Antonio Margarito, ex campeón welter, cuando Bob Arum  le ofreció la pelea con Manny Pacquiao, no lo pensó dos veces.

Porque -por una clara lógica- en una pelea con Pacquiao el gladiador mexicano no tiene nada que perder y sí mucho que ganar.

 Mientras que Pacquiao tiene poco que ganar y sí mucho que perder. Si Pacquiao sufre una derrota ante ante Margarito, (hecho  que no se debe descartar)  entonces el anhelado pleito del filipino-diputado con Mayweather no se materializaría.

 De manera que es válida la opinión de que Manny Pacquiao, en la pelea que protagonizará con Antonio Margarito, ¡tiene un gran reto!

 No estoy en los adentros de Pacquiao y de su eficiente entrenador Freddie Roach, pero tengo  la convicción que ninguno de los dos van a subestimar al púgil mexicano.

 Pacquiao, por tradición, nunca menosprecia a sus rivales. No importa que antes de subir al cuadrilátero el filipino sea dado como amplio favorito.

 Pacquiao sabe que en el boxeo, como lo he escrito en innúmera ocasiones, no hay enemigos pequeños.

Hay que reconocer que en un combate normalmente uno de los dos pugilistas tiene ¡todas las de ganar!  

Pero tal consideración no significa que el boxeador que vaya como «hembra», vocablo que se usa en el  lenguaje deportivo, a una pelea no tenga ninguna posibilidad para triunfar. En boxeo ocurren milagros.  Y si quieren algunos ejemplos, pues aquí les doy tres: Mike Tyson, en febrero de 1990, fue noqueado por el mediocre James -Buster- Douglas. Las apuestas estaban 36- 1 a favor de Tyson.

 En marzo de 1976, Antonio Cervantes (Kid Pambelé) era el claro favorito ante el imberbe boricua Wilfredo Benítez en una pelea en la que estaba en disputa el campeonato mundial welter. Benítez, quien apenas tenía 17 años de edad, se alzó con la victoria.   En noviembre de 1996, Mike Tyson, en su combate con Evander Holyfield, nunca se imaginaba que caería por nocaut).