Cuando el Yaque no era tan dormilón

Cuando el Yaque no era tan dormilón

FABIO R. HERRERA-MINIÑO
A mediado de noviembre de 1909, la región cibaeña se vio anegada en agua bajo un fuerte temporal de lluvias que duró varios días, y fue de tal magnitud que sus principales ríos, arroyos y cañadas experimentaron formidables crecientes, ocasionando severos daños en pérdidas de vidas, propiedades y en la agropecuaria, en donde el río Yaque del Norte, principal recipiente de tanta agua derramada, se mantuvo navegable por largo tiempo hasta las cercanías de Mao.

Ese temporal de lluvias fue conocido en su época como el temporal de San Severo o La Niega, que en algunas regiones del norte del país modificó la geografía de lomas y llanuras por los grandes deslizamientos de terrenos que se produjeron durante los tantos días que duraron las lluvias torrenciales.

La ocurrencia del temporal de San Severo fue recogido en parte por Arturo Bueno en su obra «Santiago Quién Te Vio y Quién Te Ve», reeditada por la Sociedad Dominicana de Bibliófilos en abril del 2006. Bueno narra de cómo los ríos cibaeños, afluentes del Yaque del Norte, iban acumulando agua hasta que el 19 de noviembre se produjo la gran tragedia que arrasó con Bella Vista, La Joya, Nibaje, Baracoa y otros barrios emblemáticos de la parte baja de la ciudad corazón. Hubo zonas que nunca antes habían sido afectadas por uno de esos fenómenos atmosféricos, como ocurrió con la creciente de la cañada de los Tavares luego de los Julia, que corría por detrás del cementerio de la 30 de Marzo que arrasó con numerosas tumbas, mientras los demás arroyos como Gurabo, Jacagua, Nibaje y Arroyo Salado, experimentaron las crecidas más notables del siglo pasado.

En otra obra reeditada por los Bibliófilos en 1983: Resumen de la Historia de Santo Domingo, de Manuel Ubaldo Gómez, se narra de cómo una revolución que se conoció como la de Los Recortados se había organizado en contra del gobierno constitucional de Ramón Cáceres, tuvo que ser abortada debido al desastre ocasionado por el temporal de San Severo y otra expedición guerrillera, que estaba en proceso en esos mismos días, sus integrantes se vieron recalando en las costas haitianas desde donde fueron expulsados. Ubaldo Gómez narra de cómo Guayubín fue destruido por el temporal.

Arturo Bueno consigna en su obra de cómo antes habían ocurrido tormentas de gran magnitud que afectaron a Santiago, una fue conocida como la de Santa Teresa, durante el primer gobierno de Pedro Santana. Fue de tal magnitud que un sacerdote, el padre Solano, bajó por la Cuesta Blanca, hoy avenida Duarte, para rociar con agua bendita las aguas embravecidas del Yaque del Norte. Otra tormenta del siglo XIX fue la de 1876 conocida como Ulises Francisco Espaillat.

Con la ocurrencia de esas tormentas de hace más de cien años y las grandes crecientes que vinieron apareadas a los huracanes David y Federico, de 1979, y George de 1998 nos podemos dar cuenta de la diferencia del comportamiento del río Yaque del Norte con la existencia de la presa de Tavera, que ha servido para proteger a Santiago y aguas abajo de esa ciudad.

Pero esa labor de protección de la presa se derrumbó el pasado 12 de diciembre, por la irresponsable y fatídica ocurrencia de abrir las compuertas en una acción desesperada y de pavor, provocada por la codicia de almacenar agua para producir energía, sin tener en cuenta el peligro inminente que se cernía sobre la cuenca del Yaque del Norte.

A cuenta de que ya había concluido la temporada ciclónica, para los responsables de la vigilancia de las presas, no era necesario tener presente el manual de operación de la presa en emergencia, y por tanto, no procedía el desagüe gradual del embalse de la presa de Tavera para evitar lo que ocurriría en la madrugada del 12 de diciembre. Esa fatídica madrugada puso en evidencia las fallas humanas y el pánico que se apoderó de quienes horas antes soñaban con pingües beneficios por tener el embalse lleno y produciendo energía a plena capacidad de las dos turbinas de 46 mil kilos cada una, instaladas en la central subterráneas de López.

En definitiva la historia nos sirve para darnos cuenta de cómo actúan los seres humanos de cada época. Y en el caso actual, auxiliados por una formidable estructura hidráulica, los responsables no supieron jugar su rol, ya que el pánico se apoderó de ellos y no encontraron un sacerdote que rociara con agua bendita las aguas turbulentas del río, para apaciguar su implacable y violenta turbulencia, que tantos daños ocasionó a la región y a la moral de la gente, dejando la sensación de desamparo de la ciudadanía, por tener autoridades incompetentes en áreas vitales del Estado.

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