El diálogo convocado por el Gobierno dominicano revela un aspecto positivo: la República Dominicana mantiene la capacidad de sentar en una misma mesa a representantes políticos y sociales. Pero, también genera preguntas que, ojalá encuentren respuestas inclinadas al bienestar colectivo.
Los diálogos y pactos han sido varios. Tal es el laboral (1985-1992); el Pacto por la Democracia, que puso fin a la crisis postelectoral causada por el fraude contra Peña Gómez y el PRD; el Diálogo Nacional, iniciativa, por decreto (489-97), del entonces presidente Leonel Fernández, que tuvo hasta un local: “la casa del diálogo” y el convocado por Hipólito Mejía en 2002.
Posteriormente, con la modificación constitucional del 2010, la figura de la concertación social y su órgano formal, el Consejo Económico y Social, llegan a la Carta Magna, artículo 251.
El Pacto por la Educación, requerido junto a dos más (el Fiscal y el Eléctrico) en la Ley 01-12 de la Estrategia Nacional de Desarrollo, estrenó este mecanismo, siendo precedido por un esfuerzo de movilización social generalizada que demandó el cumplimiento de la Ley General de Educación 66-97 en lo relativo a la inversión en educación: 4% del PIB.
El segundo pacto en ser convocado fue el eléctrico, pero no prosperó como el primero, probablemente porque los intereses comerciales y políticos son mayores y más difíciles de armonizar con un reclamo popular básico: energía eléctrica estable y barata. De modo que la gestión del presidente Danilo Medina concluyó sin esta firma, pero, ¡Oh sorpresa!, el nuevo Gobierno de Luis Abinader convocó a su firma y de acuerdo a lo denunciado por el sector social, se firmó con poquísimos cambios y con la ausencia y exclusión de actores e instituciones claves.
Así llegamos al escenario actual, con la papa caliente del Pacto Fiscal aún pendiente y con otras 12 reformas más. ¿Qué esperar entonces, considerando los precedentes? De entrada, que ojalá estas nuevas rondas de discusiones incluyan a todos los sectores pertinentes. Lo digo porque observo una parte de la dirigencia política radicalizarse en la anticuada idea de que la política es solo para los partidos, ignorando los grandes aportes que siempre han hecho las organizaciones sociales, comunitarias y de la sociedad civil, que gustan o disgustan en función de si se está arriba o abajo.
Segundo, que no se quede en esfuerzos propagandísticos que han implicado poner a las personas de relajo y mojiganga, “consultándoles” para después tomar las decisiones unilateralmente. La clase política dominicana ha pensado los pactos y diálogos cuando está en aprietos y necesita un respiro y tener legitimidad o ante decisiones difíciles que tienen un costo político que se quiere repartir.
Tercero, que se cumpla con esmero y con calidad. Por ejemplo, el cumplimiento del pacto educativo no ha generado el impacto esperado en su calidad, porque en el camino se ha distorsionado para fines de politiquería, propaganda y muchos negocios, y la Estrategia Nacional de Desarrollo se cumple e incumple “asigún”.
Finalmente, el para qué del diálogo. Lo transversal de estas reformas debe ser cómo lograr que la gran mayoría de dominicanos y dominicanas tengan mejor calidad de vida. Cómo el Estado puede garantizar más derechos. Ese debe ser el principio y fin de una discusión en la que, reitero, no están todos los que son, no son todos los que están y donde además hay que desear que no se reedite el clásico: Yo opino, nosotros opinamos, ustedes opinan, pero ellos deciden.
Ojalá estas rondas de discusiones incluyan a todos los sectores
Clase política de RD piensa en pactos y diálogos cuando está en aprietos
Lograr mejor calidad de vida debe ser el principio y fin de una discusión