Hace unos días, en la revista española de corte humanista y liberal, Ethic, leí una entrevista de Mariana Toro Nader al neurocientífico mexicano, Mario de la piedra, respecto a su obra Mentes geniales (Debate, 2025), en la que este, según la entrevistadora: «teje puentes entre arte y neurociencia para explorar, de la mano de escritoras, pintores, poetas y genios, cómo funciona el cerebro de los artistas».
Y en el cuerpo de la entrevista, de la Piedra nos recuerda que:
«El arte es una expresión humana, el reflejo de procesos cognitivos muy complejos. Así como el cerebro interpreta la realidad a través de la información que recibe de los sentidos, el artista plasma su interpretación de la realidad sobre su obra».
Y ante la pregunta de la entrevistadora: «¿Cómo han marcado la escritura y el pensamiento artístico a la humanidad desde un plan evolutivo?», el neurocientífico aborda la teoría de la mente basada en la función de las neuronas espejo y sus funciones miméticas en la cotidianidad, «la capacidad cognitiva para comprender y predecir el comportamiento de los demás, que a su vez es el fundamento de la empatía. Hoy sabemos que este tipo de neuronas (espejos) se activan también con la palabra escrita, es decir, cuando leemos encarnamos la vida de los personajes”.
Si la historia y la historiografía, en particular, son el relato que aspira científicamente a plasmarnos el pasado, haciendo hincapié en la realidad de los hechos, acontecimientos y personajes, es decir, en lo que realmente sucedió, podemos considerar que la historia es la realidad, y la historia novelada o la novela histórica es la ficción sobre esta realidad narrada. Es decir, historia es la realidad, novela histórica o historia novelada es la ficción. De ahí entonces que podamos deducir el valor de la novela histórica, para comprendernos como pueblo y para ponernos en la piel de aquellos personajes históricos, pudiendo así vivir también sus angustias, sus sueños, sus éxitos, sus fracasos. Es indiscutible que la novela le agrega elementos humanos, pasionales e intuitivos que superan a cualquier relato histórico per se.
Entonces, la mutual de historia y ficción histórica tiene su valor cultural, intrínseco, insoslayable para abordar de otra forma, el estudio, el análisis y la comprensión de la propia historia. Es que la historia por ser ciencia es rígida fría, y no permite plasmar cuestiones tan humanas, como las pasiones y afanes, sentimientos y motivaciones que mueven a los humanos a través de toda la existencia de la humanidad.
En el ensayo La función social del historiador, de su obra La historia y el historiador, el destacado, el gran historiador mexicano Enrique Florescano abre con un epígrafe del célebre filósofo, historiador y arqueólogo inglés R. G. Collingwood que me parece oportuno:
«La historia es la disciplina del autoconocimiento humano […] conocerse a sí mismo significa conocer lo que se puede hacer, y puesto que nadie sabe lo que puede hacer hasta que lo intenta, la única pista para saber lo que puede hacer el hombre es averiguar lo que ha hecho. El valor de la historia, por consiguiente, consiste en que nos enseña lo que el hombre ha hecho y en ese sentido lo que es el hombre».
Y más adelante, en el cuerpo del ensayo nos dice el mismo Florescano:
«Cuando la alfombra mágica de la historia nos transporta a los tiempos transcurridos y nos acerca a las tareas que nuestros antecesores le asignaron al rescate del pasado, advertimos que las funciones de la historia han sido variadas. También observamos que buena parte de esas tareas se concentró en dotar a los grupos humanos de identidad, cohesión y sentido colectivo».
Y aunque el gran Florescano se refiriera a la historia como tal, como ciencia, yo les pregunto a ustedes y esto no lo hace también la novela, en específico, la novela histórica. Es más, les asevero que esto lo puede lograr tanto o más una buena novela histórica, porque maneja, a través del arte, las pasiones; y nosotros. los humanos, estamos fundamentalmente forjados de pasiones más que de razones. Esa es la grandeza del arte en general y para los fines nuestros la de la novela histórica: puede lograr tanto como lo hace la historia, pero conmoviéndonos, es decir, sacudiendo nuestras entrañas, pues llega a hondón de nuestras naturalezas humanas.
Emilia Pereyra es una novelista, no es historiadora, que les quede claro. Y por lo antes dicho, me atrevo a aseverar que Emilia Pereyra, con la obra «Cuando gemía la Patria», no busca hacer historia, sino que pretende lograr esa empatía literaria que nos acerque a aquellas situaciones de padecimiento y de opresión vividas por el pueblo dominicano, es decir, por nuestro mismo pueblo, o sea por nosotros mismos en el pasado en aquel o prodigioso período de 1822 a 1844, en el cual fuimos sojuzgados por los gobernantes, el ejército y la soldadesca de Haití. La base de esa empatía literaria, el escritor la alcanza a través de la verosimilitud. Y esto en la obra el autor lo logra por la crudeza y la realidad de los hechos históricos, narrados, amén de su intuición de creador para, a través de la misma empatía creativa, conectar e identificarse con el sufrimiento de sus personajes que ayer fueron personas de carne y hueso. Y como toda obra de arte, una buena novela histórica debe conmovernos con el padecimiento, las limitaciones y el peso de las penas en las carnes de aquellos compatriotas que vivieron tales desgracias y debe de conmovernos a la reflexión, siendo la literatura, como es: un espejo para nosotros vernos. Si la historia nos sirve para reflexionar sobre el pasado y evitar los errores presentes y futuros, entonces, con mayor razón, la novela histórica, con su carga humana y pasional, nos debe sacudir las conciencias sobre la realidad y las posibilidades de qué los hechos, de manera pendular, vuelvan a repetirse. Entonces, a los que ya han leído «Cuando gemía la Patria» me atrevo a preguntarles: ¿Habían visualizado la dominación haitiana en esos términos tan reales y tan dolorosos? Los que no lo han hecho, cuando la lean respóndase ustedes mismos esa pregunta al interior de sus conciencias. Y otra interrogante: ¿No es sumamente oportuna esta novela para enfrentar las dificultades del presente y confianza para asumir los retos del porvenir».
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Quiero ahora recordar la función social del novelista y el compromiso que tiene para con su sociedad y su época. El buen novelista no debe estar aislado de la realidad, no debe ser indiferente cuando su colectivo, gime y padece. No debe darle la espalda al presente, conociendo perfectamente su pasado. Emilia Pereyra, como novelista comprometida, nos regala una obra que nos llama a la reflexión, sin ser panfletaria ni sesgada por ideología alguna, y nos recuerda que esta patria, nuestros ancestros, abuelos y bisabuelos, padecieron bajo el oprobioso e inmisericorde yugo haitiano, durante ese aciago período de 1822 a 1844, la Era de la dominación haitiana, una dominación que no se nos puede olvidar. Y es precisamente en el momento en el que nos quieren desdibujar la historia vendiéndonos falsedades, en la escuela y hasta las altas instancias de los poderes nacionales e internacionales, en que una obra como esta irrumpe en la literatura nacional.
Y para finalizar quiero resaltar la hermosura literaria con que está entretejida la novela. Los enaltecidos pasajes escriturales que hacen posible la narración; los enjundiosos diálogos, frutos de la intuición, la imaginación, la creatividad y el profundo conocimiento sobre los personajes y las situaciones de época que la narradora maneja con maestría. Y, en cuanto a su forma, ya que la literatura es forma, las obras de Emilia se caracterizan por su estilo fluido y sencillo apto para cualquier tipo de lector.
Quizás algunos se puedan preguntar para qué leer una novela sobre hechos de un período tan bien conocido por los que conocen nuestra historia, es decir, una novela de la cual sabrán sus hechos más relevantes y su nudo y desenlace.
Señoras y señores, me atrevo asegurarles que quienes lean «Cuando gemía la Patria» van a deleitarse con una obra de arte, hecha con verdad y con sensibilidad humana, en especial para el lector dominicano, que pueda beber en esta fuente su realidad y sus grandes mensajes para hoy y para el mañana.
«Cuando gemía la Patria» es una novela útil también para los pueblos que están gimiendo o que lo han hecho bajo el asedio de otras naciones y corren el peligro de ser absorbidos por intereses espurios, hasta de sus propios gobernantes. Esa es la real grandeza de esa obra, que no es sólo para nosotros, no es sólo para esta época: es para todo lector, en cualquier tiempo, que pueda tener la capacidad de mirar en el espejo del pasado a través del arte de la novela.
Celebro la salida de esta novela; por eso, recordando las palabras del evangelista, «quien tenga oídos que oiga, quien tenga ojos que vea», espero que quienes sepan leer puedan leerla y quienes tengan un grado mínimo de conciencia, puedan reflexionar con ella.
20 de agosto, 2025.