Crónicas del Ser
Perspectiva de mundo campesino ruso

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La intelligentsia rusa osciló, durante todo el siglo XIX, entre un casi total desconocimiento de la vida concreta del campesino y la exaltación idealizada de su modo de ver el mundo y sus fines últimos.

Dostoievski, en “El diario de un escritor”, subraya que el aldeano vive en un plano moral más alto que los más sofisticados ciudadanos de Europa occidental, “eran verdaderos cristianos dolidos por lo que padecían. Eran ellos los que nos mostraban un nuevo camino para salir de nuestras dificultades en apariencia insolubles. No será San Petersburgo que definirá nuestro destino. La luz y la salvación vendrán desde abajo”.

Por otro lado, Máximo Gorki, quien había vivido y sobrevivido en contacto con esas pobres gentes, tenía una idea totalmente distinta, completamente alejada de toda ilusión romántica. El escritor los describe, en efecto, como “poseídos de un tal deseo canallesco de agradar a los potentados de la aldea que sólo el mirarlos me desagradaba. Gritaban entre ellos como animales, siempre dispuestos al pleito, siempre listos a despedazarse por el mínimo desacuerdo. En ese momento producían miedo. En esas condiciones eran capaces de destruir la iglesia en que apenas minutos antes se habían recogido humildes y sumisos como ovejas.”

A pesar de lo poco que se sabía de ellos, los campesinos poseían una rudimentario ordenamiento en que organizaban su visión del mundo. Esta perspectiva se articula en pocos y sencillos principios básicos, que nacen de la permanente oposición que ejercen durante siglos a los embates del estado zarista.

Herzen resalta este componente en la descripción de su panorama vital, “la vida de los campesinos se constituye como una persistente, obstinada, pasiva oposición a lo existente, soportan vengativamente la opresión, pero no aceptan nunca nada que no provenga de la vida en común, de la aldea.”

La visión del mundo campesino se articula en tres nociones extraídas del derecho consuetudinario. Una, es el reconocimiento único del patrimonio familiar; otra, es que el acerbo de la familia se constituye en base a la prestación individual de mano de obra; y, finalmente, todo acontecimiento viene interpretado desde la perspectiva subjetiva del derecho.

La única forma de patrimonio reconocido es el establecido y derivado de la familia natural. Su jefe es el varón más anciano. Todos los bienes, sin excepción, los administra y los reparte el patriarca. Si este administra mal o es considerado injusto, el consejo de ancianos de la aldea lo puede destituir. La riqueza de la familia se constituye mediante el trabajo que cada miembro aporta. Rige la norma que quien no trabaja no tiene derecho a nada.

Entre las posesiones se incluyen la casa, el mobiliario, los utensilios para la producción, el ganado y los cultivos. La propiedad excluye el suelo, que viene considerado propiedad de todos y es repartido cada año según las necesidades de cada grupo familiar.

Acontece, que si un hijo abandona la comuna, deja de ser considerado miembro de la familia. Esto lo aprovecha el gobierno bolchevique, en 1918, cuando distribuye la tierra entre los campesinos. La participación de cada quien se valora según la prestación en mano de obra, que es el principio distributivo válido de la mentalidad campesina.

Esta perspectiva entra en colisión con el derecho positivo, que bajo el zarismo protege el derecho de los propietarios a los terrenos en que trabajaban los campesinos, pero coincide con la ley consuetudinaria que sirve de base a la visión campesina sobre el derecho de uso de los terrenos.

Cuando se produce la Revolución de Octubre, el nuevo modo de interpretar la justicia revolucionaria, también viene a coincidir con la visión campesina de una justicia subjetiva. Por ejemplo, se establece que la clase social de procedencia, respecto al hecho juzgado, viene a ser el factor decisivo para juzgar la culpabilidad o la inocencia del imputado.

Dicho en otras palabras, la justicia se construye de acuerdo con los efectos prácticos que puedan incidir en la comunidad. En este relativismo moral se encuentra la raíz del instinto anárquico del campesino ruso. Siglos de esclavitud provocan en ellos una profunda desconfianza frente a cualquier tipo de autoridad que sea extraña a la aldea.

Desde ahí deriva el antiguo concepto de libertad y autonomía campesina que se expresa en el término ruso, “Volja”. Se rechaza desde esta concepción todo tipo de opresión o de mandato de cualquier tipo de poder externo a las propias instituciones.

En este sentido van las palabras de Gorki, quien dice que, “desde hace más de cien años el campesino ruso sueña con un estado menoscabado respecto al derecho de influir sobre la voluntad del individuo y su libertad de acción; sueña con un estado sin ningún poder sobre el ser humano.”

Desde esta perspectiva es que combaten todas las formas burocráticas que intenta imponerles el estado zarista, y encuentran siempre formas más refinadas de resistencia pasiva.

En realidad, crean una estructura administrativa de dos caras. La de cariz oficial se escuda en la inacción y de la ineficiencia, mientras que la interna a la aldea, actúa de forma ponderada y sabia.

Los funcionarios que representan a la aldea ante las autoridades locales y regionales son seleccionados, precisamente, por su manifiesta incapacidad, con el fin de sabotear la acción del gobierno. Para el rústico el único centro del poder era el “Mir”, el consejo de la aldea. De esta manera el poder zarista nunca pudo penetrar ni incidir en la comunidad de la aldea.

La realidad de la existencia humana en la aldea campesina rusa era sumamente difícil debido a la degradación, miseria, ignorancia y crueldad que experimentan los aldeanos, que no pueden escapar de sus garras.

Chéjov, con la iluminación que otorga el arte, nos hace palpar la angustiosa situación extrema que representa encontrarse atrapado sin salida en una forma de vida sometida al dolor, a la humillación, al abandono, a la menesterosidad y a la violencia.

En síntesis

En su relato

En “Campesinos”, publicado en  1897, Antón Chejov presenta al lector una imagen de esas vidas disminuidas: “Era una mañana maravillosa. Qué vida más hermosa habría en este mundo si no fuera por la miseria, ¡por la terrible e irremediable miseria de la que no hay modo de escapar!”.

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