilgas llenas de lodo y de toda suciedad y en verano se transforman en lugares mal olientes en medio de remolinos de polvo. Las casas y edificaciones son de madera y predomina un agobiante hacinamiento. Viven y trabajan encimas unos de otros, artesanos y trabajadores rusos, mercaderes hebreos y tártaros, animales domésticos: vacas, cerdos, aves, perros, y toda clase de bichos que viven de la basura que se acumula en las calles y plazas.

Estas dos dimensiones de las ciudades rusas de provincia representan, tanto la potencia imperial y la influencia de la cultura occidental, cuanto la extrema pobreza en que vive la mayoría de los pobladores del país y revela la fuerte influencia asiática que actúa sobre la cultura de estos pequeños núcleos urbanos.

Sociológicamente, estos pequeños centros administrativos burocráticos se hallan en un primer estadio de desarrollo urbano respecto a ciudades del mismo rango en el territorio de las naciones occidentales. Por esta razón, cuando un dignatario de corte o de la burocracia oficial, que reside en una de las dos capitales, es designado gobernador de una provincia, este hecho viene interpretado por la persona designada, su familia y amigos, como una caída en desgracia y, en consecuencia, como una especie de condena a un exilio en el propio país.

Hay que recordar que las principales y más desarrolladas ciudades del interior de Rusia han nacido y se han mantenido como lugares de avanzada de la estructura del estado, sea en el aspecto burocrático, militar o como lugar establecido para la colonización, antes que como centros de comercio o de cultura con dignidad propia.

Por el atraso social y económico que domina en Rusia en el siglo XIX, no existe una clase media, una burguesía, que es el estamento social que desde el Renacimiento ha servido a la cultura europea occidental, como clase de avanzada para fortalecer las poblaciones en su camino hacía la creación de una cultura citadina.

En los centros urbanos del interior domina, con muchas debilidades, una pequeña nobleza terrateniente, que es la clase llamada a asumir las funciones de la administración pública local; el resto de la población es una gran masa de pequeños comerciantes, artesanos y trabajadores manuales.

Las instituciones culturales de una ciudad de provincia rusa en la segunda mitad del siglo XIX, pueden resumirse, si tomamos como modelo una pequeña capital de la provincia, la de Besarabia, Kishinev, en el sur del país.

La población alcanza unos 120,000 habitantes y dispone de diez institutos de enseñanza, dos teatros y un auditorio al abierto, pero no cuenta con biblioteca ni con galería de arte. El centro de la vida social es el “Círculo de los nobles”, cuyas salas están siempre ocupadas, sobre todo, donde se encuentran las mesas de juego y las áreas de conversación.

El gobernador es el jefe de la policía y le corresponde mantener el orden público, en ese sentido es funcionario del Ministerio del Interior. Preside, además, todos los consejos provinciales convocados para tratar los asuntos relativos a los otros ministerios.

Sin embargo, los gobernadores disponen de un inmenso poder, que surge de ser los representantes personales del zar. En este sentido actúan como una especie de virreyes privados del zar y encarnan en el territorio de la provincia el poder autocrático.

Richard Robbins, en su estudio “The Tsar Viceroys”, analiza la estructura de poder de los gobernadores y señala que, “…en cuanto representantes del zar le aseguran que no son rehenes de sus ministros y, al mismo tiempo, le facilitan mantener contacto directo con las provincias y sus habitantes”.

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