CRÓNICA
Y Luis se hizo música…

<STRONG>CRÓNICA<BR></STRONG>Y Luis se hizo música…

Este 8 de diciembre de 2009, no amaneció tranquila la ciudad de Santo Domingo, porque algo grande había de pasar. Su viento, sus árboles, su mar, sus vetustos edificios coloniales, lloraban aire, polvo, hojas, agua, olas, porque uno de sus hijos predilectos luchaba y fue vencido por la muerte a las 10:17 de la mañana. Desde su  noche anterior empezó a andar y desandar por la ciudad la tristeza, la intranquilidad, el llanto, pues uno de los más grandes artistas sufría un infarto al miocardio, y había empezado a pelear con la muerte a guitarrazos, a notazos, a compases limpios, a palabrazos poéticos, a tamborazos, a palos rítmicos, con la misma fiereza con que se enfrentó siempre al vivir, por preservar su eterna juventud de creador impenitente y genial.

A esa hora, volaba a lo alto de pentagrama el alma  de Luis Díaz Portorreal, más conocido como Luis Terror Díaz, músico, cantante, compositor, poeta, guitarrista, arreglista, investigador musical; el alma de Luis, abandonaba el cuerpo material para convertirse en su música. Desde ese día, Luis es más grande, porque ahora no está limitado por las andanzas de un cuerpo, las necesidades de un cuerpo, porque no depende su existir de respirar, de que circule la sangre o cuelen los riñones, o el hígado active su industria de químico interior, que el corazón tire o destire o el cerebro ordene y desordene, sino que es ahora sólo música y letras inolvidables. Ahora es la Suite Folclórica, es La Pringamosa, es Baila en la calle, es Los mosquitos puyan, es El Guardia del Arsenal, es Helena,  es Andresito Reina, es Marola, es Tú quieres dormir y yo quiero andar, es Mi Guachimán, es La Gunguna, es, en fin, toda su letra y música.

Aferrado siempre a su guitarra que tocaba como nadie, aun con un brazo deformado con el golpe de una caída, nunca cesó de cantar, de componer, de investigar, y así voló Luis al cielo caribeño a ocupar el lugar de dios sincrético negro-blanco-indígena donde siempre estuvo: entre las estrellas de eterna luz.

Conociendo y reconociendo su altísima condición de hombre excepcional, la Secretaría de Estado de Cultura le rindió varias veces homenajes, de los cuales el más significativo fue el de declararlo Patrimonio Cultural Viviente. Luego, muchos artistas de diversas disciplinas organizaron recientemente otra muestra de admiración a ese gran maestro dominicano con el concierto POR AMOR AL TERROR, en el que se usaba ese calificativo de Terror que llevó desde hace varios lustros, no porque fuera terrorífico ni terrorista, sino por su actitud de apasionado amor por la música, por la entrega feroz a cada pieza que hacía, la furia creadora con que interpretaba sus fusiones de rock, reguee, jazz, merengue, mangulina, palos, gagá, y otros géneros musicales dominicanos y extranjeros, casi rompiendo su guitarra para arrancarle las más explosivas notas golpeándole el cuerpo y las cuerdas, las más emocionantes expresiones de júbilo, en una verdadera revolución visual y rítmica.

Cuando subía a los escenarios del planeta, acompañado de su hembra guitarra, en La Habana, en New York, en Moscú, en Miami, en Managua, en Santiago de Chile, en París, en Tokio, en Río de Janeiro, en San Salvador, todos sabían que allí estaba la República Dominicana en toda su espléndida excelsa dignidad, de pie frente al mundo, en cuerpo de un mulato de 5 pies 8 pulgadas de estatura, atlético, corpulento, ejercitado en  maratones y caminatas, y con una mente dispuesta siempre a inventar algo nuevo, algo genial, algo que la humanidad no pudiera sacar jamás de su memoria. Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Joan Manuel Serrat, Sarah González,  Armando Manzanero, Marco Antonio Muñiz, Marc Anthony, Shakira, Alberto Cortés y otros muchos íconos universales de la música de calidad, sintieron  respeto y admiración por las eximias creaciones de nuestro Luis Días.

Padre de muchos músicos y muchas músicas: desde los bachateros y pericos ripiaos, paleros, mangulineros, pambicheros  hasta los baladistas y músicos clásicos sinfónicos, son muchos los hijos y deudores de Luis –Terror- Díaz Portorreal: Juan Luis Guerra, Víctor Víctor, Dioni Fernández, José Antonio Rodríguez, Manuel Jiménez, Sonia Silvestre, Anthony Ríos, José Manuel Calderón, Luis Segura, Wilfrido, Servio y Luis Vargas, Zacarías Ferreiras, Darwin Aquino, José Antonio Molina, y, en fin, todo el que combine armónicamente sonidos y tiempo en Santo Domingo desde 1973 hasta su muerte, le deben algo a nuestro Luis Días, porque sin él y Dagoberto, la bachata se hubiera muerto de hambre en los barrios, y no hubiese ingresado en los altos salones mentales del pueblo que la crió y la empujó a crecer y hacerse dueña del sonido en todos los países de la Tierra, primero que nada por el trabajo incansable de Luis Días y Convite y otros héroes a los que llegará su hora de ser honrados.

Ahora, el merengue y la  bachata están llorando, y sus notas negras y blancas se inclinan para besar la tierra en el lugar sagrado donde ha pisado el maestro Luis Días. Y el pueblo dominicano lo registra en su anales como uno de sus momentos culminantes de su historial creador. El nacimiento de Luis el 21 de junio de 1952 en Bonao y su muerte el 8 de diciembre de 2009, definen una diadema aurífera que cubrió de gloria a nuestra patria en su  bandera, su escudo,  su himno, su gente y su música y sus letras, en la figura de ese hijo ejemplar que llevó y llevará siempre el nombre imperecedero, inmortal de Luis –Terror- Días. Altas y bajas tuvo. Sombras y luces tuvo. Pero son sus luces la herencia que hemos de reclamar como nuestras todos los que tuvimos la dicha de compartir el suelo de su nacimiento y muerte.

Por amor al maestro glorioso, loor al gran dominicano, loor al gran ciudadano del mundo llamado Luis Días, y que se levanten todas las guitarras y que vuelen todas las notas musicales a posarse sobre su rostro venerable.

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