Cuando la democracia  parece un chiste malo

Cuando la democracia  parece un chiste malo

En estos días resulta difícil escribir. Casi todas mis palabras, lamentablemente, se quedaron en esas urnas de cartón en la que hipotecamos nuestro futuro el pasado domingo 16 mayo.

Aunque se trata de una muerte anunciada, que no debería sorprendernos, hay muchas cosas de este proceso electoral que duelen de verdad. La primera de ellas es, sin lugar a dudas, ver cómo un país es capaz de vender su conciencia.

¿Cómo es posible que tanta gente haya sido capaz de vender su voto al mejor postor? ¿Cómo puede entenderse que la gente sea tan apática y que haya preferido irse de fin de semana antes de pensar en lo que podía venir?

Sin pensar en las batallas perdidas, porque me da igual que la berenjena ahora se haya puesto a la última moda, es triste ver que en el Senado de la República sólo se escuchará una voz. Y será, como el PLD es un partido que baja líneas que se siguen sin rechistar, la del presidente Leonel Fernández.

Lo más sano para cualquier país es que el Congreso Nacional esté lo más equilibrado posible. Esa es la única manera de que los antojos gubernamentales no se conviertan en leyes. Nuestro país no quiso entenderlo.

A causa de ello, tendremos que pasar seis años soportando lo que ellos quieran hacer de nosotros. No habrá protestas válidas ni voces que logren convencerlos. Nuestra gran oportunidad, la única que tuvimos, era votar en contra del monopolio congresual. ¡No lo hicimos!

Poco puede decirse ya.  Pero pueden predecirse algunas cosas. Por ejemplo, que el barrilito se quedará. Los senadores oficiales lo apoyaban. Y ellos son el Congreso.

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