BONAPARTE GAUTREAUX PIÑEYRO
Aquella noche Chucho dijo que se iba, que no aguantaba más, que la cosa estaba demasiado mala y que en este país no se podía vivir.
El grupo de los muchachos del barrio escuchaba embebido al mejor estudiante de la escuela, el atleta más destacado, el joven más desenvuelto. Aquí no hay oportunidades para los de abajo. De cualquier empleo te botan cuando cambia el partido de gobierno aunque actúes bien y seas honesto. ¿Honesto? Gritó uno del grupo. ¿Qué es eso? Mira, don Fello tiene 30 años en la Aduana y de ahí todo el mundo sale rico.
Al pobre don Fello le dan papeles de reconocimiento y los otros, los ladrones de ahí y de otros departamentos del gobierno son premiados con altos puestos y terminan ricos. Aunque todos sabemos que son unos ladrones, que entraron a los puestos con una mano adelante y otra atrás, nadie los sanciona y se le abren todas las puertas a ellos y a sus hijos.
No ‘ombe no, qué va, no vale la pena. Me largo de este país. Aquí no se puede vivir. Adiós, muchachos, compañeros de mi vida. Se fue Chucho. Se fue en yola. Llegó a Puerto Rico y de ahí a Nueva York. La próxima vez que lo vimos estaba cargado de gruesas cadenas de oro sólido.
En Nueva York, nos dijo, el dinero corre por las esquinas. Ninguno de nosotros entendía cómo era posible. ¿Qué el dinero corre por las esquinas? Sí. Sólo hay que saber trabajar, estar alerta y tener timbales, dijo Chucho. La navidad siguiente Chucho regaló dinero a dos manos y entendimos que eso era lo bueno. En el barrio sólo habían tenido éxito Chucho y Manolín, el político que saltó de la base a las primeras páginas de los periódicos. Con el respaldo de nosotros, dijo uno orgulloso.
Con el respaldo de las bases.
Manolito se ocupaba de encabezar los reclamos por agua, luz eléctrica, escuelas, recogida de basura, vivía en el barrio.
Cuando lo nombraron en un puesto alto en el gobierno, todo cambió. Manolito se mudó. Compró una casa grande en un barrio de ricos. Andaba en un carro de lujo manejado por un chofer de la policía o de la guardia y pasaba a nuestro lado sin que supiéramos si iba o no iba en el auto, ya que los vidrios de un tintado tan oscuro no permitían ver hacia dentro. La mamá de Chucho se mudó fuera del barrio, supimos entonces que a él le estaba yendo demasiado bien en Nueva York. Cuando Chucho regresó iba al barrio sólo de tarde en tarde.
El y Manolito estrecharon la amistad, tenían respaldo de la autoridad para sus negocios. Nadie quiere hablar de los negocios de Chucho y Manolito. Ahora se sabe que es cierto que en Nueva York corre el dinero por las esquinas. Aquí también. Chucho tiene su gente que distribuye drogas en distintos sitios.
Hay autoridades que lo tapan, que son sus cómplices. Tampoco nadie dice nada en el barrio. Sólo los envidiosos critican y hablan mal de los que triunfan.