Cuando la capital queda incomunicada

Cuando la capital queda incomunicada

HAMLET HERMANN
El paso del huracán Jeanne por el territorio de República Dominicana evidenció muchas de las debilidades, reales y potenciales, de la infraestructura nacional. Una de ellas fue el aislamiento que sufrieron algunas comunidades en el Este del país. Los ríos se desbordaron y sus aguas llegaron a pasar por encima de las estructuras viales impidiendo la circulación. Todavía está por verse si el intenso arrastre de las aguas a alta velocidad provocó daños a los cimientos y a los apoyos de los puentes.

Sólo cuando las crecidas anularon puentes y badenes fue que los ciudadanos empezaron a darse cuenta de que no tenían abastecimientos suficientes para satisfacer sus necesidades más allá de un par de días. Nunca antes se les había ocurrido que el combustible o el agua potable o los alimentos pudieran faltarles. Hasta ese momento, la existencia de las carreteras y de los puentes era una constante inalterable que nunca sería afectada. Pocos se habían puesto a pensar en qué pasaría si esas estructuras que permiten el paso por encima de las vías de agua desaparecieran. La respuesta evidente es que el caos reinaría y que el equilibrio social reinante se rompería. Las consecuencias en pérdidas de vidas y de propiedades por la anarquía y el desorden que se generarían resultarían enormes.

Esta situación por la que acabamos de atravesar debía llevar entonces a pensar en qué pasaría si la capital dominicana quedara aislada porque sus puentes se hicieron intransitables. Así, de repente, eso parecería la trama de una novela catastrófica de Tom Clancy. Sin embargo, es muy probable que el Distrito Nacional vaya aislándose gradualmente por el deterioro de los puentes que lo unen con el resto del territorio nacional. Sólo habría que ver que el puente Duarte, de hecho, colapsó hace tiempo. Si todavía se permite el tránsito por esa estructura es por la irresponsabilidad de las autoridades gubernamentales. Cada vehículo o persona que se aventure a circular por allí debería saber que arriesga su vida cuando lo hace.

Por otra parte, «el puente de la 17» (Sánchez) se esta cayendo a pedazos como la Torre de la Giralda. No hay semana en que un pedazo del pavimento se desprenda y caiga sin que el puente haya sido sometido a esfuerzos extraordinarios. Su propio peso lo está tumbando. Mientras, cada vez que esto ocurre, la Secretaría de Obras Públicas envía una camioneta con una plancha de acero para remendar el hueco que, en ese momento, se ha producido. Esto, en vez de ayudar a solucionar el problema, lo agrava.

Más al Norte, «el puente de la cementera» que va a Villa Mella ya no tiene capacidad para soportar el intenso tráfico al que está sometido 20 horas al día los siete días de la semana. Esa estructura está necesitada de una cirugía mayor antes de que se deteriore aún más. Hoy mismo, ese puente no cumple con las normas mínimas internacionales de seguridad y la circulación debió empezar a limitarse hace tiempo. Pero las autoridades consideran que eso no puede hacerse porque el caos en el tránsito sería inmanejable.

En el extremo occidental de la ciudad está el puente Presidente Troncoso que salta el río Haina por la antigua carretera Sánchez. Esa estructura ya colapsó una vez en 1966 y ahora está volviendo a hacerlo aunque a la vista parezca seguir en pie. Al igual que el puente Duarte, por allí la circulación es posible gracias a la irresponsabilidad de las autoridades de los últimos quince años.

Visto lo anterior, puede deducirse que una novela al estilo de Tom Clancy está siendo escrita ante la ceguera de la inmensa mayoría. Su título podría ser: «Cuando Santo Domingo quedó aislado del resto del país». Si esto ocurriera podría culparse entonces al terrorismo por la debacle. Sólo que el culpable no sería Ben Laden sino el terrorismo de los «responsables» por no haber advertido la crisis que puede tener lugar en corto plazo si no se toman medidas alternativas en lo que se construyen las soluciones definitivas. Ante un problema de esta gravedad y basados en la experiencia que se acaba de pasar con el huracán Jeanne, se confirma que los estudios técnicos que hemos realizado para resolver una situación de esa naturaleza son válidos en su totalidad. Sólo habría que esperar que los que administran el Estado dominicano enfoquen sus miradas un poco más allá del momento que viven y vean, como nosotros, la inmensa gravedad del problema de que la capital dominicana quede aislada del resto del país.

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