Cuando el pollo sabía a pollo, y la Coca-cola a Coca-cola

Cuando el pollo sabía a pollo, y la Coca-cola a Coca-cola

POR  MANUEL E. GÓMEZ PIETERZ
Jorge Manrique, motivado en el funeral de su padre, compuso un extenso poema que en una de sus primeras estrofas decía: “¡Cuán presto se va el placer!/¡Cómo después de acordado da dolor!/¡cómo a nuestro parecer!/¡cualquier tiempo pasado fue mejor!”.

En el pasado, el pollo no era criado en la cárcel de las granjas de hogaño, cuyas vidas están estrictamente sujetas a la relación ganancia de peso/costo del horrible alimento que los nutre con absoluto desdén del sabor. El pollo de antaño, alimentado con maíz, que “se la buscaba” además, escarbando en su libre ambular por el corral, constituía la sabrosa carne del plato dominguero de la familia dominicana.

Aunque en mi infancia y adolescencia habían quedado muy atrás los tiempos en que “los perros se amarraban con longaniza”, sí pude disfrutar del privilegio de paladear el pollo con sabor a pollo, y regalarme con el lento disfrutar por tan sólo cinco centavos de una pequeña botella de Coca-cola que sí sabía a Coca-cola. En aquellos tiempos, la aceptación del producto dependía mayormente del grado de satisfacción del consumidor, no de la marca ni del nivel propagandístico de su mercadeo. La competencia se daba entre productores o vendedores; no lavándole el cerebro al real o potencial consumidor para que acepte como “nuevo” al producto degradado. Hoy, lo bueno no es determinado por las cualidades intrínsecas, sino por el derroche propagandístico. Que naturalmente es pagado por los agobiados consumidores.

A medida que el mercado crece y se expande, la clientela consumidora va perdiendo su tradicional identidad (que aún prevalece en el colmado o la pulpería de barrio), y los grandes establecimientos comerciales, llámense éstos supermercados o tiendas por departamentos, propenden a convertirse en auténticos oligopolios que en cierto modo negocian encubiertamente sus respectivos esquemas de precios.

Sólo el quietismo o la indiferencia de los organismos gubernamentales podrían explicar la deplorable insalubridad da frutas, verduras y vegetales que se expenden en los supermercados de esta ciudad. Vegetales sucios, cubiertos de lodo y hasta podridos se exhiben en las góndolas como cosa normal denunciando a gritos que por allí no pasa ni se asoma autoridad sanitaria alguna. Asimismo se expenden a precio rebajado productos enlatados o empacados, con fecha de uso vencida.

Al entrar en plena vigencia el DR-CFTA, muchos productos importados en virtud de ese acuerdo serán desmontados, es decir, que entrarán al país libre de arancel. La lista de esos productos ya ha sido publicada. El Estado debe velar para garantizar que esos valores beneficien a los consumidores y no a los hinchados bolsillos del agiotismo.

Pero el nuestro es un país del todo se vale, regido por la ética del corrupto populismo y la estética de la vulgaridad y la arrogante ignorancia. La función pública sólo se mueve y actúa en exclusivo beneficio del interés particular de los grupos adinerados porque sólo ellos pueden comprar poder político sosteniendo la permanente y costosa campaña electoral de partidos ideológicamente indiferenciados. Los pobres, empantanados en el denso lodo de la creciente deuda social, deben aplaudir y conformarse con la propaganda oficial y las promesas demagógicas de las campañas electorales. Nuestro país avanza políticamente a pasos agigantados, hacia la uniformidad del fascismo totalitario, o el estallido social.

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