Cuando el Cibao se envolvió en llamas

Cuando el Cibao se envolvió en llamas

FABIO R. HERRERA-MINIÑO
En 1861 se inició un proceso patriótico de grandes conmociones, que culminaría con la retirada del último soldado español en 1865, después de una desgarradora lucha, en que tanto los dominicanos como los ibéricos, vieron correr la sangre de sus compatriotas en una acción guerrera, jalonada por las más diversas cualidades de la conducta humana.

Cuando Pedro Santana propició, y logró que el pabellón español fuera enhestado en tierra dominicana, después de haber cesado las guerras en contra de Haití, no sabía a lo que se exponía. Tan pronto se conoció que la anexión estaba en marcha, los pueblos del Cibao se revelaron, y desde ese momento hostigaron las fuerzas anexionistas, que eran leales al nuevo estado de cosas.

San Francisco de Macorís y Moca marcaron el ritmo de las protestas, que como reguero de pólvora mantenían la región cibaeña en efervescencia constante, mientras desde Sabaneta, Santiago Rodríguez, iba armando el complot para enfrentar las fuerzas españolas, en una acción que estaba pautada para el 27 de febrero de 1863. Pero la indiscreción de uno de los complotados en Guayubín, que se emborrachó, reveló el movimiento a un soldado español y las fuerzas de inmediato reaccionaron para obligar a enfrentamientos sin coordinación, y los patriotas, todos campesinos sin preparación militar, se refugiaron en Haití.

El gobierno haitiano de Fabré Gefrard apoyaba militantemente la causa dominicana, ya que la bandera española en la parte oriental era un peligro para la estabilidad de Haití y más que España insistía en recuperar los territorios, como estaban señalados en el Tratado de Aranjuez. Incluso el patricio Sánchez recibió el apoyo haitiano cuando entró por la frontera central entre las dos naciones para combatir la anexión, para ser delatado por un compatriota que lo llevó al patíbulo a él y a sus compañeros. Pedro Santana no dio su brazo a torcer y el patricio cayó fulminado a mediados de 1861, pese a las peticiones de clemencia de algunos oficiales españoles.

El gobierno haitiano tuvo que retirarle el apoyo a los dominicanos, cuando los españoles emplazaron buques de guerra frente a Puerto Príncipe y le exigieron a Gefrard una indemnización. Pese a ese percance, los dominicanos, el 16 de agosto de 1863, en un exiguo número que apenas superaba la docena, proclamaron en Capotillo la Restauración de la República. De inmediato se inició una cruenta guerra que le permitió a los dominicanos convertirse en unos expertos en las guerras de guerrillas y en el incendio de los pueblos.

Santiago se cubrió de gloria cuando el objeto de todas las operaciones era el control de esa comunidad, que vivió momentos brillantes tanto de parte de los envalentonados dominicanos con escasas armas y los españoles refugiados en la fortaleza San Luis. A principios de septiembre de 1863 surgió la figura de un intrépido y arriesgado joven, Gregorio Luperón, que irreflexivamente combatía con una simple espada a los españoles. En menos de dos semanas se vio investido con el grado de general, gracias a su coraje y valor para combatir a las tropas anexionistas.

El proceso de afianzamiento del movimiento restaurador fue lento y sangriento, en donde la mayoría de los principales pueblos cibaeños fueron destruidos por las llamas, método empleado por los dominicanos para compensar el poder de fuego español, que en oleadas llegaban desde Cuba y Puerto Rico a restaurar la colonia insubordinada que se les escapaba de las manos.

Dos manchas negras tienen los restauradores en su haber. Una fue la eliminación de Pepillo Salcedo por las intrigas de Gaspar Polanco y de Gregorio Luperón. La otra mancha, en la historia restauradora, fue la forma de cómo se evadió la presencia de Juan Pablo Duarte, que en 1864 vino a ponerse a las órdenes de los patriotas, quienes con el temor del arraigo y recuerdo del patricio y su aureola de honestidad pudiera afectar a una pléyade de ambiciosos, partidarios del saqueo que practicaban con frecuencia cada vez que recuperaban alguna población del poder español.

En 1863 el Sur se mantuvo en una relativa calma después de la proclama de Capotillo, ya que la presencia española era una garantía para protegerse de los haitianos, por los recuerdos tan nefastos que conservaban de las guerras de Independencia. Pero al final se unieron a la causa restauradora por la contribución de José María Cabral y otros. Ese aporte fue esencial para la victoria dominicana que vio cómo a mediados de 1865, y con el cambio de gobierno en España, opuesto a la anexión, la decisión de abandonar la colonia por el alto costo en vidas y dinero que le había costado una aventura de unos cuatro años de duración, que sirvió para afianzar la conciencia patriótica de los dominicanos.    

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