Cuando el horror horrorizaba

Cuando el horror horrorizaba

POR JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
Entre nosotros hubo tiempos, no muy lejanos, en los cuales el horror horrorizaba. Las torturas, los crímenes terribles de la locura final de la Era de Trujillo, los dantescos establecimientos oficiales donde reinaba la degeneración y el sadismo extremo, azotaban el país, como un viento maldito, generando una angustia nacional que se manifestaba en diferentes formas, alimentando el rechazo violento al régimen morboso o creando una náusea interior que se expandía en múltiples aspectos y manifestaciones.

Existía el horror y se percibía cabalmente.

Hoy no es así. Nos hemos ido deshumanizando. Por eso la indignación pública no ha obligado a que se aclare y se procese debidamente a los criminales que organizan las macabras travesías en yolas que intentan cruzar el Canal de la Mona y ya han producido centenares de muertes.

¿Es que ese desesperado escape a Puerto Rico y las muertes espantosas que genera, no son ya motivo de escándalo indignado? ¿No se sabe, a ciencia cierta, que esa lucrativa empresa de transporte de ilegales es imposible sin una implicidad oficial, en algún nivel y proporción?

Este disparate de una Marina de Guerra, en lugar de Mercante y Pesquera, cuando no estamos ni vamos a estar en guerra con nadie, debería ser transformada en una entidad útil capaz de mantener un incesante patrullaje que abarque todas nuestras costas especialmente los puntos conocidos como preferidos para los lucrativos «viajes» a Puerto Rico. La única explicación para la permanencia de este «negocio», es la participación de autoridades militares y civiles en el mismo.

Lo mismo sucede con la venta de armas de fuego y de drogas. Un país en el que cualquier fulano exhibe un pistolón en el cinto, un país donde los puntos de venta de drogas son harto conocidos, y se sabe de la cantidad de vehículos de lujo que aparecen en barrios marginados, realizando transacciones que alcanzan sumas considerables ¿Cómo es posible tal cosa sin el consentimiento y complicidad de una extensa gama de gente en el poder?

Sólo la desesperación enloquecedora puede crear un panorama como el que vivimos después del 2001. El horror de los viajes en yola asciende en sus niveles trágicos. En la tragedia más reciente, una mujer de 27 años, madre de un niño, murió desangrada de los senos luego de amamantar a varios viajeros, que la obligaron a continuar cuando ya ella estaba seca. Su cuerpo fue arrojado al mar. Igualmente los cadáveres de quienes perecieron en una espantosa riña ocurrida en la yola. Se ha afirmado que a partir de cierto momento, desesperados por el hambre, algunos viajeros comieron carne de los cadáveres de sus compañeros.

Pero, junto a la capacidad de indignarnos, hemos perdido la capacidad de horrorizarnos.

Ya nada puede sorprendernos. Todavía cuando se está cerrando el telón, la cortina final, de su mandato, el Presidente Mejía, en cuestión de horas, cambia de opinión y decisión: Declara que dejará al Presidente Fernández el pago de los intereses de los bonos (27 millones de dólares el fin de este mes), poco después anuncia que él pagará. Así dice que no estará presente en la Asamblea Nacional para escuchar allí el discurso de Fernández, que participará en la ceremonia de cambio de mando pero se marchará enseguida. Pues ahora dice que estará presente todo el tiempo.

Son buenas decisiones, felices correcciones que uno no sabe cómo surgieron, basadas en qué. Pero son testimonio final de una carencia de ruta mental, de una falta de criterio y un proceder alocado que ha ido permeando a casi todos los niveles nacionales, convirtiendo el desconcierto en el clima de la República.

Tenemos que recuperar el buen sentido, recobrar la capacidad valoratoria. Como cuando el horror horrorizaba.

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