Por lo general estamos acostumbrados a ver en las series, películas y novelas que cuando una persona está deprimida recurre a los helados y chocolates, resultando esto una “solución” de su problema. Sin embargo, esta situación le puede pasar a cualquier persona en la vida real.
El estrés laboral, crisis en la pareja, problemas familiares, de dinero, con los amigos… son algunas de las situaciones de la vida cotidiana que pueden desequilibrar a cualquiera a no saber lidiar con estos acontecimientos, provocando que recurra a los alimentos para “calmar” su mezcla de sentimientos.
Iris Bello Castillo, psicóloga clínica, jurídica y de la salud, detalla que las personas que tienden a conectar la comida como un consuelo, poder o con cualquier otra razón -a parte de proveer al cuerpo de combustible- pueden ser propensos a comer emocionalmente.
Especifica que algunas personas comen para llenar vacíos emocionales, a pesar de estar fisiológicamente llenos. Y en otras depende mucho de cómo hayan sido criados y cómo la familia les haya enseñado a relacionarse con la comida; generalmente cuando la comida se usa con un niño como un elemento de premio o de castigo, o como sustituto de la intimidad y la cercanía familiar, se le da connotación emocional y es probable que de adulto la persona sea una comedora emocional.
Dice que algunas personas cuando se sienten mal tienden a refugiarse en la comida, convirtiendo ésta en un modo para calmar o suprimir las emociones que se vivencian como negativas, como puede ser el miedo, la ansiedad, el aburrimiento, la tristeza y la soledad.
“A veces, nuestras emociones negativas están tan unidas a nuestros hábitos alimenticios que buscamos consuelo en la comida de manera automática: si nos sentimos mal podemos comernos una pizza; si estamos aburridos, un helado; si estamos ansioso cualquier cosa que haya en la nevera” , señala la especialista de la conducta.
Bello explica que la comida puede ser un “buen distractor” para evitar pensar en los conflictos, preocupaciones y centrar la atención en el bienestar que produce comer, en vez de lidiar con la situación que genera malestar.
Señales de riesgos. La experta, quien labora en Terapia Boutique, dice que existen algunas señales que nos pueden ayudar a identificar si somos comedores emocionales, entre ellas la tendencia de sentirnos hambrientos de manera rápida e intensa, en vez de manera gradual, como ocurre con el hambre fisiológica real.
“Los comedores emocionales tienden a desear comida rápida y muy calórica en vez de comidas balanceadas”, alerta.
Las ganas de comer surgen luego de una situación de estrés o de una emoción vivenciada como negativa, como la tristeza, enojo, culpa o frustración. Otra característica es que la persona puede sentir que pierde el control mientras come y generalmente siente culpa por lo que ha ingerido.
La comida hace mucho más que llenar el estómago, pero el hambre emocional por más que se intente, no puede ser llenada con comida, explica.
Especifica además que en el momento en que se dan esos primeros bocados la persona se puede sentir bien, pero las emociones negativas que desencadenaron al comer permanecen y se puede entrar en una dinámica en la que se suma la culpa por la sobreingesta, provocando que la persona se sienta peor, y en consecuencia, coma más.
“Cuando comer es la principal estrategia para afrontar los problemas, es muy difícil no caer en este círculo vicioso donde la emoción o problema al final nunca se enfrenta. Convirtiéndose el comer y el placer momentáneo que produce en una especie de automedicación que muy probablemente sea el síntoma de una depresión atípica”, concluye Bello.