¿Cuándo es el momento adecuado?

¿Cuándo es el momento adecuado?

HAMLET HERMANN
Hoy es lunes 31 de enero de 2005. Treinta y dos años atrás, ocho compañeros encabezados por el ex presidente Francisco Caamaño Deñó, navegábamos en un mar tan turbulento como nunca antes habíamos experimentado. Nuestro objetivo era desembarcar en territorio dominicano y lograr que esa pequeña vanguardia armada se negara a sí misma para movilizar a parte de un pueblo y así terminar con la corrupción y los abusos que cometía a diario el gobierno de Joaquín Balaguer.

Bamboleándonos de ola en ola no dejábamos de hacer una pregunta: ¿será este el momento adecuado para iniciar una lucha armada contra el régimen imperante en el país? En otras palabras, ¿resultaba apropiado y oportuno que rompiéramos el indiferente equilibrio político existente? Las vicisitudes que nuestro grupo había sufrido en el año anterior, 1972, habían fortalecido la convicción en el método de lucha y en la lealtad a nuestro jefe. De ahí que la pregunta sobre la sintonía histórica a nuestra acción encontrara justificaciones de sobra. Luego del desembarco, el grupo guerrillero se internó en la cordillera Central y el futuro pasó a estar en cada día que el motivo último era la difícil supervivencia. El ex presidente Caamaño, convertido en jefe guerrillero, sería fusilado sumariamente al igual que la mayoría de los demás compañeros de jornada. «En este país no hay cárcel suficientemente grande para ese hombre.», dicen que dijo Joaquín Balaguer cuando el Secretario de las Fuerzas Armadas, Ramón Emilio Jiménez hijo, le informó sobre la captura con vida del héroe nacional. El jefe militar interpretó a su manera el lenguaje del Mandatario de la Constitución de la República y horas después el cadáver de un ex Presidente era presentado a la prensa como muerto en combate. «Luchó como una fiera.», dijo el Jefe del Ejército, Enrique Pérez y Pérez, como complemento de la cínica coartada.

Como colofón vergonzante, las voces de antiguos compañeros de Francis Caamaño empezaron a sentenciar que aquel no era el momento adecuado para combatir a Balaguer. Como sobreviviente de aquella jornada la pregunta que entonces empezó a rondar mi mente era: ¿Cuándo será el momento adecuado para transformar el injusto régimen social que nos oprime? Los momentos históricos serán siempre apropiados si lo que se persigue es el bien de la nación, me he dicho. Lo que no fue adecuado es que algunos militares constitucionalistas que acompañaron a Caamaño en la defensa de la soberanía nacional le dieran la espalda y negaran los compromisos contraídos con él. Peor aún que ésos entregaran al gobierno con mucha anticipación toda la información que conocían acerca de los planes del héroe de Abril. Para colmo, se pusieron a la orden de quien había heredado el poder político de manos de los invasores de 1965. Ellos encabezarían la represión popular en Santo Domingo y en Santiago de los Caballeros mientras Caamaño combatía en las montañas.

Lo adecuado de cualquier momento no lo define el éxito o el fracaso. Tanto uno como otro son muchas veces cuestiones accidentales. Tampoco la muerte o la supervivencia explican lo acertado de un hecho. Lo correcto de una acción viene dado por la responsabilidad histórica, no por el oportunismo o la cobardía. Para entender lo pertinente de una acción tendríamos que recordar a Ramón Mella, el Padre de la Patria, cuando con un trabucazo el 27 de febrero de 1844 marcó la diferencia entre los hombres y los pusilánimes. ¿Quién podría olvidar a otro patricio, Francisco del Rosario Sánchez, cuando llegó al territorio nacional para restaurar la República entregada a España por el traidor Pedro Santana? Sánchez, al igual que Caamaño, fue fusilado por defender los mejores intereses de la patria.

Al ex Presidente Francisco Caamaño hay que recordarlo y venerarlo como uno de los grandes precursores de la defensa de la soberanía nacional. Uno que renegó de sus orígenes y de su formación militar tradicional para convertirse en arquetipo para los militares dignos del continente. Fue Caamaño el ejemplo que siguieron Torrijos, Velasco Alvarado y muchos otros militares latinoamericanos que encuentran hoy su mejor expresión en Hugo Chávez, Presidente de la República Bolivariana de Venezuela.

A la distancia de 32 años de su asesinato, podemos concluir que valió la pena el sacrificio del ex Presidente Caamaño y sus compañeros. Valió la pena porque el continente lo ha asumido como ejemplo digno mientras ha condenado a sus verdugos. Valió la pena porque tenemos una vara para medir a aquellos que lo traicionaron e intentan falsificar la historia y así presentarse como dignos de reconocimiento por su deslealtad. De verdad, valió la pena aunque el precio haya sido alto.

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