Cruzada por la decencia

Cruzada por la decencia

Orlando Jorge Villegas

Este 6 de junio, al cumplirse tres años de la partida de mi padre, Orlando Jorge Mera, tuve el privilegio de dirigir unas palabras durante la misa conmemorativa que celebramos en su memoria. Más que un homenaje, fue una oportunidad para celebrar la vida de un gran hombre que conocimos y admiramos por su humildad, discreción, sobriedad y, sobre todo, por su decencia.

Esa misma mañana conversaba con la prensa sobre cómo, en días como estos, más que tristeza, sentimos gratitud por haber sido testigos de su ejemplo. También leí dos artículos, uno de Federico Jovine y otro de Héctor Marte, que coincidían —sin haberse consultado— en un mismo valor que definió a mi padre: la decencia. Me pareció una coincidencia reveladora, una señal clara del legado que dejó mi padre.

Fue inevitable pensar también en lo urgente que resulta hoy esa palabra. Decencia. Una virtud silenciosa, casi subestimada, pero profundamente necesaria. No tiene el brillo de lo espectacular ni el eco de lo estridente, pero es la base invisible sobre la cual se sostiene todo lo que aspiramos a llamar convivencia, ciudadanía, democracia.

Actualmente vivimos en un contexto donde la estridencia, la desinformación y la banalidad amenazan con erosionar los principios que sostienen una sociedad sana. Las redes sociales magnifican lo superficial, y la opinión pública se ve a menudo arrastrada por narrativas construidas desde el ruido, no desde la verdad. En ese escenario, la decencia no se impone, no grita, no se vende fácil. Pero ahí está, como antídoto frente al cinismo, como guía frente al caos.

Me gustaría en estas líneas hacer un llamado, una invitación abierta, a iniciar una cruzada por la decencia. A reivindicarla no como un valor del pasado, sino como una necesidad urgente del presente. Que ese legado que él nos dejó —hecho de gestos sobrios, de escucha atenta, de firmeza sin estridencia— no se quede solo en la nostalgia ni en el reconocimiento póstumo. Que se transforme en ejemplo, en acción, en compromiso.

Porque como él solía decir, “el poder es como una sombra que pasa”. Y esa frase, que repetía a sus amigos y colaboradores, resume una filosofía de vida: no perder el tiempo en vanidades, vivir con propósito, servir sin arrogancia, mantenerse con los pies en la tierra.

A tres años de su partida, mi padre nos sigue enseñando. Y hoy, más que nunca, recordarlo es comprometerse. Con su legado, con su forma de hacer las cosas, con su manera de vivir. Aprovechemos el tiempo —como él lo hizo— con humildad, convicción y decencia.

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