Cualquiera resbala y cae

Cualquiera resbala y cae

En mis años juveniles jugué mucho béisbol, escogiendo la difícil posición de receptor, que  implica riesgos de encontronazos y caídas.

Me hice experto en el arte de evadir los choques con los jugadores del equipo contrario, cuando corrían veloces hacia el home con el objetivo de anotar carrera.

Eso no evitó uno que otro impacto en mi anatomía, pero afortunadamente ninguno me causó daños de consideración.

La juventud  me condujo por caminos de aventuras con bebidas alcohólicas, romances con mujeres “serias”, y de vida alegre, y noches que se convertían en mañanas con ausencia del sueño reparador.

Es harto conocido el poder desinhibidor de los tragos, y no escapé a las locuras momentáneas que afectan a los borrachos. Recuerdo los pasos acrobáticos que daba en fiestas bailables al conjuro de alguna guaracha, cuando el ron criollo culminaba en mi cerebro el recorrido ardoroso iniciado en el galillo.

En ninguna de esas maromas danzantes pasé por la vergüenza de que mis glúteos entraran en contacto con el suelo, ni que mi cara chocara con alguna pared de maderas o de concreto. Una noche en que asistí a la celebración bailable del cumpleaños de una amiga que residía en una segunda planta, varios de los varones participantes decidimos bajar las escaleras de espaldas.

La peligrosa ocurrencia se produjo cerca de la medianoche, cuando las bebidas espirituosas habían hecho su efecto mareante en aquellos imitadores de los sabrosos crustáceos.

Uno de los jóvenes cayó de espaldas cuando parecía que iba a terminar el recorrido, pero el grosor de sus nalgas, y la escasa distancia que lo separaba del piso amortiguó el impacto del “mataso”.

Confieso que realicé la bajada apretado como un zócalo, pese a que estaba mas prendido que el trapo de una plancha en manos de una doméstica laboriosa.

Esta aparente carga nostálgica se origina en que mi esposa Ivelisse y yo sufrimos una caida bajando las escaleras huérfanas de barandilla que conducen al parqueo subterráneo anémicamente alumbrado del remodelado Palacio de Bellas Artes.

Es decididamente paradójico que recorriera felizmente los escalones de una vivienda borracho y caminando de espaldas, y me cayera haciéndolo de frente, después de treinta y ocho años alejado del romo.

¡Y pensar que una de las guarachas que brinqué mas que bailé, en estado de embriaguez sin irme hacia el suelo, afirmaba en su letra que “ cualquiera resbala y cae”.

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