LEILA ROLDÁN
Los amigos y los no tan amigos con quienes comparto a veces tantas ideas me pueden crucificar, si quieren, pero su visión de la relación Haití – República Dominicana no la comparto. Para nada.
Los que me conocen saben que, al igual que ellos, me hiere el dolor de otro, el hambre de otro, la pobreza de otro. Pero igual me hiere la crueldad sanguinaria e indolente con esos otros seres tan vivos como nosotros, pero aún más indefensos, que pueblan el mundo animal.
Por eso, entre otras razones que como abogada educada por los mejores maestros de las universidades dominicanas han modelado mi pensamiento jurídico, mi postura en este tema. Que es la misma postura del Poder legislativo, que ha hecho la sabia Ley General de Migración vigente, del Poder Judicial, que la ha ratificado como buena y válida, y del Poder Ejecutivo, que ha declarado su aquiescencia a los otros dos.
Los haitianos son nuestros hermanos y son sujetos de los mismos derechos humanos que el resto de la humanidad. Pero no son dominicanos. Aunque vengan en «gira» a parir a nuestro país o aunque «se la busquen» en nuestro territorio.
No son dominicanos porque nuestro país es soberano en decidir a quién corresponde dicha nacionalidad. Y el país ha decidido. A través de sus representantes elegidos directa e indirectamente, selló la discusión.
No corresponde la nacionalidad dominicana a quienes practican una religión primitiva y sangrienta, ni a quienes depredan como plaga los recursos naturales, comiéndose perros y gatos, especies marinas y aves nativas y migratorias. No le corresponde a quienes destruyeron a pedradas el último nido de Halcón Peregrino que existía en el Parque Jaragua para almorzarse sus pichones, ni a quienes destruyen árboles y ecosistemas en la forma más brutal para preparar carbón vegetal, constituyendo una «amenaza para la preservación del medio ambiente y los recursos naturales».
No corresponde la nacionalidad dominicana a quienes «invadieron recientemente áreas protegidas causando daños en más de 50 acuíferos» emprendiendo acciones de pesca prohibidas por la ley de especies marinas en vías de extinción. No le corresponde a quienes portan sierras, sinfines, plantas eléctricas, hachas, machetes, revólveres, pistolas, escopetas y rifles de perdigones para la despiadada cacería de aves y hasta de animales de compañía.
Tampoco debería corresponder a los malos dominicanos que cometen similares atropellos. Pero gracias a Dios que son los menos, pues vamos ganando en conciencia y proliferan constantemente los grupos, organismos e instituciones de enfoque ético al tratamiento de la fauna y la flora nacional. Al revés que en Haití.
A esos haitianos no les hacemos daño alguno si no les regalamos nuestra nacionalidad. Al fin y al cabo la República Dominicana para ellos sólo es una gran despensa viva que les queda a la mano al agotarse la propia. La nacionalidad conlleva respeto por los recursos, sentido de futuro de un país, arraigo y pertenencia. Los haitianos, por mucho que quieran venir, no sienten por el lado este de la isla ninguna de esas preocupaciones. República Dominicana sólo les importa en la medida en que pueda satisfacer sus necesidades elementales sin comprometerlos a trabajar por un mañana. Y así no se puede ser dominicano.