Crónicas del tiempo presente, la Era del capitalismo de la vigilancia

Crónicas del tiempo presente, la Era del capitalismo de la vigilancia

El pensar el tiempo ha definido la naturaleza de los relatos. Unos se han enfocado en el pasado, como los relatos históricos, y otros en el futuro, como los relatos utópicos. Los amigos del saber en la ciudad, como llaman la acción del pensar Deleuze y Guattari (1991), piensan el fluir del tiempo como una aporía, que viene a ser un conjunto de indicios que, por sus contradicciones o paradojas irresolubles, no se puede comprender del todo. Es una noción que se resiste a ser plenamente definida. El tiempo presente corresponde a la crónica, a la eventualidad de lo que acaece.

Y lo que hoy nos ocurre hace que volvamos la vista atrás para encontrar un precedente, una conexión con el tiempo pasado, como algún otro relato que nos permita reencontrarnos con este presente discontinuo, que es difícil de aprehender.

Limitados en nuestros conocimientos del presente, solo nos quedan las crónicas con una inmensidad de eventos. Los estudios sintéticos de la cultura han diseñado modelos teniendo en la mira la comprensión de la vida en la ciudad y con ellos entender el tiempo presente desde el pasado.

Algo está ocurriendo que antes no ocurría y que le da forma a una nueva manera de ver, de sentir y de vivir. La mirada se enfoca en asuntos inéditos. En un tiempo mirábamos el cielo como una forma de descubrir el sentido de la existencia.

Luego Zaratustra miró la tierra. Heidegger respondió las preguntas sobre el sentido de la tierra. El mundo en que existimos es una copia del mundo celestial, repetía el bibliotecario Borges. Desde los sabios caldeos los hombres miraron al cielo para encontrar signos que ayuden a entender el presente. Recordemos los augurios en “Odisea”, en la historia de Roma, en la vida de César.

Pero esa mirada ha dado paso a otras miradas. Y a otros tiempos. Hoy miramos una pequeña caja de luces y sombras.

Una caja negra iluminada que nos permite ver el presente con todos sus detalles. Como una caja china en la que se pueden apreciar otras cajas y en ellas un mundo inconcebible nos incita a mirarlo con todos sus detalles. Borges, por ejemplo, hubiese prodigado un viaje a la semilla, a ver en la vastedad del desierto un grano de arena.


Pero nosotros tan instrumentalizados como estamos oteamos el desierto. Y a poco relacionamos la arena con el tiempo que cae en el reloj. Sabemos que pasa el tiempo, sabemos que la vida pasa. Que los caminos de Machado “van a dar a la mar” de Manrique. Sabemos que todo debe “pasar de [cierta] manera”. Y la literatura ha preferido el río para que sea símbolo del fluir temporal.

En su libro “La Era del Capitalismo de la vigilancia” (Paidós, 2020) la profesora de Harvard Shoshana Zuboff redefine el tiempo presente: y desde su perspectiva económica, que toca el mundo de los negocios, lo ha llamado la Era de la vigilancia. Su discurso tiene en el pórtico el símbolo de la casa.

La casa fue el espacio de lo sagrado y por mucho tiempo el espacio de la mujer. Podríamos decir el espacio de lo doméstico. Que viene a ser el espacio del señor. Voy de Aristóteles en “Política” a Fustel de Coulange, “La ciudad antigua”. La casa se construye como oposición al ágora. El espacio que se diferenciaba del mundo público. La mujer era una invitada que se convertía en la dueña del espacio doméstico al tomar la religión de su esposo. El mundo así concebido no tiene conexión con la actualidad, solo tiene ese relato.

En la casa estaba el sagrado y en sus alrededores la tumba de los padres. Hoy el sagrado y las tumbas están en otras casas. El tiempo y el fuego. Ambos se encuentran en su vocación de polvo. La mujer y el espacio de lo privado. La idea de qué es lo que se posee, o el espacio desde el que se impera.

La casa en llamas en el relato de Zuboff es la metáfora del fin de otra Era. Y, ¿qué es lo que tenemos que salvar del pasado? El mundo de la intimidad que aparece en la metáfora de la casa. El mundo de lo propio se presenta devorado por las llamas. Se han quemado las puertas y las ventanas.


El capitalismo ha cambiado la forma de hacer riquezas. Ha creado un “commodity” que es más rentable que el petróleo, dice la autora. Pero el proyecto que da origen a esta nueva Era comienza con la casa (Home), el espacio que fuera en la antigüedad lo doméstico y que nos relaciona con la intimidad.

El espíritu burgués creó la individualidad, tal y como la conocemos hoy. En medio de las cosas, nos creemos poseedores de nosotros mismos. Nos designamos como parte del “espíritu libre” que no se ata ni tan siquiera así mismo, en la filosofía de Nietzsche.

Extendemos al cuerpo la idea de la libertad. Y nos recreamos como seres dueños de nosotros mismos. La secularización nos hizo amos de nuestro cuerpo, como el señor era en la antigüedad dueño de la casa y la mujer.

El cuerpo, el espíritu, el pensamiento. La intimidad y todo aquello que nos caracteriza para pensar el mundo y participar en igualdad en la polis es lo que está explotando el capitalismo en la Era de la vigilancia. El hombre ha vuelto a ser, como en la esclavitud negra de América, la materia prima para el trabajo del capital.

La intimidad de la casa se ha hecho pública. Como dice Zuboff las grandes empresas de la comunicación vigilan nuestros actos y hackean nuestra conducta. Predicen nuestros comportamientos y lo más peligroso de todo: se adelantan a cómo vamos a participar en el ágora.

De ahí que el capitalismo de la vigilancia sea un peligro para la democracia. Un peligro relativo porque la democracia es un espacio minado para nuestro consenso. De Durkheim a Habermas la concepción y las reglas del consenso han cambiado. La democracia de los consumidores (Canclini), ha sido hackeada por el capitalismo de vigilancia que usa la intimidad, el espacio de la casa como el centro de la nueva esclavización humana. Nuestras acciones futuras son predichas por máquinas inteligentes capaces de moldear nuestra conducta.

Para Shoshana Zuboff de “La Era del capitalismo de la vigilancia” una nueva forma de hacer negocio se ha instaurado. Las ganancias de las grandes corporaciones y de la “social media” han rebasado todo lo concebible. No hay precedentes.

Sus algoritmos se alimentan y se programan de tal manera que entramos en una sensación de que no se puede controlar ni volver atrás. No solo nos vigilan por lo que podríamos hacer contra las normas que impone el Estado es que en el capitalismo de la vigilancia estamos perdiendo hasta la posibilidad de accionar para reformar la democracia misma.

La metáfora de la casa remite a ese “sweet home” que se proclama como espacio de la felicidad. Hoy es el punto del universo en que se ven todos los puntos (Borges). Pero el observatorio está en otro espacio.

Como en La Matrix (1999), el hombre en el espacio virtual es esclavo del hombre. Y como decía, Plauto y retoma Hobbes en “Leviatán”, “Homo homini lupus est”. Los males del presente demandan crónicas que caractericen el tiempo que pasa.

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