¡Crucifíquenlo, crucifíquennos! reflexión de la Semana Mayor

¡Crucifíquenlo, crucifíquennos! reflexión de la Semana Mayor

Caramba, con ese título cualquiera cae preso. Pero, corremos el riesgo y damos todo lo que tenemos por Él.  Pero no por venderlo, como hacemos muchos cada día, buscando siempre una oportunidad para “ganar galones”, aunque nos cueste una “coba”.

¡Crucifíquenlo! Él está a la espera de que uno de nosotros lo entregue día a día. Y sufre. Pero seguimos tan campantes como aquél. Mal nos vendría el haber nacido si tenemos que enfrentarnos a entregarlo y convertirnos en los chismosos del patio delatándolo. Aunque, se ha vuelto una costumbre el negociar gato por liebre y todo lo hacemos a lo fácil.

¡Crucifíquenlo! Aquí en nuestro país no sólo canta un gallo cuando delatamos, sino que cantamos todos y no lo reconocemos así. Porque es difícil esperar para delatarlo. ¡Ja! ¡Qué cuento es ese! ¡Nosotros, hombres, o mujeres tan importantes para nuestra gente! Jamás esperamos a que llegue ese momento. Nos ponemos adelante y cubrimos nuestra espalda.

¡Crucifíquenlo! Es muy bueno sentarnos junto a Él. Y, almorzar con Él. Pero, meditar junto a Él: ¡Que difícil! Orar con Él: ¡No tengo tiempo! Y, menos si es en esta semana. Es una semana en la que siempre estamos despiertos para otras cosas pues nunca encontramos un hueco en el año para ellas.

¡Crucifíquenlo! Es un momento para que enfrentemos esa hora en que Él se entrega por nosotros, cada día. ¡Qué ironía! No tenemos que esperar a Judas para dar una señal traidora. La damos todos los días. Nos la damos en muchas de las cosas que hacemos día a día. Sin darnos cuenta nos sentamos junto a uno de esos dos que atestiguó que era capaz de destruir Su Templo y reconstruirlo en tres días.

¡Crucifíquenlo! No le conocemos. Lo negamos. Estamos más cómodos haciendo lo que nos viene en gana. No tenemos por qué respetar a los demás. Ni pararnos en un semáforo cuando está en rojo porque el color, así como los cantos de sirenas sólo los usamos para distinguirnos de otros que están en otros partidos. Total, si siempre nos salimos con la nuestra.

¡Crucifíquenlo! Nos negamos a devolver esas treinta monedas que nos ganamos en el juego de la vida. Total, Él ya se ha sacrificado varias veces por nosotros. Total, en las fiestas de antes se solía soltar a un preso de confianza que así pidiera la gente. Pero, resulta que, hoy y todos los días, somos esa gente y, en lugar de exaltarle, pedimos que lo tranquen y lo crucifiquen.

Es momento de traerlo a Él a nuestra casa. Pero no aquella casa de cuatro pedazos de paredes, ventanas y si acaso una puerta. Es a aquella casa con esa puerta grande que tenemos dentro y que, la mayoría de las veces, sólo la abrimos para lo que nos interesa. Es momento de sellar esa puerta pero con Él Vivo dentro. Y, si no somos capaces de sacrificarnos, digamos todos: ¡Crucifíquennos!

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