Cuando la comida se convierte en un antidepresivo

Cuando la comida se convierte en un antidepresivo

EFE. REPORTAJES. El ser humano come para vivir, tenga hambre o no. Pero la comida también es una motivación social, de disfrute, para compartir.

Cuando se tiene hambre se rompe el equilibro en el organismo y el instinto lleva a buscar la armonía con el alimento.

“Pero si se rompe esa estabilidad porque estamos preocupados, angustiados, tristes… también podemos intentar recuperarla a través de la comida” señala la psicóloga Julia Vidal.

Identificar las emociones es el primer paso: “El control emocional es entender qué me pasa y qué hacer con lo que me pasa -apunta Vidal- para de ese modo evitar utilizar los alimentos como antidepresivos o ansiolíticos naturales”.

Está claro que disfrutar de la comida es un placer en sí mismo que, dentro de la normalidad, va a disminuir las emociones negativas. ¿Quién no ha sentido una sensación de bienestar después de una comida que le hace “aparcar” las preocupaciones? Pero si ese alivio puntual deriva en una forma de comer descontrolada se convierte en hábito, y ese hábito degenera en obesidad y la obesidad, en culpa y vuelta a empezar.

Un círculo vicioso. El control lleva al descontrol. Les ocurre más a las mujeres. La estética actual que eleva a los altares cánones de delgadez alejada de un peso normal hace que las mujeres tengan un control excesivo sobre sus hábitos alimenticios, hasta el punto de dejar de comer en determinados momentos.

Esa obsesión les dirige directamente al polo opuesto, al atracón.

 

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