Cuando a tierra se precipitó el Douglas “DC6”

Cuando a tierra se precipitó el Douglas “DC6”

El día  once del mes de enero de este 2012 se cumplieron sesenta y cuatro años de la tragedia aérea de Río Verde, acontecimiento que conmovió a toda la República Dominicana.

Siendo el motivo que al pie de una montaña se precipitó el avión Douglas DC 6. Esa nave tenía por piloto al capitán Ramón María Hernando Ramírez y como co-piloto al primer teniente José del Carmen Ramírez Duval. El Douglas DC6 había partido de Barahona con destino a Santiago. Pues, ese fatal día, el equipo de “Base- ball de Santiago” se habla enfrentado dos veces a las “Estrellas del Sur”, equipo de Barahona. Acompañando al equipo de la ciudad del Yaque andaba un grupo de deportistas santiagueros, entre ellos un niño. Pero pudo salvar su vida el pelotero Enrique Lantigua (El mariscal), quien optó por quedarse en Barahona.

Treinta cadáveres terriblemente desfigurados fue el horripilante balance de la macabra calamidad acaecida en el paraje “Río Verde”, de la sección de Jagüey, jurisdicción de Yamasá.

 En mi pueblo, en Bonao, los jóvenes experimentamos un “cataclísmico estremecimiento”. Y un grupo nos aprestamos de inmediato para salir a pies, veloces, hacia el lugar de la estremecedora tragedia. Tomamos un mapa y trazamos la ruta de nuestro viaje luctuoso. Nuestro itinerario obligado era el siguiente: Bonao, Piedra Blanca, Maimón, Majagual y Río Verde.

Han pasado sesenta y cuatro años de ese acontecimiento y su “majestad la nemotecnia” me permite evocar a los integrantes del grupo que partió de Bonao hacia Río Verde. Ellos fuimos: Plinio Américo Henríquez Acosta, Emilio Antonio Muñoz Marte, Ulises Espaillat Ureña, Vinicio Cepeda Durán, Lowensky García Rosario, Silvestre Mejía Álvarez, Gilberto Velazco Vargas, Eliooth Rosario Hernández, Aníbal Almonte (X), Roberto Rodríguez Suriel, Fausto de la Rosa García, Haroldo Rodríguez Suriel, Pingo Rosario Aquino, Cristino (Chino) Castillo, Ángel (Musiquito) Acosta y J. A. Núñez Fernández (que todavía sigo siendo yo).

Las sombras anunciatrices de la noche empezaron a decir presente, cuando pasamos por Maimón. Decidimos contibuar la caminata hasta el lugar llamado “Majagual”.

Ahí procuramos al alcalde pedáneo. Y ese bondadoso campesino sacrificó un cerdo para brindarnos una abundante cena. Y para que pernoctáramos nos acondicionó con sacos, cerones, aparejos y esterillas una amplia enramada con piso de tierra apisonada. Nadie durmió, pues cenamos muy tarde y para esperar el claror de la mañana (el rosicler de los poetas). Jaraneamos de lo lindo, dándoles cuerdas y latas a algunos de los compañeros, especialmente al buenazo de Plinio Américo, nuestro cornetero. Y desde que aclaró reanudamos la caminata. Y como  a las ocho de la mañana hicimos alto en una vivienda, donde había un apiario (un colmenar). Ahí nos ofrecieron de desayuno, café y miel de abejas en sus panales.

Proseguimos devorando kilómetros y llegó la ocasión en que de camino marchábamos por el cauce de un arroyo. Y por su curso, por ese camino acuático con los zapatos puestos, fuimos a dar frente a frente a las chatarras del avión siniestrado.

En el tupido bosque, un cuadro como de cuatro tareas había sido talado. Y como a cincuenta metros de los escombros del “Douglas DC6” se encontraba la tumba colectiva. Al momento de partir, todos estábamos visiblemente apabullados. Y no olvido que con voz quebrada dije: “¡Dios mío, que solos se quedan los muertos!”

Antes que nosotros, en la noche del trágico día, había estado en el horripilante Río Verde un equipo de la Cruz Roja dirigido por el eminente galeno Mairení Cabral Navarro y el periodista que llamado era “Cheverito de Tenares”, don Félix Acosta Núñez.

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