Cuál es el valor del árbol

Cuál es el valor del árbol

Recorriendo caminos obligados de mi ciudad, noto la cantidad de árboles grotescamente mutilados a golpe de sierra, derribados para que desaparezcan sus hermosas ramas y follaje y me pregunto: ¿cuál es el valor real que tiene para el agresor uno solo, que nos ha visto crecer o ha crecido con nosotros, siendo testigo de nuestras nostalgias y recuerdos, que viene, en su conjunto, a formar parte de nuestra vida, del entorno citadino, en lucha constante y desigual con el progreso que “tiene un diente que nos despedaza el alma.” Empeñado generosamente en ofrecernos su brisa refrescante como caricia de sonrisa tierna, su sombra apetecida que nos acoge dulcemente atenuando el calor sofocante del astro rey, señor de estos lares caribeños, de luz multicolor, donde el maravilloso paisaje se renueva y nos recrea en cada pincelada del tiempo para atraer a millares de turistas nórdicos y de países fríos, donde gran parte del año permanece oculto como negado al esplendor que la madre tierra tiernamente nos regala.

Por qué entonces ese afán enfermizo de mutilar el paisaje, los árboles y su belleza que natura nos brinda, dable y entendible – no racional ni justo- en empresas extractoras de riquezas materiales bajo el prisma desolador del neoliberalismo que no alcanza a comprender otra riqueza que no sea el producto directo del capital y la explotación, del poder y el dinero.

Como se explica, qué sentido tiene que el Alcalde que ha gobernado de espalda a la ciudad, a sus habitantes y tradiciones sin rendir cuentas, manteniendo bochornosamente sucia y degradante la ciudad capital y sus barrios, parques, calles y avenidas, mutilando y destruyendo árboles frondosos, de rica madera por palmas africanas, tan reales como estériles y costosas, le reclame a la CDEEE, igualmente destructora y absurda como su propia sigla y sus desordenados tendidos eléctricos, su autoridad suprema y única, confiriendo derecho de ordenar y embellecer el ornato y preservación de los encantos de una ciudad, otrora preñada de hermosura y gracia.

Carente de un efectivo plan regulador del ordenamiento y crecimiento de la ciudad, su entorno y servicios reclaman mayores ingresos que dilapida. Igual que el gobierno central donde en ausencia de políticas públicas se improvisa pactos fiscal, eléctrico, reforma policial, se nombran comisiones oficiales de dudosa competencia para resolver problemas angustiantes mientras se acumulan males y se sigue endeudando el país a niveles alarmantes. Se posterga loma Miranda, parque nacional, y a prisa y sin miedo se contratan plantas de carbón millonarias, altamente contaminantes. Con el desorden reinante, cualquiera entidad gubernamental hace lo que le plazca. Desatendidas, olvidan deberes y obligaciones. Hacen y deshacen sin consecuencias, hasta que finalmente estalla un polvorín, llámese Hospital Reid Cabral, los Tucanos, o sentencia 168/13. Pero los intentos de poner orden en la casa, el cascabel al gato, resumen tímidas medidas profilácticas, temerosas de toda reacción que nada remedian porque la fiebre no está en la sábana. Y las sábanas están muy sucias y descosidas donde todo el sistema político de gobernanza está peligrosamente contaminado; y la fiebre no se quita con píldoras de vida del Dr. Ross.

 

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