CRÓNICAS DEL SER
Los primeros manifiestos clandestinos 

<STRONG>CRÓNICAS DEL SER<BR></STRONG>Los primeros manifiestos clandestinos<STRONG> </STRONG>

POR LUIS O. BREA FRANCO
Después de la publicación del “úkasse” de liberación de los siervos, emitido el 19 de febrero de 1861, en Rusia se produjeron en múltiples aldeas, rebeliones de campesinos disgustados con las nuevas obligaciones establecidas en el decreto respecto al pago que debían de hacer los siervos a los terratenientes, en un plazo de nueve años, para obtener las tierras que consideraban propias, pues las trabajaban desde generaciones; además les contrariaba las limitaciones establecidas sobre la extensión máxima de las parcelas que podían adquirir.

En la provincia de Kazán tuvo lugar la revuelta campesina más importante. Allí, labriegos incitados por un clérigo llamado Antón Pétrov, que había reinterpretado “por iluminación divina” los términos de la liberación “auténtica”, los había convencido de que no tenían que cumplir con ninguna de las obligaciones reclamadas por los propietarios. Las autoridades les exigieron entregar al instigador, y el ejercito disparó a la masa con un desenlace de cientos de muertos.

El primer episodio de la serie de manifiestos clandestinos, que pedía al zar Alejandro II profundizar y agilizar las reformas, apareció tres meses después de la rebelión de Kazán, en julio de 1861, distribuido primero en Petersburgo y luego en Moscú. Tenía como título, “El gran ruso” –Velikoruss- y era de tono moderado. Declaraba que debido a la crispada atmósfera política, ensombrecida por la masacre de Kazán, se dirigía a la “intelligentsia” para plantear los problemas sociopolíticos del momento. De esta serie de proclamas se distribuyeron tres volantes, uno en julio, otro a inicios de septiembre, y el último el 20 de octubre.

Consideraba el primer número del “Velikoruss”, con gran preocupación, que: “El gobierno empuja a Rusia hacía una rebelión campesina. Debemos examinar la totalidad del problema campesino de otra manera”. Los redactores del documento insistían que el gobierno actuaba de modo estúpido y por ello, estimaban, que las clases ilustradas debían de asumir la dirección de los acontecimientos y orientar al gobierno.

El segundo número del manifiesto, publicado en septiembre, intentaba precisar un programa; postulaba concretamente que la única vía para desarmar a los radicales y desmontar una posible revolución era que el gobierno, con cargo al tesoro público, saldara las obligaciones de pago asignadas a los campesinos respecto a los terratenientes. Igualmente, sugería que el Estado tomara una medida conciliatoria respecto al problema de las diversas nacionalidades que en el imperio ruso buscaban ser reconocidas y liberadas, entre las que se encontraban los casos de Polonia y de las provincias bálticas.

En la tercera proclama, la última de esta serie, sugerían al zar que convocase a una asamblea nacional que lo ayudara a entrar en contacto con la realidad del país y abogaban porque se definieran con claridad las relaciones deseables de la dinastía con la sociedad y con las nacionalidades. Finalmente, planteaban la necesidad de preparar una constitución que sirviera de guía. 

Como se puede ver, el discurso de esta facción, era respetuoso de los poderes del Estado y de inspiración constitucionalista. La dirección de donde provenía este manifiesto ha quedado en el anonimato histórico. Sin embargo, se presume que era de origen liberal, aunque representaba una novedad la vía de penetración social elegida. 

El segundo manifiesto, divulgado desde otra vertiente ideológica, estaba dirigido “A la joven generación”, y adoptaba una línea política firme, que la diferenciaba de la del “Velikoruss”. Hoy sabemos que los autores de este volante estaban relacionados con la revista “El contemporáneo”; acusaban una marcada influencia, en el orden conceptual, de la visión política de Nikolái Chernishevsky y de Aleksandr Herzen, quien actuaba desde Londres, donde publicaba la revista “Kolokol”. 

El plan original de este grupo era dirigir una serie de proclamas sectoriales que abarcara a distintos estamentos sociales: soldados, campesinos, intelectuales, pequeños funcionarios y a los  jóvenes, pero a causa de los dificultades que tuvieron para imprimirlos sólo llegaron a distribuir el volante dirigido a los jóvenes, que fue estampado por Herzen, en Londres.

Sus autores buscaban realizar un gran cambio político y por ello rompían con el zarismo: “No necesitamos un poder que nos oprima, no necesitamos un poder que impida el desarrollo mental, cívico y económico del país, no necesitamos un poder que asuma la corrupción y el egoísmo como su bandera”.

El país reclamaba que el zar Alejandro II comprendiera que el orden nuevo creado por él con el decreto de liberación de los siervos hacía superflua su presencia histórica. Por esto consideraban debía renunciar al trono y si el emperador no comprendía la hora y su papel histórico, tanto peor para él. De lo que estaban seguros era que “si para alcanzar nuestros fines de repartir la tierra entre el pueblo, tenemos que pasar sobre las cabezas de cien mil terratenientes, eso no nos detendrá”.

El grupo era partidario del “socialismo ruso” que proclamaba Herzen desde su revista. Éste, desilusionado por el fracaso de la revolución de 1848, creía que Europa vivía oprimida por “el peso de su herencia”. Consideraba, precisamente, que el atraso de Rusia, su ausencia de tradiciones culturales sólidas y su vacío político era lo que le abría las puertas al futuro. Por ello, los redactores del manifiesto proclamaban: “no tememos al futuro… Creemos en las fuerzas de Rusia porque creemos que estamos destinados a traer un nuevo principio a la historia”.

¿Cuál era ese principio nuevo que postulaban, con tanta convicción, Herzen y sus seguidores, quienes serían conocidos después en la historia como “los populistas rusos”? El principio era para ellos la ancestral comuna campesina rusa, la “obshina”: el sistema de cultivar la tierra organizados en unidades colectivas que se autogestionaban. Es decir, para Herzen, el socialismo ruso no tendría que imponerse, sino que simplemente habría que restaurarlo, protegerlo y perfeccionarlo al fortalecer la práctica de autogestión colectiva de las comunidades agrícolas.Con el nuevo orden habría que establecer que la tierra pertenecía a la nación y que debía redistribuirse en unidades colectivas, precisamente, en “obshinas”. La tarea era hacer que cada uno de los ciudadanos de Rusia fuera miembro de una comunidad. 

En esta visión se reformulaba y reafirmaba, en clave revolucionaria, –esto es importante decirlo- una misión histórica trascendental para Rusia. Esto es, se planteaba un destino mesiánico para el pueblo ruso. Esta nación tendría un papel propio y destacado que cumplir en el contexto de las naciones modernas: su destino sería indicar el camino que redimiría y liberaría a toda la humanidad por la vía del perfeccionamiento del socialismo agrícola ruso. 

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