Cuando comprar se convierte en enfermedad

<p>Cuando comprar se convierte en enfermedad</p>

POR ANNA JIMÉNEZ
Pasarse la vida de tienda en tienda, gastando lo que se tiene y lo que no se tiene, puede llegar a convertirse en un trastorno patológico tan problemático como el alcoholismo o la drogadicción.

Para quienes ir de compras es una obsesión y hasta una necesidad, ofrecemos una guía que puede ayudar a tomar conciencia de la gravedad de esta conducta.

María Teresa Mata trabaja como Ejecutiva de Servicio al Cliente de una entidad bancaria, tiene 38 años de edad y es divorciada. Confiesa que en múltiples ocasiones, cuando se encuentra triste o preocupada por algo en particular, “voy a la plaza y me distraigo haciendo compras para mí y para mis hijos. No sé qué pasa, pero es terapéutico, porque cuando regreso a mi casa me siento mucho mejor”.

Cuenta que durante su matrimonio tenía fuertes discusiones con su esposo, ya que “casi todos los viernes al salir de mi trabajo me iba de “shopping”, pagaba con las tarjetas de crédito y me endeudaba hasta el cuello”.

Aunque los ingresos de María Teresa no son los más generosos, reconoce que al momento de comprar sabe que se está endeudando “y que voy a llegar apretada a la quincena, pero después pienso: no importa, yo me lo merezco”. El problema viene cuando llegan los estados de cuenta, porque “tengo que raspar de aquí y de allá para poder pagar lo que debo. A veces digo: ‘no lo vuelvo a hacer’, pero es como una necesidad, algo que me satisface”, explica María Teresa con naturalidad.

Pero ella no es la única persona que siente un gran placer al consumir.

Daniel Rodríguez tampoco se pone límites cuando se trata de adquirir discos. Este individuo de 28 años vive solo, trabaja como analista de personal en una empresa y al entrar a una tienda de discos nunca se sabe con cuántos discos saldrá. “Me he gastado sueldos completos comprando discos, pero no me importa, porque es algo que me hace sentir bien conmigo mismo”. Daniel admite que es “adicto” a la compra de discos compactos y “una vez que empiezo no puedo parar”.

Por lo general, las personas que se comportan como María Teresa o Daniel, no son pocas. Y si bien es cierto que a nadie le desagrada hacer nuevas adquisiciones o darse una “merecida” recompensa, hay quienes lo hacen con excesiva frecuencia. Tanto, que puede llegar a convertirse en una conducta que no son capaces de controlar, es decir, acaban siendo compradores compulsivos. Hay que sumar a lo anterior una serie de factores psicológicos, sociales y económicos que pueden propiciar el desarrollo de una actitud de este tipo. La llegada de la Navidad, por ejemplo, puede lograr que hasta el ser más avaro se vea obligado a sacar la chequera o recurrir al consabido “tarjetazo”.

PROBLEMA, ¿A LA VISTA?

Aparentemente es un comportamiento inofensivo. De hecho, la mayoría de los compradores compulsivos ignoran que lo son o piensan que su actitud es normal. Sin embargo, este comportamiento se encuentra directamente relacionado con la salud mental, ya que las conductas compulsivas son generalmente inconscientes. Incluso cuando el comprador compulsivo está consciente de sus actos, tiene la sensación de no poder controlarlos en lo absoluto. Según la psiquiatra Morela Requena, este tipo de patología es comparable con la Ludopatía (jugador compulsivo), porque “el individuo no tiene control de lo que hace y le es sumamente difícil no reincidir”, señala.

Requena indica que la compra compulsiva es como cualquier otro comportamiento obsesivo, pues “se trata de un trastorno de una conducta normal que, en este caso, a fuerza de repetirse y de provocar una sensación agradable, pasa a ser buscada con ansiedad”. La especialista agrega que “se recurre al consumo como un mecanismo de respuesta que desarrollamos como defensa frente a sentimientos o hechos negativos en nuestras vidas, los cuales queremos evadir. Es parecido al comer o fumar, sin control para llenar un vacío”.

Se considera que el consumo compulsivo representa una patología social y personal simultáneamente, “porque existe una sociedad opulenta que facilita el consumo y que ofrece satisfacer materialmente las carencias afectivas que puedan tener los individuos”, señala. Requena coincide con este punto, al referirse a aquellas personas que recurren a las compras para saciar una cuota de poder que no tienen o que aspiran tener. “Lo que la sociedad no les dió, ellos intentan comprarlo para sentirse fuertes”, añade. Por su parte, Solla comenta que este es precisamente el punto flaco del que la publicidad y el comercio se aprovechan para cumplir con su cometido: vender.

Esto no quiere decir que disfrutar de un día de compras o darse un gusto de vez en cuando sea una conducta negativa, siempre y cuando no se salga de control o se convierta en una actividad a la que se recurre para evadir conflictos. Pero, de ser así, es necesario tomar conciencia de ello y no pasarlo por alto. “Muy pocas personas acuden a una consulta para tratar este problema, porque, la mayoría de las veces, no lo consideran un problema. Por lo general, vienen a causa de depresiones o trastornos que, a su vez, generan este tipo de desorden conductual”, acota Requena.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas