Cuando Caamaño llegó

Cuando Caamaño llegó

Desde que lo vi pensé que algo grande estaría pasando que lo impulsaba a violar la férrea disciplina a que nos debíamos. Efectivamente, fue a enterarme de la llegada al país la noche anterior del coronel Caamaño por la Bahía de Ocoa, junto con ocho hombres, con el fin de encabezar la lucha por el derrocamiento de la dictadura de Balaguer y la liberación del país.
Mayor fue mi sorpresa e incredulidad; no concebía que El Coronel fuera capaz de acometer tan osada acción con tan pocos combatientes, sabiendo que su avanzada en el país, que éramos nosotros, no estábamos en las más mínimas condiciones operativas para recibirlo. La caída de Amaury, Virgilio, Ulises y La Chuta en ejemplar y heroico combate contra las fuerzas represivas del régimen, el 12 de enero de 1972, habían reducido a cero la limitada capacidad de combate en desarrollo. Mi shock fue superado cuando, al cuestionarle, José Luis respondió que la información había sido dada por uno de los miembros del grupo expedicionario “enviado” por Caamaño a cumplir dicha misión.
Eso fue lo que Toribio Peña Jáquez (QEPD) informó a Sagrada Bujosa, luego de aparecerse en la madrugada de ese mismo día en la casa donde residía su esposa en Ciudad Nueva. Más tarde, en el intercambio con él sobre los hechos y en la observación de su inapropiada conducta, los camaradas comprobaron que la supuesta tarea no fue más que un pretexto para esconder su martirizante actitud.
Es posible que en el clímax de su desesperación al no encontrar a sus compañeros, luego de su regreso al bote adonde había ido a buscar los que allí quedaron, cayera presa del pánico y optara por la vía que en ese trance le pareció la más adecuada: salir a la carretera Sánchez, secuestrar un vehículo, llegar a la Capital e informar a La Resistencia. Pero tampoco algunos descartan que, en esas circunstancias, decidiera no correr el riesgo de hacer lo propio de cualquier revolucionario en pleno dominio de sus facultades mentales: Seguir la ruta trazada para internarse en las montañas e ir tras el grupo, ruta que él conocía, como más adelante lo revelaría cuando presionaba para que se le llevara donde los compañeros, presión que muy pronto abandonaría al ofrecérsele tal encuentro.
Cuando en diciembre del año 1972 la Dirección de los CORECATO discutió la información traída desde Cuba por Melvin Mañón, de que Caamaño vendría al año siguiente, nuestras conclusiones fueron dos: 1) Caamaño viene a inmolarse. No existen en el país condiciones para el éxito de una expedición guerrilla y nuestros grupos no tienen posibilidades de crearlas en tan corto tiempo. Solo un milagro podría impedir tan irracional sacrificio y nosotros no creíamos en milagros. 2) Nuestro deber es empezar de inmediato a hacer hasta lo imposible para tratar de impedir que ocurra lo peor y acompañar a nuestro Comandante hasta el final. En otras palabras, decidimos inmolarnos con él.
Por eso, al superar el impacto que me produjo la inesperada noticia, lo primero que atiné a preguntar al camarada fue: ¿Qué se ha decidido hacer? Y su respuesta me llenó de incertidumbre y enojo: “Hasta ahora no se ha decidido hacer nada”.
– ¡Pero cómo es posible, si me has dicho que el guerrillero enviado informó que ellos dejaron inscripciones en el bote que evidenciaban que Caamaño había llegado en esa nave?- le cuestioné. Y sin esperar respuesta le recalqué: – Eso evidencia que El Coronel quiere que el pueblo sepa que él ha regresado y es a nosotros a quienes corresponde cumplir esa tarea que él no ejecutó-.
Y con firmeza agregué: – Propongo que de inmediato preparemos una acción comando para tomar a Radio Guarachita y difundamos una proclama anunciándole al país la llegada de Caamaño, listo para encabezar la lucha del pueblo por el derrocamiento de la dictadura balaguerista. Y yo me ofrezco para leer la proclama-. Dile eso a Miguel- le precisé. (MiguelCocco era el máximo dirigente de la unidad CORECATO-Resistencia después de la caída de Amaury).
Tenía la certeza de que si aprovechábamos el factor sorpresa y nos adelantábamos en dar la noticia al pueblo, podríamos tener posibilidades de una reacción de apoyo de su parte y, por ende, mejores condiciones de lucha. Pero que si en cambio lo hacía el Gobierno, nadie le creería, y eso tendría un impacto fatal en las posibilidades de contar con respaldo popular, como ocurrió a la postre.
En lo que el brazo militar conocía la propuesta, en mi condición de responsable del trabajo político en frentes de masas y de algunos organismos del interior del país, procedí a informar a sus dirigentes sobre la situación, instruyéndoles para que comenzaran de inmediato los planes y preparativos de entrada en acción, labor en la que pude confirmar la enorme disposición al combate y al sacrificio de todos los compañeros, quienes no tardaron en cumplir las instrucciones dadas: Localizar armas, identificar posibles blancos, preparar planes de acción, formar comandos, reunir medicamentos, acumular alimentos enlatados y esperar las órdenes precisas para entrar en acción.
La noticia que recibí vía José Luis era parte de la acción emprendida por la compañera Sagrada Bujosa, luego de recibir de Peña Jáquez la información sobre el desembarco, comenzando por Miguel y los dirigentes CORECATO-Resistencia, y continuando con los principales líderes del PRD (Bosch y Peña Gómez) y de los grupos de izquierda. Las respuestas no pudieron ser más desalentadoras, presagio de lo que desgraciadamente habría de ocurrir más tarde.
El Prof. Bosch, máximo líder del PRD, el de mayor prestigio e influencia nacional, pasó a la clandestinidad; como era de esperarse, contra él enfilarían las fuerzas represivas del régimen en interés de anularlo. Pero, lejos de una consecuente actitud de apoyo que, indiscutiblemente, acrecentaría sus riesgos, optó en principio por no hacer referencia pública a la presencia de Caamaño, y cuando lo hizo creó una confusión paralizante en la población.
El Dr. Peña Gómez, desde una posición a todas luces evasiva, sencillamente arguyó que él no era el líder máximo del PRD y que, por tanto, no era a él a quien correspondía asumir públicamente la posición del partido frente a la engorrosa situación.
El Comité Ejecutivo de la FED, entidad de significativa influencia nacional, principalmente entre la juventud, del cual era miembro, rechazó una propuesta de proclama de mi autoría, en la cual se aseguraba la presencia de Caamaño en el país y se llamaba al pueblo a apoyarle. El Feflas (MPD), en voz de Erasmo Vázquez, la rechazó arguyendo que: “A nosotros hay que llevarnos adonde está Caamaño para poder firmar este documento”. Y Fragua (Línea Roja 1J4) representado por Iván Rodríguez, se opuso señalando que: “Esa es una acción condenada al fracaso y nosotros no nos vamos a comprometer con esa aventura”.
Por su parte, el PCD prefirió en ese momento prestigiar sus esfuerzos por destacar una supuesta lucha alrededor de las Leyes Agrarias del Gobierno entre una “ala liberal” del Partido Reformista, representada por Balaguer y Vincho Castillo, y el sector retrógrado de “El Generalato”, antes que a la guerrilla de Caamaño, declarando que todo era parte de un supuesto plan “Aguila Feliz” para descabezar el movimiento popular.
Diferente fue la actitud y comportamiento del grupo Nuevo Rumbo, encabezado por Fidelio Despradel y Raúl Pérez Peña (El Bacho) y del Dr. Luis Gómez, el llamado Grupo Ariza y de personalidades democráticas, como los doctores Jotin Cury y Rafael Kasse Acta (QEPD), el ing. Germán y otros, quienes, a pesar de no estar de acuerdo con la acción emprendida por Caamaño ni con el método de lucha escogido, fueron solidarios con él y con nosotros participando, unos, en el resguardo de Peña Jáquez y, otros, en actividades dirigidas a preparar un grupo para abrir otro frente guerrillero, entendiendo que era un compromiso moral y de conciencia patriótica o revolucionaria ayudar a El Coronel de Abril en lo que fuera posible.
Cuando el domingo, 4 de febrero, en la mañana volví a reunirme con José Luis, la respuesta que trajo me sacó de quicio: Miguel rechazaba mi propuesta de tomar Radio Guarachita. Y al preguntarle en base a cuáles argumentos lo hacía, me contestó: “El compañero que vino al final del año pasado dice que no se puede hacer nada, que hay que esperar”. Se refería a Melvin Mañón.
No sé si la respuesta fue para evadir la acción o para salir del paso; hoy no estoy seguro de que lo dicho haya sucedido así, porque ello hace suponer dos posibilidades: 1) Que en aquella circunstancia tan especial, Miguel, obviando su condición de jefe político, pusiera la organización en manos de Melvin, vista su condición de “enviado” de Caamaño, lo que parecería tener lógica; 2)Que Miguel decidiera no actuar por temor al fracaso u otro motivo no explicitado, consciente de nuestra incapacidad de resistir la embestida del enemigo.
Lo cierto es que ese error o vacilación nos hizo perder un valioso tiempo para golpear primero, lo cual nos mató la escasa oportunidad de éxito posible y dejó solo y abierto al enemigo el campo de la iniciativa, fundamental en la política y en la guerra.
En caso de que la primera posibilidad fuere la real, aquello constituyó un craso error: Se dejó nuestra decisión de combate y de apoyo a Caamaño en manos de un hombre inhabilitado para actuar; Melvin estaba vuelto un etcétera, había caído en un estado de pánico desde que fue enterado por Sagrada de la presencia de Caamaño en el país. La razón aún confunde a algunos: ¿Fue él también sorprendido por el desembarco o, por lo contrario, se atemorizó ante el seguro descubrimiento de su traición?
El Gobierno, enterado el domingo, 4 de febrero, de la presencia del Black Jack en la Bahía de Ocoa y habiendo identificado al grupo guerrillero en las lomas del mismo nombre, sacudió al país en la mañana del lunes siguiente con la noticia sobre el desembarco de Caamaño al frente de un grupo insurgente, momento a partir del cual quedamos a la defensiva con el enemigo encima y el pueblo, nuestro principal aliado, anestesiado por la incertidumbre y desorientación de sus principales líderes.
Fue después que el Gobierno militarizó el país que la estructura militar CORECATO-Resistencia vino a reaccionar, al parecer, cuando Miguel se convenció de que no podía confiar en Melvin, desconfianza que se justificó cuando este, definitivamente, se rajó y buscó la protección de su padrino, el general De los Santos Céspedes, para ponerse bajo la protección del Gobierno, no sin antes dejar en manos de un familiar muy cercano una nota con los nombres de quienes, según él consciente de la gravedad de su acción, serían los responsables en caso de que le pasare algo.
No fueron dos ni tres los compañeros que pidieron su cabeza por este acto de traición, condición que dijeron evidenciar en Melvin cuando Caamaño se apareció el 3 de febrero, habiendo informado él, tras su llegada al país a finales del año 1972 como avanzada de grupo guerrillero, que El Coronel le había enviado a preparar la base de apoyo para su regreso el próximo año, pero sin fecha precisa, como era de entenderse. Pero jamás pensamos que pudiere ser a principios de año, como ocurrió.
Habiendo perdido la ventaja del factor sorpresa, Miguel y la estructura militar, con la colaboración de otros revolucionarios, se dedicaron presurosos a la formación de un foco guerrillero que, alzado en otro punto del país, quitara presión al grupo de Ocoa. Mientras que por otro lado, la estructura política conformada por los Comités Locales, Barriales, sindicales, estudiantiles y profesionales, aprovechando la disposición de lucha de sus diferentes sectores, organizaron desde el mismo día 5 de febrero movilizaciones callejeras en las cuales se lanzaban consignas y distribuían volantes exhortando a la población a apoyar a Caamaño.
Llegó un momento en que, inexplicablemente, se rompió la comunicación entre las dos estructuras, lo que significó otro obstáculo más a nuestras limitadas posibilidades de acción. Ante tal circunstancia, la parte política se reunió y decidió autoorientarse para actuar sin tener que esperar la decisión de la otra parte, que continuaba en sus aprestos militares.
Así, se esbozó un plan de acción en el que los compañeros del sector sindical, encabezados por los máximos dirigentes de la CGT, desarrollarían esfuerzos con el fin de orquestar un movimiento huelguístico a nivel nacional. Además, en la ciudad capital se formaron 6 comandos para desarrollar acciones de propaganda al estilo guerrilla urbana: uno para actuar en la zona de los bancos, tres integrados por mujeres para actuar en cines y lugares de alta concurrencia, uno para actuar en los grandes centros comerciales de la avenida Duarte y otro para promover movilizaciones barriales en coordinación con militantes de otros grupos que apoyaban la guerrilla.
Salvo este último, ninguno pudo operar. No contábamos con recursos bélicos propios, que tuvimos que solicitar a la estructura militar, pero que, por más que presionamos, nunca llegaron, debido, pensaba yo, a que no los tenían o a que la tarea de preparar otro foco guerrillero en situación de militarización del país resultaba en extremo absorbente y pesada para su reducida capacidad operativa. Aunque más tarde el mismo Miguel se encargó de aclarármelo: Lo fundamental, único y primordial para él era preparar el grupo insurgente y el tiempo no le dio, lo demás no contaba, ni lo político ni su militancia ni lo que pudieren hacer.
Igual quedaron esperando los compañeros de Baní, Ocoa, Barahona y San Francisco de Macorís para ejecutar los planes de acción que se habían preparado. La desesperación y la ira comenzaron a adueñarse del estado de ánimo de los compañeros.
En medio de ese cuadro, el Comando Militar de las Fuerzas Armadas, a través de sus partes militares, comenzó a dar cuenta de la ubicación y el asedio que contra la guerrilla desarrollaba, así como de enfrentamientos con resultados negativos para la misma, hechos que incrementaban la desesperanza y enojo de los compañeros, al saber del derrotero negativo de los acontecimientos y sin poder actuar.
Así, el 16 de febrero por la noche, el manto de la tragedia cubrió de luto al país, el Alto Mando Militar informó al Presidente de la República que “ha caído el coco mayor”, en alusión a la captura herido y posterior fusilamiento cobarde del coronel Caamaño, información que se hizo de público conocimiento al día siguiente, llenando de dolor y lágrimas al pueblo pobre y oprimido, más de pesadumbre y cólera a la combativa militancia CORECATO-Resistencia al ver caer “La última esperanza armada” del pueblo dominicano, sin haber podido realizar las acciones y los sacrificios a que estuvo dispuesta para tratar de impedir que ocurriera el terrible desenlace previsible y abrir una quimérica posibilidad de victoria con la utopía que le era consustancial.
Todo se derrumbó con la caída de Caamaño, aunque después de la misma se continuó dando “palos a ciegas” con declaraciones y acciones desacertadas, pretendiendo desmentir su muerte, como aquellas de que el cadáver mostrado por las fotografías de Antonio García Valoy no era el suyo, sino de otra persona (Peña Jáquez a Última Hora) o que lo habían traído de Venezuela (Juan Bosch a la prensa nacional), todo lo cual no hizo más que seguir sembrando confusiones y angustias en la población.
El drama vivido por la estructura política durante la crisis de Caracoles, sus posiciones críticas al comportamiento de la Dirección y su visión del porvenir de la organización y del movimiento revolucionario fueron recogidas en una carta enviada a esta por todos los organismos responsables del trabajo político en los diferentes sectores, luego de una discusión sobre el proceso vivido y los papeles desempeñados por cada quien. La misma sentó las bases de la futura división de los CORECATO. A mí me tocó redactar ese histórico documento.

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